Los lirios de Astarté
Por
Maldiciones
Las 'defixiones' eran hechizos, maleficios, conjuros que tenían como objetivo evitar o minimizar el daño de los enemigos, influir por medios sobrenaturales en el bienestar de otras personas deseándoles, incluso, la muerte
Voy y vengo en este trajín de superviviente a pulmón por las calles de una ciudad que empiezo a mirar con nostalgia. Me cruzo con un grupo de chicas jóvenes. Rosa, plata, morado en las fundas de los móviles que sujetan mientras escuchan y cantan a coro el hit del despecho de Shakira. Como un himno de corazones rotos en época de amores de pladur.
En lides musicales para echar cositas en cara, yo soy más de la Jurado y de Sabina, más de faraonismo y canalleo, pero, sobre todo, soy muchísimo más de tablillas de maldiciones. El dolor, a buril sobre planchas de plomo y que los dioses hagan su trabajo. Mejor Plutón que Bizarrap.
Porque, para todo, hay que irse a Grecia y Roma, a un mundo en el que la línea que separaba la vida real de la vida de ultratumba era muy difusa. Un mundo donde también había siniestralidad amorosa y la gestión emocional se practicaba a base de conjuros.
Normalmente llamadas defixiones, aunque el término latino para referirse a ellas es devotio, eran hechizos, maleficios, conjuros que tenían como objetivo evitar o minimizar el daño de los enemigos, influir por medios sobrenaturales en el bienestar de otras personas deseándoles, incluso, la muerte. El soporte a utilizar para el maleficio debía elegirse concienzudamente, ya que de su correcta elección dependía el éxito de la empresa. Se han encontrado tablillas de maldición de cobre, estaño, bronce y oro, aunque el material más utilizado era el plomo por su maleabilidad y bajo precio, porque era fácil la tarea de inscribir en él y por las connotaciones negativas, oscuras y mágicas y por el color vinculado con la muerte.
Ya tenemos la tablilla, vayamos ahora al texto.
En la mayoría se ha utilizado el griego y el latín, aunque también se han encontrado defixiones en otras lenguas como la celta o la fenicia. En estos textos se invocaba a los dioses y semidioses grecolatinos, a deidades del inframundo, a los chungos del panteón, en definitiva. También se podía recurrir a los dioses más formales como Neptuno, Minerva, Júpiter, o tirar de dioses más locales, que igual por vecindad ponían más empeño en la tarea. Y a las almas de los muertos, a su poder telúrico.
Se han encontrado más de mil seiscientas maldiciones en el mundo romano, de ellas, veintiocho pertenecen a la Hispania romana y de estas, dieciséis están localizadas en Andalucía.
De difícil traducción por las incorrecciones derivadas del uso del latín vulgar, son vestigios que nos abren una ventana a la historia de personas con miedos e inseguridades, con ambiciones y anhelos que no se diferencian mucho de las de un ciudadano medio sin antecedentes penales, pero con su mijita de mala idea.
Pongámonos en la piel de Dionisia, una esclava que en la Córdoba del siglo I d. C. ruega a Proserpina, diosa del inframundo, que se lleve por delante a su dueña Dentatia, que el conjuro le cause la muerte y acabe así la mala vida que debía darle.
Vayámonos ahora a Peñaflor, la antigua Celti romana, en la provincia de Sevilla: “Marcelo Valerio sea mudo y callado (en el litigio que tiene) contra Gayo Licinio Galo. Tal como una rana sin lengua es muda y callada, así quede Marcelo mudo, callado, paralizado contra Licinio Galo”. Maldiciones y otras formas poco ortodoxas de interferir en un juicio.
Itálica, Casabermeja o Mengíbar son algunas de las localizaciones de estas tablillas que también debían situarse en lugares muy específicos, zonas de tránsito entre el mundo de los vivos y el más allá y en los que poder contactar con los espíritus que allí habitan como pozos o manantiales y, en mayor medida, necrópolis y tumbas.
“Isis Myronima, te confío el robo del que he sido víctima. Dame pruebas de tu divinidad y majestad, de manera que prives de la vida públicamente a aquel que lo hizo, que robó mi propiedad: una cubierta de cama de blanca nueva, un tapete nuevo, dos colchas usadas; te ruego. Señora, por tu majestad, que castigues este robo”. Esta es la súplica de un vecino o una vecina de Baelo Claudia en el siglo II d. C. ante el robo de su ropa de cama nueva, que le habría costado su dinerito y que, dada la petición de justicia divina, poca esperanza de recuperarla albergaba. No se lo afeo, sinceramente, máxime en estos días de termómetros azules en los que cuesta más separarse de las sábanas de coralina que del amor de tu vida.
De Astigi, de una tumba localizada en la necrópolis situada más cerca del circo, procede una defixio circense de finales del siglo I d. C. en la que figuran los nombres de dos equipos que van a competir y que están compuestos por doce cuadrigas. El objetivo de esta tablilla es neutralizar la capacidad del equipo rival para derrotar al equipo del autor del texto. Mal de ojo sin posibilidad de revisión por el VAR de la época.
Y defixiones amorosas, conjuros de amor suplicando correspondencia, encantamientos para castigar adulterios, embrujos para amores imposibles. Aunque de estas aún no tenemos ninguna localizada en Andalucía porque nos duele más que nos roben las sábanas que el corazón.
Voy y vengo en este trajín de superviviente a pulmón por las calles de una ciudad que empiezo a mirar con nostalgia. Me cruzo con un grupo de chicas jóvenes. Rosa, plata, morado en las fundas de los móviles que sujetan mientras escuchan y cantan a coro el hit del despecho de Shakira. Como un himno de corazones rotos en época de amores de pladur.