Al Grano
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La gobernabilidad de Cataluña entre quinielas
La más insidiosa de las conjeturas atribuye a Sánchez la intención de resucitar el 'procés' y recolocar a Puigdemont
Estamos inmersos en una absurda marea especulativa sobre la gobernabilidad de Cataluña en base a la aritmética electoral del domingo pasado. Conjeturas con pretensión de conclusiones provisionales. Ni eso. Solo tanteos en el vacío. Pasto fresco para finos analistas y ocurrentes tertulianos.
¿Por qué es absurda esta marea?
Primero, porque se basa en las declaraciones públicas de dos personajes políticamente desahuciados: un independentista pragmático que está de salida (Pere Aragonès) y un nacionalista dogmático que flota sobre una nube alejada de la realidad (Carles Puigdemont).
Segundo, porque ese agobiante quinielismo ignora el poder modelador de acontecimientos previos a la sesión de investidura, prevista para el 25 de junio como muy tarde. A saber: el resultado de las elecciones europeas, acercamientos diversos que aflorarán con la constitución del Parlament, el impacto político-judicial-mediático de la publicación de la amnistía en el BOE y, en fin, cualquier novedad en un ecosistema tan aquejado de continuos sobresaltos como el nuestro.
Huelgan las conjeturas cuando en la mayoría de los partidos no se han formado sus respectivas comisiones negociadoras. Sí lo ha hecho el PSC, cuya portavoz, Núria Parlón, anuncia el propósito de negociar “desde la calma” la gobernabilidad de una Cataluña que en las urnas ha dicho sí a la política de las cosas y no al extenuante desvarío secesionista.
A partir de esa premisa mayor (sed de bienestar y no de bronca permanente) verificada en las urnas, solo dos salidas: Govern de Illa sobre alguna fórmula pactada con la ERC y comunes, o vuelta a votar por bloqueo de las fuerzas independentistas que acaban de salir escaldadas de las elecciones.
La mera aritmética del recuento electoral elimina como opción el recosido frente nacionalista propuesto por Puigdemont porque 59 o 61 escaños a favor -variante Orriols- siempre serán menos que 74 o 76 en contra. Y el mandato de las urnas, que han castigado el victimismo de los 'indepes' y sus codificados ataques al Estado represor, impide a los socialistas de Illa cualquier tentación de apadrinar una resurrección del independentismo, aunque sí puede entenderse con ERC, que es ideológicamente cercano y practica la paciencia histórica respecto al ensueño soberanista.
Pero, atención, eso no justifica el proceso de intenciones que ayer endosaba el PP al PSOE respecto a una presunta una operación para resucitar el 'procés' y recolocar a Puigdemont. De todas las conjeturas venteadas desde la noche del domingo, es la más insidiosa y la peor informada.
La acusación a Sánchez de que “piensa ocultar sus pactos hasta después de las elecciones europeas para dar al independentismo el poder que no le han dado las urnas”, fabricada en la reunión del comité ejecutivo del PP, celebrada ayer en su sede de la calle Génova, no la comparte ni su propio jefe de filas catalán, Alejandro Fernández, que unas horas antes había dado por muerto el 'procés'.
Es como decir que el presidente del Gobierno piensa desmentirse sobre el poder disuasorio de la amnistía ante nuevas aventuras secesionistas. Lo que estamos viendo es que el discurso de Moncloa celebra que su política conciliadora le haya parado los pies al independentismo mediante el no a la bronca y el sí a la olvidada política de las cosas durante una década de hegemonía nacionalista.
No hay ninguna posibilidad de que la gobernación de Cataluña quede en manos distintas de las de Salvador Illa, el mejor situado en el cruce de la línea ideológica (izquierda) con la identitaria (catalanismo) sin desbordar el marco de la Constitución. En el peor de los casos, la organización del PSC, que no ha querido ni ver por la campaña a los ministros del fango y siempre fue celosa de su autonomía frente a Ferraz, ahora que vuelve a ser la fuerza dominante, nunca permitiría que los intereses de Illa se supeditaran a los de Sánchez. Esta vez coinciden.
Estamos inmersos en una absurda marea especulativa sobre la gobernabilidad de Cataluña en base a la aritmética electoral del domingo pasado. Conjeturas con pretensión de conclusiones provisionales. Ni eso. Solo tanteos en el vacío. Pasto fresco para finos analistas y ocurrentes tertulianos.
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