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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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A estas alturas del año, el verano solo es soportable al amparo de los recuerdos infantiles

Foto: Carreras de caballos en Sanlúcar de Barrameda. (EFE/Román Ríos)
Carreras de caballos en Sanlúcar de Barrameda. (EFE/Román Ríos)

Tarde de marea alta. Una colchoneta azul y roja con tres niños encima va remontando las olas del Atlántico que baña la Costa de la Luz. La diversión solo acaba, momentáneamente, cuando el sonido de la campanilla anuncia la llegada del carrito de los pasteles. Se forma una cola y se oye el repetido mantra de cada tarde de merienda en la playa: “Una palmera de chocolate, dos susos, una carmela para la abuela…” . Mientras espera su turno, la niña fija la mirada en las agujas del santuario neogótico que, afiladas, apuntan al cielo azul chipionero.

A estas alturas del año, el verano solo es soportable al amparo de los recuerdos infantiles.

Foto:  La cadena Ohtels tiene complejos repartidos por todo el territorio nacional. (Foto: cortesía)

Imagino, queridos lectores, que si tienen la suerte de escapar de los avisos coloridos de la AEMET, este 1 de julio a muchos les va a coger de camino a su destino de vacaciones. Si han elegido las costas andaluzas para reconciliarse con la vida, les quiero proponer que no se dejen todas las horas del verano en la tumbona y vayan a conocer el patrimonio monumental que se esconde más allá del mar de sombrillas.

Empezaba a hablarles de un recuerdo de niñez que me llevaba de vuelta a Chipiona, entre el faro, piedra ostionera para el faro más alto de España, y el Santuario de Regla, con origen en la fortaleza de los Ponce de León en el siglo XIV.

placeholder Santuario de la Regla, en Chipiona.
Santuario de la Regla, en Chipiona.

Esta misma casa nobiliaria aparece en la historia del imponente Castillo de Luna en Rota, actual casa consistorial de la localidad. Levantado sobre los restos de un antiguo ribat musulmán, esta fortaleza roteña tiene planta rectangular, cinco torres en su perímetro y todo el conjunto se articula en torno al bellísimo patio del siglo XV que combina el gótico con el mudéjar y el renacimiento y que cuenta con un recuperado zócalo con una interesantísima decoración pictórica. Con una densa historia vinculada a grandes casas nobiliarias, el castillo sirvió de alojamiento a ilustres huéspedes como los Reyes Católicos en 1477. Díganme si no es para perder de vista la hamaca en Punta Candor o La Costilla y escaparse un ratito cinco siglos atrás.

Siguiendo la línea que traza la costa gaditana, llegamos al sur del sur, al punto más meridional del continente europeo, allí donde habitan los vientos que cruzan el estrecho de Gibraltar. Tarifa, con su casco antiguo declarado Bien de Interés Cultural y Conjunto Histórico-Artístico, encierra tras sus murallas un legado histórico que deja su fama de paraíso del kitsurf como mera anécdota. Pasear desde lo alto de sus tres recintos amurallados, murallas de la Almedina, de la Aljaranda y del Arrabal, nos servirá para contemplar de forma panorámica la ciudad e, incluso, atisbar a solo catorce kilómetros mar adentro, la costa africana.

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En otro mes de julio anterior, en el año 710, se produjo el desembarco de Tarif Ibn Malik en la isla de las Palomas, que sería la antesala de la conquista del año 711. Las calles de Tarifa rezuman ese pasado histórico de enclave estratégico, de frontera entre dos civilizaciones, un aura que comparten pocos lugares en el mundo.

El castillo de Guzmán el Bueno, erigido en tiempos de Abderramán III, está vinculado a la historia legendaria de un padre que antepuso la defensa de la ciudad tarifeña ante el acoso de los benimerines a la vida de su propio hijo. La iglesia de Santa María, del siglo XIII y levantada sobre el solar que ocupaba una antigua mezquita, y la iglesia de San Mateo, templo mayor de la ciudad que se abre a la calle Sancho IV el Bravo con su monumental portada barroca, son visitas obligadas en esta Tarifa de apéndice de viento y mar.

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Desandando la línea costera gaditana, terminan estas líneas en el horizonte sanluqueño que se engulle al sol con una fantasía cromática de cielos que envidiaría el mismísimo Edvard Munch. No alcanza el epílogo de este sábado de mis lirios de Astarté para resumir de manera justa el patrimonio monumental que atesora Sanlúcar de Barrameda. La tradición mantiene que una nieta de aquel Guzmán el Bueno que sacrificó a su hijo en Tarifa, auspició la construcción de la Parroquia de la O que nos recibe con su monumental portada mudéjar que nos da acceso al interior, donde resulta inevitable quedarse prendado por el espectacular artesonado, espectacularidad que comparte con el extraordinario artesonado que cubre la única nave de la Iglesia de la Santísima Trinidad en el barrio bajo.

De vuelta a ras de suelo, no debemos olvidar las enigmáticas Covachas, una misteriosa galería porticada gótica con relieves de seres fantásticos levantada junto al palacio de Medina Sidonia o el propio palacio ducal con trazas renacentistas que alberga uno de los más importantes archivos privados del país y una magnífica colección de arte, herencia convertida en objeto de disputa, porque los ricos también lloran, pero con un Murillo o un Zurbarán en el salón.

Aunque no hay que ser duque, ni pelear por una herencia multimillonaria para terminar este paseo sabatino con la mirada perdida en un atardecer en Bajo Guía, con la misma fascinación que aquella niña que miraba curiosa las agujas del Santuario de Regla.

Tarde de marea alta. Una colchoneta azul y roja con tres niños encima va remontando las olas del Atlántico que baña la Costa de la Luz. La diversión solo acaba, momentáneamente, cuando el sonido de la campanilla anuncia la llegada del carrito de los pasteles. Se forma una cola y se oye el repetido mantra de cada tarde de merienda en la playa: “Una palmera de chocolate, dos susos, una carmela para la abuela…” . Mientras espera su turno, la niña fija la mirada en las agujas del santuario neogótico que, afiladas, apuntan al cielo azul chipionero.

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