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Plácido Fajardo

Apuntes de liderazgo

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Relaciones para una buena vida

Sorprende la tolerancia con que se consienten a veces las malas relaciones personales en el entorno profesional

Foto: Una reunión de trabajo. (iStock)
Una reunión de trabajo. (iStock)

En aquella conversación profesional, trufada de aspectos personales, una amiga de exitosa trayectoria me contaba la causa de su incomodidad en el trabajo. La necesidad de relacionarse con una persona nociva cercana le creaba un malestar menos soportable cada día. Y la cosa tenía difícil arreglo, al parecer, lo que le llegaba a plantearse cambiar de aires.

Casos así son más frecuentes de lo que pensamos. Cuántas veces encontramos a este tipo de personas dañinas, convertidas en intocables a pesar de su toxicidad. Protegidas por sus buenos resultados individuales, por sus conocimientos o por sus padrinos, son generadoras de recelo y desconfianza, van por libre y enrarecen el ambiente. Un clásico de la literatura costumbrista organizacional pensaba yo mientras la escuchaba.

Foto: Mobbing, que es y consecuencias. (Pexels/The Coach Space)

Recordé casos reales de personas que, literalmente, no se hablaban entre sí, sino a través de terceros, aun siendo directivos y formando parte de un mismo equipo. Su mala relación, pública y notoria, llegaba al ridículo y transmitía un ejemplo pésimo a sus colaboradores.

Sorprende la tolerancia con que se consienten a veces las malas relaciones personales en el entorno profesional. Parece como si se tratara de una cuestión exclusivamente privada, en la que no hay que entrar. Se ignora el alto coste que ello supone para la organización. Las funestas consecuencias en el ambiente laboral, en la pérdida de eficacia y colaboración, por no hablar de las tensiones, el desgaste y los malos rollos.

Recordé casos reales de personas que, literalmente, no se hablaban entre sí, sino a través de terceros, aun siendo directivos

“Al trabajo no se viene a hacer amigos”, es una frase que seguro habrán escuchado, y que nunca me ha gustado demasiado. Porque las amistades surgen de forma natural, y tan absurdo es intentar forzarlas como reprimirlas. Obviamente, hay que evitar el favoritismo injusto y caprichoso, o que las decisiones objetivas, a veces duras y frías, se contaminen con preferencias personales. Pero, si lo pensamos un momento, cuántas buenas amistades para toda la vida se han fraguado en el trabajo.

Hace poco leí las conclusiones de un estudio según el cual las relaciones amistosas en el trabajo son un elemento de motivación extraordinariamente valorado por los profesionales. Además de resultar gratificante, compartir amistades en el trabajo aumenta la colaboración y el compañerismo, e incluso mejora el rendimiento y la productividad. Para mí no ha sido ninguna sorpresa este hallazgo, que considero bastante lógico.

Foto: Los amigos tóxicos son expertos en deformar la realidad mediante las mentiras parciales y el juego del doble lenguaje. (Corbis)

El valor de las relaciones interpersonales para una vida plena y satisfactoria es una de las conclusiones de un interesante estudio de la Universidad de Harvard sobre el desarrollo de adultos. Comenzado en 1938 y dirigido en estos momentos por el psiquiatra Robert Waldinger —que lo mencionó cuando presentó hace un par de meses en España su libro Una buena vida—, se trata del estudio longitudinal más prolongado hasta el momento. Durante los últimos 85 años, han llevado a cabo un seguimiento periódico a cientos de personas mediante cuestionarios y visitas, en las que profundizan en sus preocupaciones, miedos y alegrías, en la calidad de sus relaciones e incluso les practican resonancias magnéticas cerebrales. Todo ello con el fin de conocer lo que les hace felices, saludables y da sentido a sus vidas.

Y, al parecer, mirando la vida con la perspectiva de los años, no es el dinero, el éxito profesional, la fama o el poder, sino que son las relaciones con los demás lo que determina que los seres humanos estemos más o menos satisfechos con nuestra vida y que, en buena medida, también dependa de ello lo que esta dure.

La capacidad que tengan para crear y mantener relaciones cordiales, eficaces y duraderas es muy valiosa y se proyecta hacia el exterior

Al asociar las conexiones sociales con la felicidad, el doctor Waldinger habla de los dos enfoques de esta. El enfoque hedónico consiste en lograr el placer momentáneo o evitar el dolor, mientras que el eudaimónico está centrado en la autorrealización, la plenitud y el sentido de nuestra vida, proyectado a largo plazo. Este segundo enfoque se genera, por ejemplo, cuando ayudamos a los demás, colaboramos y ejercemos la solidaridad y la generosidad, con esa sensación gratificante de sentirnos útiles para otros, de encontrar verdadero sentido a lo que hacemos. Quienes tienen esa vocación y se dedican a ello saben bien de qué les hablo. En cambio, prescindir de las conexiones sociales y aislarse, ya sea de forma deseada o indeseada, resulta perjudicial no solo para nuestra felicidad, sino también para la salud mental e incluso física, según está más que probado.

Las organizaciones humanas son una fuente inagotable de relaciones. Ya sea en una empresa, un hospital o un ministerio, para muchas personas es su principal medio de contacto social. La capacidad que tengan para crear y mantener relaciones cordiales, eficaces y duraderas es muy valiosa y se proyecta hacia el mundo exterior, a clientes o ciudadanos.

Por eso, las organizaciones deberían hacer lo posible por fomentar desde arriba la calidad de las relaciones entre sus integrantes, de mejorarlas, como parte de su responsabilidad. Y, por supuesto, de evitar su deterioro. Separar radicalmente el ámbito profesional del personal y desentenderse de este me parece un error y una torpeza. Pero es que, además, resulta imposible. Nadie deja de ser persona, con todas sus consecuencias, al llegar al trabajo.

En aquella conversación profesional, trufada de aspectos personales, una amiga de exitosa trayectoria me contaba la causa de su incomodidad en el trabajo. La necesidad de relacionarse con una persona nociva cercana le creaba un malestar menos soportable cada día. Y la cosa tenía difícil arreglo, al parecer, lo que le llegaba a plantearse cambiar de aires.

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