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Jesús de Nazaret: los valores malogrados
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Antonio Casado

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Jesús de Nazaret: los valores malogrados

El cristianismo creció. Y creció el templo, tanto que se comió a la doctrina y a su creador, como en el poema de León Felipe

Foto: Belén viviente de Buitrago de Lozoya. (Europa Press/Rafael Bastante)
Belén viviente de Buitrago de Lozoya. (Europa Press/Rafael Bastante)
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Mientras hablamos del mensaje de anoche del Rey, las mentiras de Sánchez, las dos guerras y media en los confines de Europa o ladrones de aceitunas, las familias españolas hacen su tradicional inmersión en "la banalidad del bien". Con el mismo título véase el ensayo del joven filósofo Jorge Freire (editorial Páginas de Arena, octubre 2023) sobre el exhibicionismo como perverso efecto colateral de las buenas acciones, la impostada sonrisa social y los reencuentros familiares decretados por el calendario.

Al fondo, el glorioso pero malogrado estribillo anual de un hecho histórico: el nacimiento de Jesús de Nazaret. El cristianismo no dejó de crecer. Y creció tanto el templo que se acabó comiendo a la doctrina y al hombre que la creó, como en el poema del gran León Felipe. En esta parte del mundo se consolidó el perfil humanista del fundador. Su figura ya forma parte de nuestra arquitectura moral, sean o no sean ciertos los hechos de aquel predicador judío que sus exégetas (los llamados evangelistas) presentaron como un joven bueno, piadoso, afable (¿pacífico?), ejemplar y solidario con los más vulnerables.

En nuestro disco duro quedan las lecciones morales aprendidas en las biografías del joven y carismático líder que lanzó un ataque preventivo en toda regla contra los poderosos, los soberbios y los que miran por encima del hombro a los demás. Un personaje cuya existencia histórica está acreditada no solo por Lucas o Mateo, sino también por Flavio Josefo o Plinio el Joven. El agnosticismo no cancela la huella del hombre ejemplar que nos enseñó, como diría Machado, el secreto de la filantropía. O sea, el Sermón de la Montaña, que es el pasaje central en un legado que forma parte de la trilogía europea de valores (urnas, leyes y derechos humanos) cada vez más tambaleantes.

Esa indeleble huella cristiana en la formación de un agnóstico, como el firmante de esta columna, es la que me permite glosar la ejemplar biografía del hijo de María y José y no los misereres por su luctuosa muerte en la cruz, que era el castigo reservado por los romanos a los insurgentes en la Judea del siglo I (Bermejo Rubio, La invención de Jesús de Nazaret). A quienes no militamos en el sufrimiento como atajo redentor nos inspira más el Cristo triunfante del Domingo de Ramos que el claudicante y sufriente Jesús del madero.

A quienes no militamos en el sufrimiento como atajo redentor nos inspira más el Cristo triunfante del Domingo de Ramos que el sufriente

Aunque sea el menos celebrado, mucho mejor y mucho más vigente, el Cristo que caminó sobre las aguas del lago Tiberíades y multiplicó los panes y los peces para dar de comer al hambriento. El comprometido con los parias de la tierra. El activista contra el fariseísmo, la arbitrariedad, la opresión y los mercaderes que habían convertido el templo en una cueva de ladrones.

Un verdadero programa cargado de valores de escasa circulación en nuestros días, ¿verdad? Y no me nieguen ustedes que todo esto no resuena en las políticas represivas contra los inmigrantes, las colas del hambre o la inmoralidad de la vida pública. Por ejemplo. Sin entrar en más detalles, por tener la fiesta en paz.

Felicidades para todos.

Mientras hablamos del mensaje de anoche del Rey, las mentiras de Sánchez, las dos guerras y media en los confines de Europa o ladrones de aceitunas, las familias españolas hacen su tradicional inmersión en "la banalidad del bien". Con el mismo título véase el ensayo del joven filósofo Jorge Freire (editorial Páginas de Arena, octubre 2023) sobre el exhibicionismo como perverso efecto colateral de las buenas acciones, la impostada sonrisa social y los reencuentros familiares decretados por el calendario.

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