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Los años locos
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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Los años locos

En 1922, vio la luz en Sevilla Baldomero Romero Ressendi. En una época de incertidumbres y desazón nacía un pintor cuya obra te remueve en el sillón, no es complaciente, no es amable, no es cómoda, pero te agarra del cuello y te atrapa

Foto: 'Las tentaciones de San Jerónimo', de Ressendi.
'Las tentaciones de San Jerónimo', de Ressendi.

Ya estrenada la década de los veinte, los años locos de una Europa desgarrada por la Gran Guerra, el arte servía de vía de escape de una realidad oscura, amenazante, revestida de una felicidad superficial. El Art Decó nacía como un estilo de artes decorativas, desde rascacielos a joyas, marcado por un eclecticismo hedonista al servicio de una clase burguesa ávida de evasión.

Hoy quiero llevarles cien años atrás.

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En Italia, el fascismo alcanzaba el poder con Mussolini al frente y en el Este asistimos a la creación de la URSS.

Hace cien años se vaciaba en bronce la pequeña bailarina de catorce años de Degas y Romero de Torres alcanzaba el éxito internacional con una exposición trascendental en Argentina.

En Madrid, unos jóvenes Dalí, Buñuel, Lorca, Alberti y Juan Ramón, compartían residencia de estudiantes. Y mujeres como María Zambrano, María Moliner y Victoria Kent, rompían estereotipos y se convertían en referentes para otras mujeres.

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Todo esto ocurría en el mundo y en una España inmersa en una inestabilidad política que desembocaría en el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923.

En este 2022 en el que celebramos efemérides trascendentales que tienen a Andalucía y a andaluces como protagonistas, la Primera Vuelta al Mundo y el fallecimiento del lebrijano Elio Antonio de Nebrija, también se cumplen cien años del nacimiento de un artista inclasificable, genuino en el sentido no manoseado del término.

El mismo año que nacía en Carolina del Norte la bellísima Ava Gardner, vio la luz en Sevilla Baldomero Romero Ressendi.

placeholder Autorretrato de Ressendi.
Autorretrato de Ressendi.

En una época de incertidumbres y desazón nacía un pintor cuya obra te remueve en el sillón, no es complaciente, no es amable, no es cómoda, pero te agarra del cuello y te atrapa. La obra de Ressendi es la sal en la época de azúcar del costumbrismo sevillano de García Ramos, Jiménez Aranda o Alfonso Grosso.

Ressendi, genio, figura y disfrutón, poseedor de un talento arrebatador y protagonista de una vida al servicio de la anarquía vital.

Que si dejó tirado al mismísimo Franco con un retrato encargado, que si iba a comprar pinturas como quien se va a por tabaco y se entretiene por el camino más largo de vuelta a casa, que si su rastro genético puede encontrarse en más de una decena de hijos en Sevilla… Algo de leyenda en la realidad. Trazas de realidad en la leyenda del artista maldito.

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Formado en la Escuela de Bellas Artes hispalense, ya en los inicios de su carrera daba muestras de un talento desbordante.

Velázquez, Goya, Zurbarán o Caravaggio están en el aura de sus obras. Técnica impecable, pincelada valiente, de mano diestra, del que conoce los caminos del arte que llegan a lugares nuevos, no explorados. Una luz ambarina, dramática, escenográfica, baña unas escenas que son tópicos costumbristas reinterpretados bajo la personalísima visión de Ressendi.

placeholder 'Los borrachos', de Ressendi.
'Los borrachos', de Ressendi.

Si retrata a unos toreros, ‘Los borrachos’, no los pinta de paseíllo en la Maestranza. Los sienta en el suelo, bajo una luz naranja, cenital, de plató de televisión. Desaliñados, fumando y pasados de copas. Decadentes, abatidos, descarnados. El espacio en el que se sitúan estos toreros está lleno del aire de Velázquez.

Si pinta la Piedad, no nos conmueve la belleza de una madre al estilo de la Piedad vaticana de Miguel Ángel, si no que nos cuesta fijar la mirada en el rostro fantasmagórico de la madre doliente, consumida por un dolor que la engulle en una oscuridad tenebrosa, mientras el cuerpo del hijo muerto recibe toda la luz que cabe en el cuadro a base de blancos y ocres.

En ‘Las tentaciones de San Jerónimo’ traspasa la línea roja de lo canónicamente correcto. Si con Valdés Leal, uno de sus referentes, el santo no sucumbió a la llamada del placer, con Ressendi el pecado se consuma. San Jerónimo, más hombre que santo, desnudo, se revuelve temeroso, con la mirada perdida. Bajo sus piernas, yace una mujer semidesnuda, uñas pintadas, carne de pecado. Seres demoníacos acechan a San Jerónimo, regocijándose por su debilidad. Dicen que esta obra casi le cuesta a Ressendi la excomulgación que a punto estuvo de solicitar el cardenal Segura. Aunque me imagino al artista recibiendo la noticia como quien recibe una multa que sabe que nunca va a pagar.

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En un abrir y cerrar de ojos
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Baldomero pintaba mucho, muchísimo, y muy rápido. Vivió de su trabajo, sus obras volaban a colecciones privadas, lo que provocó que fuera un artista poco conocido entre el gran público y apenas podamos contemplar algo de su producción en museos. Cotizado y copiado, cuando lo verdaderamente auténtico es imposible de copiar.

En Alcalá de Guadaira, localidad vinculada directamente al artista, el museo de la ciudad ha recibido la donación por parte de su familia de algunos de los dibujos y objetos que formaban parte de su particular mundo creativo. En otoño, una exposición rendirá homenaje al pintor.

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Le gustaba el flamenco y no es un dato vacuo, sin interés. El flamenco tiene algo de lo oscuro y visceral de la obra de Ressendi. ‘El locutorio de San Bernardo’ es cante jondo sobre lienzo. Simbolismo patético y metafórico.

Expresionismo de la Andalucía de la posguerra, triste y pobre.

Ressendi, que acabó gastándose la vida en Madrid a los cincuenta y cinco años, cumple un siglo en el parnaso del canalleo artístico.

Felicidades, maestro.

Ya estrenada la década de los veinte, los años locos de una Europa desgarrada por la Gran Guerra, el arte servía de vía de escape de una realidad oscura, amenazante, revestida de una felicidad superficial. El Art Decó nacía como un estilo de artes decorativas, desde rascacielos a joyas, marcado por un eclecticismo hedonista al servicio de una clase burguesa ávida de evasión.

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