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Sánchez, los lamborghinis y la apología del pobrismo
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Juan Ramón Rallo

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Sánchez, los lamborghinis y la apología del pobrismo

El discurso de Sánchez es antagónico a la cultura del crecimiento que ha caracterizado a la Revolución Industrial y es, por ende, una apología del oscurantismo económico

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La renta per cápita española ha tenido un comportamiento grisáceo durante los últimos 17 años. Son casi dos décadas de parálisis, fundamentalmente provocadas por nuestra debacle productiva y financiera a partir de 2007, que ha dejado una profunda huella en varias generaciones de españoles. Y es que, para millones de personas, el horizonte vital que cabe esperar por defecto es el del estancamiento económico: sus ingresos disponibles ni han crecido apreciablemente en el pasado ni esperan que vayan a hacerlo en el futuro.

Tan desgarrador pesimismo existencial no es, empero, una fatalidad inevitable, sino la consecuencia del fracaso de nuestro marco político e institucional. Si echamos un ojo a países de nuestro entorno, tanto entre los que son más pobres o entre los que son más ricos que nosotros, encontraremos nutridos ejemplos de incrementos sustanciales en la renta per cápita (medida en moneda local constante): frente a España, cuya renta per cápita solo ha crecido un 4,2% entre 2007 y 2023, encontramos Polonia (76,5%), Taiwán (59,2%), Lituania (51,3%), Corea del Sur (46,3%), Singapur (41,6%), Eslovaquia (39%), Hungría (38%), Croacia (34,6%) Letonia (28,8%), EEUU (20,2%), República Checa (17,8%), Australia (16,7%) Estonia (16%) o Nueva Zelanda (14,1%). Incluso nuestro vecino Portugal ha tenido un comportamiento bastante más decente con un aumento del 14,5%.

Foto: Imagen de la bandera de España sobre el Senado. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)

España no es, desde luego, el único país desarrollado que ha tenido una triste evolución de su renta per cápita durante los últimos 17 años: peor ha sido el caso de países como Italia (-1%) o de Grecia (-14,4%) y ciertamente no andamos muy alejados de lo acaecido en Francia (6,8%). Pero que no estemos solos en esta liga del estancamiento (o del retroceso) de la renta per cápita no impide que ese fracaso social también nos sea imputable a nosotros. Y claro, cuando una economía (como le ha sucedido a España) sufre una parálisis sostenida de sus estándares de vida y sus ciudadanos adoptan progresivamente la mentalidad de juego de suma cero, entonces irremediablemente las políticas públicas corren el riesgo de virar hacia la rapiña redistributiva olvidándose por entero de la potenciación del crecimiento. A la postre, en los juegos de suma cero, una parte solo puede ganar a expensas de las otras partes y, por ello, el gobernante populista busca arengar a las masas depauperadas en contra de los ricos oligarcas para ganarse el favor electoral de los primeros a cambio de repartirles las migajas derivadas del expolio de los segundos.

Esta semana, de hecho, hemos podido presenciar un claro ejemplo de cómo el tono económico de este gobierno va acercándose a esta mentalidad del juego de suma cero, desatendiendo el crecimiento económico a largo plazo y contentándose con la redistribución clientelizadora. La intervención que ha recibido mayor bombo ha sido, desde luego, la de Pedro Sánchez y su "más transporte público y menos lamborghinis". Si bien la parte más reveladora del discurso no es solo esa, sino lo que se afirma unos segundos antes:

Vamos a gravar fiscalmente a quienes ya tienen en el banco suficiente dinero para vivir cien vidas. Lo haremos, insisto, no para perjudicar a los millonarios, sino para proteger a las clases medias y trabajadoras de un sistema que continúa siendo extraordinariamente injusto.

Dejando de lado lo demagogo y deformador del debate público que es sugerir que los ricos tienen su riqueza en el banco en lugar de invertida en activos generadores de riqueza y empleo dentro y fuera del país, lo que debería llamarnos la atención es que Sánchez abogue por subirles los impuestos a los ricos no para proteger a los pobres, a los desamparados, a las clases más desfavorecidas… sino a las clases medias (y trabajadoras). La clase media de un país debería estar integrada por un amplio grupo social que posee ingresos suficientes como para ahorrar con holgura y que ha acumulado un patrimonio suficiente como para hacer frente a muy diversas contingencias: es decir, un estrato social que aun pudiendo vivir mejor, vive con comodidad y sin miedo a su futuro económico. Esa clase media, al parecer, ha ido extinguiéndose en España, por cuanto Sánchez reivindica ahora la necesidad de que sean acreedores de la protección estatal vía redistribución coactiva de la renta. Es decir, que se trata a las clases medias españolas como clases sociales depauperadas y, lejos de intentar revertir esa anómala situación promoviendo el crecimiento económico inclusivo (aumento de sus ingresos y de su patrimonio), se acepta resignadamente tan deplorable situación y se la intenta paliar con redistribuciones clientelizadoras.

Foto: EC Diseño Opinión
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Y, desde luego, no deberíamos interpretar el discurso de Pedro Sánchez como una soflama anecdótica y desligada de la estrategia económica de fondo de este gobierno. No en vano, esta misma semana también hemos podido escuchar a Diego Rubio, el nuevo jefe de gabinete de Pedro Sánchez, expresándose en unos términos no ya similares a los de su superior jerárquico, sino mucho más crudos y preocupantes:

Europa genera mucha más comida de la que puede comer; genera más energía de la que puede consumir. Tenemos mucha más vivienda de la que necesitamos (de hecho, España es el país con más vivienda vacía de la Unión Europea: se calcula que más del 20% de nuestras casas están vacías). No tenemos un problema de generación de riqueza: tenemos un problema de redistribución de la riqueza. Y creo que esto es importante porque nos marca cuál debe ser el camino de la agenda política.

Obviando algunos tópicos demagogos como el de las viviendas vacías (que se hallan mayoritariamente allí donde la gente no desea residir), el mensaje ideológico de fondo de uno de los principales ideólogos de Pedro Sánchez es terrible. ¿Un país cuya renta per cápita lleva esencialmente estancada 17 años no tiene un problema de producción (es decir, de ingresos agregados)? En cualquier sociedad que aspire a vivir cada vez mejor a lo largo del tiempo, el problema siempre es de producción (o, más bien, de productividad). Incluso el marxismo clásico entendía eso y, desde luego, también lo hacía lo que el economista de izquierdas Branko Milanović ha denominado "paleoizquierda". Contentarse con los actuales niveles de producción agregada es, siempre y en todo lugar, un canto no al progreso, sino a un conservadurismo inmovilista que aspira a que el futuro sea igual al presente y el presente igual al pasado. Es falta de ambición, de visión y de comprensión sobre las dinámicas sociales y es, en suma, una apelación a la mediocridad y al pobrismo.

Los políticos españoles no deberían gritar "más transporte público y menos lamborghinis", sino más transporte público, más lamborghinis, más escuelas, más hospitales, más primeras viviendas, más segundas viviendas, más tiempo libre, más arte, más I+D y, en suma, más riqueza. Porque en una economía en crecimiento podemos tener más de todo ello: solo en una economía estancada o en retroceso hemos de priorizar unos descartando otros. El discurso de Sánchez es antagónico a la cultura del crecimiento que ha caracterizado a la Revolución Industrial y es, por ende, es una apología del oscurantismo económico.

La renta per cápita española ha tenido un comportamiento grisáceo durante los últimos 17 años. Son casi dos décadas de parálisis, fundamentalmente provocadas por nuestra debacle productiva y financiera a partir de 2007, que ha dejado una profunda huella en varias generaciones de españoles. Y es que, para millones de personas, el horizonte vital que cabe esperar por defecto es el del estancamiento económico: sus ingresos disponibles ni han crecido apreciablemente en el pasado ni esperan que vayan a hacerlo en el futuro.

Pedro Sánchez
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