Es noticia
Qué significa un euro soberano
  1. Economía
  2. Tribuna
Fernando Primo de Rivera

Tribuna

Por

Qué significa un euro soberano

Un euro propiamente soberano solo es factible con una unión política y fiscal que sustancie el armazón monetario

Foto:  Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Esta semana, la Comisión Europea ha presentado el caso del papel reforzado del euro en los mercados de capital internacionales y postulado la pretensión de retar la hegemonía del dólar como algo factible. A simple vista, el evento no pasa más que por un habitual repaso inocuo a otro tema más en la bandeja del qué hacer comunitario. Sin embargo, en el núcleo del asunto —la posibilidad o no de tener un euro soberano—, se conjuran en una misma línea los frentes técnicos y políticos que atenazan el devenir y ritmo de la integración europea.

Frente a los motivos de celebración —la emisión de deuda conjunta tras la aprobación del fondo de recuperación para lidiar con la crisis covid-19 y la brutal fragmentación económica derivada—, encontramos la oposición numantina a trascender el hermetismo de soberanías nacionales hacia un destino explícito de federación que ha determinado la Europa de la última década. El papel del euro es la punta de lanza, el centro dovela dónde las pretensiones de la “autonomía estratégica” auspiciada por Macron convergen con el compromiso de la línea Merkel por el pragmatismo. Un euro propiamente soberano solo es factible con una unión política y fiscal que sustancie el armazón monetario, dicen los mercados de capital, en un susurro constante de apelación a ese pragmatismo teutón en liza permanente con los demonios del populismo identitario.

El patrón hegemónico dólar y sus derivas

Técnicamente, el papel que las monedas puedan tener como referencia global excede con mucho el peso que tienen como activo líquido de reserva internacional de bancos centrales y grandes organismos internacionales. Este peso del euro ha sido más o menos constante desde su lanzamiento hace algo más de 20 años, en torno al 20-25% frente a un casi 70% del dólar. Más que esos porcentajes de curso, lo realmente definitorio es el orden de prelación jerárquica en la escala de riesgo-país a nivel global, lo que determina la importancia crucial de una moneda.

Foto: El símbolo del euro en la sede del Banco Central Europeo, en Fráncfort. (Reuters)

Por esa cualidad intrínseca en mercados por la que los precios son siempre referencias relativas y esa propensión tan humana a buscar siempre el liderazgo, es cómo el dólar apuntala su “privilegio exorbitante” —expresión acuñada por Giscard d´Estaing, para hacer referencia a la capacidad americana de sufragar déficits públicos y comerciales de cualquier magnitud sin penalización aparente por parte de mercados—. Cualquier evento de riesgo global redunda en la misma pauta por la que el dólar es el activo refugio por excelencia. Así respiran los mercados. ¿Que no se extienden los límites de endeudamiento americano con riesgo de quiebra técnica, como ocurrió en verano de 2011? Da igual, es el dólar y el papel del Tesoro americano, el que se aprecia. La hegemonía de la moneda americana alcanza esa subversión de la lógica.

El aval de esta dinámica subyace en la representación, la simbología de EEUU como referente de democracia y sociedad abierta con capacidad militar para defender una suerte de orden internacional liberal: bienvenidos hayan sido los 70 años de mayor progreso de la humanidad en la Historia. Desde la Gran Crisis Financiera y posteriormente la irrupción del fenómeno populista Trump, que sobrevivirá a su propio mandato, este patrón de 'mejor estándar' ha quedado algo huérfano. La impotencia del capitalismo financiero para superar constructivamente sus propias contradicciones y excesos redundó en la ultradependencia de la liquidez de bancos centrales. Sin límites, se afrenta el mismísimo principio de integridad fiduciaria y se pone en cuestión ni más ni menos que el valor de la convención social por excelencia, el dinero —de ahí el fenómeno bitcoin—.

Foto: Billetes de dólar y de euro. (Reuters)

Bajo el liderazgo del dólar americano y esa adicción a la política monetaria, una suerte de perversión sistémica, se mantiene vivo quizás hasta un 20 o 25% del tejido empresarial del mundo desarrollado a base de liquidez —el mundo zombi—. Pero ningún mejor exponente de los excesos que la mitad del mercado soberano del mundo desarrollado presentando tipos negativos —te cobran por aparcar el dinero, y como efecto colateral, la mayor burbuja de activos financieros de la Historia—. Son todos ellos fenómenos concomitantes a la financiarización de las economías y la polarización política azuzada por niveles de 'desigualdad' sin precedentes, sobre todo en EEUU, como apuntábamos aquí.

Entresijos de una reconfiguración interna

De este lado del Atlántico, celebrar el posible papel incipiente del euro como moneda de referencia global tras los méritos incuestionables del fondo como precursor de un posible Tesoro europeo —la financiación mutualizada, las transferencias netas para mitigar la fragmentación— parece un ejercicio legítimo por parte de la Comisión. Al fin y al cabo, es el órgano ejecutivo europeo encargado de hacer valer el interés propiamente europeo por encima del cacareo nacional del Consejo, que alberga toda la homilía nacionalista en su formato intergubernamental.

Pero el descorche de champán es prematuro y la celebración, por el momento, pírrica. Los datos hablan. La deuda común en instituciones europeas —emisiones del fondo, el MEDE y el BEI— alcanzará un 15% del PIB €, frente al 120% de EEUU para 2023. Aun habiendo demanda subyacente, ni por asomo las diferencias de liquidez cuentan con la virtualidad de contestar la hegemonía del dólar. Pero por encima de todo, cualitativamente, y a pesar de las aspiraciones 'hamiltonianas' del momento, el euro sigue siendo una unión monetaria sin componente fiscal federal. A pesar de toda la declama oficial en favor de la 'autonomía estratégica', 'motto' de esta última Comisión y línea marcada por Macron, y desde que los 'sabios europeos' metieron sus propuestas de reforma en el cajón en 2015 a instancia de los países frugales, la cuestión sigue sin debatirse.

Foto: La cara de Washington en un billete de un dólar impresa con una mascarilla, junto a billetes de 50 euros. (Reuters)

Una de las condiciones expresas de los frugales para la aprobación del susodicho fondo es su carácter extraordinario e interino. Esto quiere decir que una vez ejecutado, allá por 2023, la cruda realidad de una fragmentación económica norte-sur ya crónica, pues llueve sobre la crisis 2010-2012, será palmaria. Aparte de la divergencia en crecimiento incremental, el saldo relativo de deuda sur a norte se habrá incrementado en 15-20%. Todo el armazón fiscal del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de 2010, que hasta el covid contenía déficits públicos y deuda, ha quedado en suspenso para 2020 y 2021, y la Comisión de Asuntos Económicos ha abierto un debate sobre qué hacer en adelante.

En el fondo, es exactamente el mismo debate que se orilló aquel 2015 y afecta de raíz a la unión fiscal y al euro soberano. Entre la Comisión y el Consejo, se ha pergeñado durante años ya una relación con ciertos tintes esquizofrénicos por la que las ideas significan una cosa para unos y otra para otros. La realidad sigue siendo la misma: brutal fragmentación económica tapada por el BCE y la obsolescencia de aquel marco fiscal intergubernamental del PEC. Es aquí donde el pragmatismo alemán acuñado durante la década —hacer lo mínimo, pero dejando abierta la opcionalidad— toma el testigo y flirtea con aquella 'autonomía estratégica' tan manida recientemente. Son dos extremos que se tocan, falta cerrar el arco.

De vuelta a Alemania

Sin duda, un espíritu concienzudo, y riguroso como el alemán, cuya expresión política catapultó Europa mediante el Green Deal a liderar la revolución verde digerida por los mercados globales este año, tiene un reto digno por resolver. La consumación del euro como un proyecto de integración política, disciplina económica y símbolo de identidad europea. Algún tipo de unión fiscal con la reconfiguración del Pacto de Estabilidad y Crecimiento es lo que está en la bandeja, y modelos hay en los cajones de la Comisión.

Foto: La canciller de Alemania, Angela Merkel. (Reuters) Opinión

Laschet, al frente del CDU y eventualmente candidato para la Cancillería, representa la facción continuista de Merkel abrazando el pragmatismo. Está inexcusablemente llamado a poner Europa a la altura política de su peso económico a través de un euro soberano que avalen los mercados. Partir de un ejercicio de comparación de los fundamentos económicos de un posible euro soberano con el dólar parece lo más práctico. La Europa del euro cuenta con un 20% de menor deuda soberana agregada sobre PIB, y una posición comercial equilibrada o superavitaria frente al déficit estructural americano. En rigor, mejor estándar que el dólar.

Ese mismo espíritu, tan científico, gravitará necesariamente alrededor de los principios básicos de integridad fiduciaria y equilibrio presupuestario cómo máximas de gestión económico-financiera, los que se han ido con el dólar. La necesidad de marcar límites a la impresión de dinero, cuya denuncia ya aparece en Goethe y repite incansablemente el Tribunal Constitucional de Karslruhe, está irremediablemente condicionada a la reconfiguración del equilibrio presupuestario desde un criterio nacional a otro suficientemente federal a través de algún tipo de unión fiscal que compren los mercados. Nada distinto funcionará.

En lenguaje de mercados, quiere decirse que, sin esa unión fiscal suficiente, el BCE está hipotecado 'sine die' a contener 'spreads' de la periferia, obviando financieramente la fragmentación económica real. Si, como es altamente probable, la cantidad de estímulo global, ahora también fiscal, acaba arrancando la inflación, para 2022 o 23 tendremos la alineación de estrellas. La expiración del fondo y subidas globales de tipos de interés catalizarán inaplazablemente la reforma del euro.

Foto: Sede del BCE, en Fráncfort. (EFE)

Toda la política europea en torno a las crisis y la integración ha botado entre dos 'realidades alternativas'. Son dos imaginarios que representan las servidumbres que los partidos centrados rinden a sus respectivos flancos populistas. En el norte, se ha hecho creer al electorado que el euro en su formato actual es funcional y sostenible, e incluso justo. El propio Merz, felizmente desechado para liderar la CDU, seguía utilizando recientemente la desafortunada expresión “unión de transferencias” en un guiño a su derecha. En el sur, aprovechando la coyuntura del BCE en modo impresión sin límite, existe la creencia de que cualquier reformulación del euro que comporte algún tipo de unión fiscal supondría el fin de la disciplina económica financiera.

Mientras que la crisis 2010-2012 sirvió para atar más que bien los populismos de izquierda en la periferia, el cordón sanitario del norte a la derecha radical populista se ha ceñido a cuestiones inmigratorias. El euro y sus implicaciones fueron la gran cuestión velada. De toda la mitología evanescente en torno a la sostenibilidad y justicia de la arquitectura actual del euro, aún participa todo un espectro del arco político. Esa es la asignatura pendiente del centro derecha alemán llamado a liderar el país y definir su papel en y para Europa.

Que de paso se dote a Europa de 'autonomía estratégica', se salga del parroquialismo asumiendo con pragmatismo el entorno financiero global y se conteste con fundamento la hegemonía del dólar en derrapada sistémica, parecen casi efectos colaterales... Tal ha sido el cariz de la renuencia.

Esta semana, la Comisión Europea ha presentado el caso del papel reforzado del euro en los mercados de capital internacionales y postulado la pretensión de retar la hegemonía del dólar como algo factible. A simple vista, el evento no pasa más que por un habitual repaso inocuo a otro tema más en la bandeja del qué hacer comunitario. Sin embargo, en el núcleo del asunto —la posibilidad o no de tener un euro soberano—, se conjuran en una misma línea los frentes técnicos y políticos que atenazan el devenir y ritmo de la integración europea.

Dólar Política monetaria