Caza Mayor
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Cosas que ocurren cuando McKinsey llega a la ciudad
Siempre estuvo al margen del escrutinio público. A cualquier consejero de cualquier compañía, fuera de la dimensión que fuera, le temblaban las rodillas cada vez que los ejecutivos de 'La Firma' acudían a la sala de juntas
Para entender los males que aquejan a las democracias occidentales y la responsabilidad de un liberalismo más volcado en la economía especulativa que en la productiva, generador de burbujas y de sus respectivos pinchazos, mejor que escuchar a Fukuyama y esa pléyade de plañideras que se han dedicado los últimos años a entonar el mea culpa y reconocer que se les fue la mano, hay que leer
McKinsey es una consultora estratégica global que asesora a corporaciones, gobiernos e instituciones de todo el mundo. La fundó un contable de los Ozarks, James O. McKinsey, allá por 1926, pocos años antes del crack del 29. Se la conoce popularmente como La Firma y de ella se dice que está en las bambalinas de las principales decisiones de política económica y grandes operaciones empresariales. Se caracteriza por su discreción. Nadie sabe para quién trabaja. Es uno de los principios y valores que la consultora lleva escritos a fuego: "Preserve client confidences". No presume de los éxitos que consigue, ni, por consiguiente, se la puede criticar cuando las cosas salen mal.
Cualquier estudiante salido de la Ivy League sueña con formar parte de la familia McKinsey, igual que antaño la mayor aspiración de todo burgués catalán pasaba por ocupar un puesto directivo en La Caixa. Era lo que toda madre de bien quería para su hijo, como jugar la Champions de las finanzas.
A cualquier consejero de cualquier compañía, fuera de la dimensión que fuera, le temblaban las rodillas cada vez que los ejecutivos de La Firma acudían a la sala de juntas con uno de sus famosos PowerPoint. El aura de sus presentaciones y su capacidad de seducción alcanzaban dimensiones cuasi místicas. Desbrozados de polvo y paja, los mandamientos de McKinsey se reducían a solo tres: recortar gastos, recortar de nuevo gastos y maximizar beneficios. Unos mandamientos que estaban orientados en exceso hacia un capitalismo egoísta y denigraban aspectos clave de la sociedad tales que la acción estatal y la solidaridad social. Este último ha sido el mayor pecado del neoliberalismo, tal y como reconoce el propio Fukuyama en su último libro.
"Durante décadas, McKinsey vendió a sus clientes que era una firma reputada que brindaba soluciones científicas a problemas complejos. Empresas de primer nivel y los gobiernos de todo el mundo contrataron a sus consultores, tal y como hicieron la CIA, el FBI y el Pentágono, entre otros, creyendo que tenían la sabiduría y los medios de los que carecían sus gerentes", escriben Bogdanich y Forsythe.
"Empresas de primer nivel y los gobiernos de todo el mundo contrataron a sus consultores, tal y como hicieron la CIA, el FBI y el Pentágono"
Siempre estuvo al margen del escrutinio público hasta que estalló el caso Enron, donde se dice que tuvo un papel protagónico en los métodos contables que arrastraron a la quiebra a este gigante que, en el año 2001, empleaba a más de 20.000 trabajadores. Luego volvió a desaparecer de los grandes titulares de prensa hasta que, en 2018, una investigación liderada por The New York Times y ProPública puso el foco sobre La Firma. "Al mismo tiempo que las democracias, con sus principios y valores, eran cada vez más atacadas, la icónica consultora se dedicaba a engrandecer y ayudar a gobiernos autoritarios y corruptos de todo el mundo, a veces incluso yendo en contra de los intereses estadounidenses", escribía The Times. Entre sus clientes, se encontraban compañías rusas sancionadas por la ONU por la invasión de Crimea.
El libro When McKinsey comes to town repasa las prácticas perniciosas de La Firma y las consecuencias sociales de las mismas. Se detienen en el rol desempeñado en empresas que operan en sectores tan controvertidos como el del tabaco, opiáceos y carbón. Merece especial atención, ahora que tanto se habla de crisis sanitaria, su asesoramiento durante cinco décadas al Servicio Nacional de Salud británico (NHS), para quien, en mitad de la depresión de 2008, preparó un PowerPoint que recomendaba recortar 140.000 puestos de trabajo para ahorrar 20.000 millones de dólares.
Sería injusto, no obstante, señalar a McKinsey por echar gasolina a una crisis que viene larvándose de lejos. También ha cosechado grandes éxitos que no se conocen por su obsesión por el secretismo. La consultora lleva operando en España más de 40 años. Tiene su sede en la madrileña calle de Sagasta, barrio de Chamberí. Ha estado bajo la batuta del histórico Juan Hoyos durante largo tiempo, aunque, en la actualidad, es Alejandro Beltrán quien lleva el timón de la filial española de McKinsey. Tanto Hoyos como Beltrán son profesionales de reconocido prestigio.
El porfolio de clientes de la consultora en nuestro país es extenso. Se encuentran desde Telefónica, su cliente number one, a los grandes bancos, pasando por algunas medianas empresas, entre otros muchos. A su vez, los discípulos de La Firma se han ido diseminando como un ejército espartano por las distintas poltronas del Ibex (el caso de Carlos Torres y Onur Genç en BBVA resulta paradigmático) con desigual fortuna. Decimos desigual porque el selectivo español cotiza hoy a la mitad que hace un año. Está claro que McKinsey hace PowerPoint, pero no milagros.
"Está claro que McKinsey hace PowerPoint, pero no milagros"
En puridad, no es la historia de McKinsey, sino de muchos clones de McKinsey. Es la historia de una era, la de la incertidumbre, que empezó a coger forma con Lehman Brothers, una bomba financiera instalada en los bajos de nuestra sociedad que lo asoló todo, la banca, la sociedad, las esperanzas, las clases medias, una crisis que estalló en 2008, pero cuya semilla se plantó mucho antes.
Después de la subprime, vinieron la crisis de deuda y las esperanzas de una fortísima recuperación otra vez truncada por el covid-19. Cuando parecía que la pandemia empezaba a remitir y los servicios de estudios de los bancos se paseaban por los salones de las cuatro torres, hablando de un crecimiento jamás antes visto en España, el de los felices años veinte, llegó la guerra, y con la guerra, la inflación y el estancamiento.
Lo peor no es el pesimismo imperante, que va y viene como una peonza, sino el clima crítico que se ha levantado en torno a las democracias liberales, posiblemente el mejor invento de la historia de la humanidad, con la excusa de la mala praxis desarrollada por algunos de sus actores más destacados, así como por el carácter expansivo de los mismos. Estas prácticas han dado alas a ese marxismo totalitario que venía fracasando contumaz en lo político y económico, pero que ha permeado nuestras raíces culturales y amenaza con emerger a la superficie cada vez que ve el mínimo resquicio.
Como prueba de ello, valga mencionar el intervencionismo público que se está produciendo, de hoz y coz, en algunas economías occidentales, en especial en la española, con el argumento de salvaguardar el estado de bienestar y proteger a los colectivos más vulnerables en un momento de emergencia como el actual. La cuestión ya no es que lo hagan, sino que le cojan el gusto y este excesivo intervencionismo se quede de por vida bajo la necesidad de un aggiornamiento. Todos los McKinsey que pululan por los pasillos del mundo del dinero les han dado la coartada perfecta. Ahora se trata de resucitar al liberalismo desde el mismo liberalismo.
Para entender los males que aquejan a las democracias occidentales y la responsabilidad de un liberalismo más volcado en la economía especulativa que en la productiva, generador de burbujas y de sus respectivos pinchazos, mejor que escuchar a Fukuyama y esa pléyade de plañideras que se han dedicado los últimos años a entonar el mea culpa y reconocer que se les fue la mano, hay que leer