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Un cortejo fúnebre entre dos domingos gloriosos
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Antonio Casado

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Un cortejo fúnebre entre dos domingos gloriosos

"Por los puentes de Zamora lenta y sola iba mi alma. A ratos miraba el cielo, a ratos miraba el agua" (Blas de Otero)

Foto: Una procesión de Semana Santa en Zamora. (EFE/Miriam A. Montesinos)
Una procesión de Semana Santa en Zamora. (EFE/Miriam A. Montesinos)
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Dice mi admirado Carlos Zúmer que todos los años se enfrenta a la fallida curiosidad por conocer la Semana Santa castellana. Su problema es que coincide con la otra, la del sur, donde le lleva la razón familiar. Así que una vez más se quedará sin conocer la diferencia (¡Viva la diferencia!) entre la sobriedad y la algarabía, el recogimiento y la fiesta.

A mí me ocurre justo lo contrario.

El cuerpo me pide el contraste hasta ahora inalcanzable. También porque las razones familiares, desde la nacencia en las faldas zamoranas del Teleno leonés y la primera juventud a orillas del Duero, me llevan año tras año a reencontrarme con ese profundo atavismo que es la conmemoración de la muerte de Cristo. Y me privan de conocer la Semana Santa del jolgorio sureño, si me atengo a las etiquetas que, de todos modos, "son relativas", como sostiene Zúmer en uno de sus excelentes comentarios para la radio de Onda Cero.

En mi tierra, la religión va por delante de la antropología. Aquí la etiqueta encaja en el sobrio ritual de los zamoranos cuando pasean en procesión al "Cristo hombre", desfigurado, torturado, sufriente y vencido que inspiró a León Felipe justamente en esos términos. Hasta el punto de compararle con Don Quijote, otro salvador cubierto de burlas. Nada que ver con la figura triunfante cantada por el sureño Antonio Machado: "No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar".

Frente al Cristo apaleado y vencido que paseamos en Zamora, prefiero al carismático predicador del Sermón de la Montaña

En cierta ocasión pregoné que la Semana Santa Zamora es un cortejo fúnebre entre dos domingos gloriosos. No me exalta este Cristo apaleado y vencido. Prefiero al carismático predicador del Sermón de la Montaña, el que se acercaba a los niños y el que la emprendió a latigazos con quienes olvidaron la doctrina y se quedaron con el templo para instalar sus puestos de venta.

Sostiene Zúmer que en lugares como Sevilla se ha consolidado la imagen de una Semana Santa "festiva y de barrios", mientras que la castellana se reconoce en el rigor y la contención. Con mirada de agnóstico solo hablo por la que conozco. Y no quiero ni puedo ignorar la pedagogía del malogrado mensaje del cordero de Dios que quería quitar los pecados del mundo:

Foto: Se busca guardería para nuestro perro: Irene, usuaria de Gudog. (Clara Fagalde)

Si ese mensaje hubiera germinado en la conciencia planetaria de los seres humanos, que no es el caso, no estaríamos lamentando los bombardeos sobre la población civil de Ucrania o el genocidio como paso previo a la explanación de la franja de Gaza para convertir el terreno en activos inmobiliarios. Por no hablar del hambre, la desigualdad, la injusticia y el retorno a la ley del más fuerte en las relaciones internacionales.

Hoy, Miércoles Santo, es noche de silencio en Zamora, junto al Cristo crucificado por el poder que nos cita en la catedral. Antes, la procesión de las capas pardas, un desfile de fúnebre resignación y cabezas humilladas, aunque sin ese punto de orgullosa elegancia del monje de Zurbarán. Esta procesión es la que mejor representa la sobria y medieval manera que tienen los zamoranos de entender la muerte de Cristo.

Y mañana, el miserere, el canto doliente que te rompe el alma si te pilla desprevenido. Entre otros desfiles fúnebres que marcan la conmemoración de aquella pasión y muerte que nos enseñaron en la escuela. Y así, hasta el Domingo de Resurrección que, por fin, en Zamora se celebra con ruido y con la misma algarabía sureña del Domingo de Ramos.

Dice mi admirado Carlos Zúmer que todos los años se enfrenta a la fallida curiosidad por conocer la Semana Santa castellana. Su problema es que coincide con la otra, la del sur, donde le lleva la razón familiar. Así que una vez más se quedará sin conocer la diferencia (¡Viva la diferencia!) entre la sobriedad y la algarabía, el recogimiento y la fiesta.

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