El Zaguán
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La fiesta de Sánchez en la Andalucía cornuda y apaleada
En el momento de mayor depresión socialista, y con los privilegios a Cataluña en la mente, Juan Espadas ofrece su escaparate para que el líder diga lo que nadie quiere oír
Sevilla siempre ha sido más de exhibirse que de hacerse notar, mejor público que anfitriona, más wedding planner que novia de postín. Un jugador número 12 talismán para los partidos de la selección por su capacidad para generar un ambiente que lleva en volandas al equipo, aunque en éste por lo general haya pocos futbolistas determinantes de la tierra. Un escaparate perfecto para acoger la gala de entrega de los Goya o de los Grammy latinos, si bien a la hora de la verdad sean pocas las personas nacidas en la ciudad que suban al escenario a recoger un premio, y hasta apenas ocupen unos pocos lugares en el patio de butacas.
Sevilla está encantada de conocerse, de enseñarse al mundo, de mostrar su colorido plumaje y lucirse como un pavo real de los que habitan los Reales Alcázares, de recibir a visitantes a los que enseñar sus bellezas por el mero hecho de presumir de ellas, no para que le digan lo bonita que es, porque con eso ya cuenta. Lo dijo Antonio Gala con su tino poético, “lo malo no es que los sevillanos piensen que tienen la ciudad más bonita del mundo, lo peor es que puede que hasta tengan razón”. Lo sentenció Silvio Fernández Melgarejo, con su pícara socarronería de filósofo rockero: “Sevilla no tiene que demostrar que es la ciudad más bonita del mundo… que lo demuestre la segunda”.
Es presumida y orgullosa, altiva como una noble venida a menos que adorna con exuberancia la fachada de su casa palacio mientras el interior se cae a pedazos. Lo define a la perfección Arturo Pérez-Reverte en la introducción de su novela La piel del tambor, “todo aquí es ficticio, excepto el escenario, nadie podría inventarse una ciudad como Sevilla”.
Por eso, cuando anunciaron que el 41º Congreso Federal del PSOE se celebraría en Sevilla a finales de noviembre, me pareció una metáfora perfecta. Con los territorios en pie de guerra por la firma de un pacto que concede privilegios a Cataluña, y en el momento de mayor depresión socialista en una tierra que ha gobernado con pulso firme durante 40 años, la capital andaluza se encargará de organizar la fiesta para que Pedro Sánchez diga lo que nadie quiere oír, que lo que parece un concierto fiscal, suena como un concierto fiscal y camina como un concierto fiscal, en realidad no es un concierto fiscal.
Mientras barones autonómicos como Emiliano García-Page, Javier Lambán, Luis Tudanca, Juan Lobato o Miguel Ángel Gallardo alzan la voz en mayor o medida contra las decisiones de Sánchez, en Andalucía Juan Espadas no sería capaz de discutirle ni aunque dijera en su discurso que está encantado de venir de nuevo a Extremadura, por recordar la anécdota de Alberto Núñez Feijóo en la campaña de las pasadas autonómicas.
En el amplio y sabio refranero español hay varias expresiones que definen de una manera muy gráfica lo que va a protagonizar Sevilla, y por extensión Andalucía, en el Congreso Federal del PSOE, si bien ninguna de ellas casa demasiado bien con la época de corrección lingüística actual. Pero como Francisco de Quevedo hizo alusión a una de ellas en El Buscón nos sentimos legitimados para citarla, aquella de “tras cornudo, apaleado, y mandábanle bailar, y aún dicen que baila mal”.
Espadas tendrá preparada la mesa con la mantelería bordada y la vajilla buena para recibir al invitado de postín en el congreso del PSOE
Cierto es que tenemos sobrados ejemplos de que los firmes principios no parecen casar demasiado bien con la política del momento, como el hecho de que los responsables de la emboscada para liberar a presos etarras destapada por El Confidencial y quienes cayeron en ella por no hacer su trabajo aún sigan en sus puestos, pero este asunto desborda cualquier comprensión. ¿Qué lleva a Juan Espadas, alguien que ha sido consejero autonómico y alcalde de Sevilla, a acatar esta humillación constante, no ya con una resignación cristiana, sino incluso aparentando una adhesión inquebrantable?
Por qué no es capaz, ya no digo de rebelarse o protagonizar un acto de insumisión, sino al menos de establecer una mínima distinción entre cuando habla el líder de los socialistas de Andalucía y cuando lo hace el portavoz de Pedro Sánchez en el Senado. Y no sólo por una cuestión de dignidad o amor propio, sino simplemente, aunque sea, por una estrategia política o electoral. ¿Acaso cree alguien que una mayoría de los andaluces comparte la decisión de conceder a Cataluña lo que no tienen el resto de las comunidades autónomas?
El 29 de noviembre, Juan Espadas tendrá preparada la mesa con la mantelería bordada y la vajilla buena, la de La Cartuja, para recibir al invitado de postín y dirá que está encantado de acogerlo. Quizás hasta sea capaz de repetir que Andalucía no tiene un problema de infrafinanciación, sino que recibe todo lo que merece, e incluso más gracias a la magnanimidad del líder supremo, pero que la pésima gestión del presidente de la Junta y su terrible manía de bajar los impuestos tienen la culpa de todo.
Después lo escuchará desde la primera fila, con su sonrisa de los domingos, levantándose solícito para aplaudir cuando oiga alguna expresión clave, como “financiación singular”, “solidaridad entre territorios”, algún elogio a los condenados injustamente por los ERE o tal vez “fachosfera”. Y, más tarde, lo despedirá agitando su mano en el aire, mientras la comitiva se marcha veloz, sin detenerse, como en la escena final de Bienvenido, Míster Marshall. Tal vez, a lo sumo, le dé tiempo a rogarle que a ver qué podemos hacer con el problema de la vivienda, porque como dice la Ministra de la cosa, que por lo visto la hay, si no dónde se van a alojar los que atienden a los turistas y los camareros que nos sirven los vinos.
Sevilla siempre ha sido más de exhibirse que de hacerse notar, mejor público que anfitriona, más wedding planner que novia de postín. Un jugador número 12 talismán para los partidos de la selección por su capacidad para generar un ambiente que lleva en volandas al equipo, aunque en éste por lo general haya pocos futbolistas determinantes de la tierra. Un escaparate perfecto para acoger la gala de entrega de los Goya o de los Grammy latinos, si bien a la hora de la verdad sean pocas las personas nacidas en la ciudad que suban al escenario a recoger un premio, y hasta apenas ocupen unos pocos lugares en el patio de butacas.