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Por qué la llegada de Merz es una buena noticia para Europa (y sobre todo para España)
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Nacho Cardero

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Por qué la llegada de Merz es una buena noticia para Europa (y sobre todo para España)

Otra cosa es si Merz tiene la fuerza y el perfil necesario para ejercer de ariete de Europa, tal y como esperan los altos cargos del Partido Popular Europeo. Aquí las dudas son mayores

Foto: El candidato de la CDU, Friedrich Merz. (EFE/EPA/Hannibal Hanschke)
El candidato de la CDU, Friedrich Merz. (EFE/EPA/Hannibal Hanschke)
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Dicen, seguramente con razón, que estas elecciones son las más importantes para Europa en décadas, que nuestra supervivencia dependerá de si Alemania empieza a tomar las riendas del Viejo Continente o si se deja llevar por la indolencia y la ola del desencanto que marcó la etapa de Scholz y dejó el legado de Merkel (ver para creer: la excanciller, otrora ejemplo de liderazgo y ética por medio mundo, perseguida hoy por su propia sombra).

Son unas elecciones clave porque la UE, actualmente afectada por un desasosegante vacío de poder, se sostiene sobre el eje París-Berlín y porque la aceleración de los acontecimientos desde las elecciones de Estados Unidos y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con la aparición de un nuevo orden mundial, obliga a tomar decisiones rápidas y contundentes, algo a lo que Europa no está acostumbrada, pues siempre le han dado más por otros vicios tales como la regulación y la procrastinación.

En este sentido, los resultados conocidos este domingo resultan más esperanzadores de lo que los datos, en frío, pueden hacer suponer. Friedrich Merz, el candidato del conservador Partido Democristiano (CDU), ha ganado. Lo ha hecho con un porcentaje inferior al esperado, pero con la holgura necesaria para despejar cualquier incógnita sobre quién llevará las riendas del país en la próxima legislatura.

Otra cosa es si Merz tiene la fuerza y el perfil necesario para ejercer de ariete de Europa, tal y como esperan los altos cargos del Partido Popular Europeo. Aquí las dudas son mayores.

Foto: Un cartel de Olaf Scholz en Berlín. (EFE/Salvador Martínez) Opinión
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Por de pronto, el candidato de la CDU, que hasta hace dos días era un atlantista convencido, se ha caído del caballo y ha mutado en el mayor de los escépticos con la administración americana. Lo que viene a ser un baño (bien frío) de realidad. "Merz y otros líderes europeos ya no ven a Estados Unidos como un faro sino como otra fuerza que se suma a Rusia y China para socavar de forma constante a unas democracias cada vez más frágiles", decía Político en una semblanza del líder alemán.

No olvidemos que la agresión de Trump a la UE fue diseñada para ser ejecutada con vacío de poder en la primera potencia europea. Por ello, la llegada de Merz —de este Merz— no hará ninguna gracia a Trump. Tampoco a Musk, que ya se encargó con su habitual verborrea digital de inmiscuirse en la campaña electoral alemana en favor de la AfD y, visto lo visto, sin mucho éxito. La campaña con más injerencias de la historia, desde el Capitolio hasta Moscú, apenas ha tenido impacto en las urnas. Se cumplieron las previsiones.

Foto: Un cartel de campaña de Friedrich Merz, líder de la CDU. (Reuters/Christian Mang)

Nada más conocerse los primeros sondeos, Merz hizo un llamamiento al resto de partidos para encontrar al socio de coalición lo antes posible. En condiciones normales, con un Bundestag que parece un polvorín, sería más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que la CDU pudiera formar Gobierno, pero lo cierto es que con la situación del país, la extrema derecha aupada a la segunda posición y un Donald Trump desatado que amenaza con aniquilar Europa, los plazos se acortan y las soluciones se agilizan.

Los primeros resultados apuntan a que tendrá que ser el canciller saliente, Olaf Scholz, su principal socio de Gobierno. La debacle de los socialistas apenas les deja más opción que esa, la de papel vicario a la CDU e instrumental para evitar la llegada de la extrema derecha al poder. "No se puede colaborar con la ultraderecha. Nosotros no lo haremos, y espero que otros tampoco lo hagan", dijo.

Las declaraciones de Scholz sonaron a despedida. La estampa de la reunión de París, con Macron en el centro, y Scholz y Sánchez a derecha e izquierda, respectivamente, es la estampa de una Europa que ya no es. La socialdemocracia hace agua. Debe irse al rincón de pensar. Son incapaces de dar respuesta a los graves problemas a los que se enfrenta la sociedad actual, entre ellos el de la inmigración.

Es cierto que los conservadores y la extrema derecha sumarían en Alemania, pero ni los votantes ni los dirigentes bruselenses quieren. El rechazo es mayoritario. El cordón sanitario funciona. Al menos, en la próxima legislatura.

Foto: Mario Draghi en el parlamento italiano. (Reuters) Opinión

La gran coalición es una experiencia ya probada en anteriores ocasiones, que tendrá una negociación compleja pero que es la opción más probable para Alemania y la más deseable para Europa. También para España. El escenario mundial ha cambiado mucho y España necesita que se reconstruya el centro para no perder comba.

Sánchez está jugando la baza anti-Trump en Europa para tratar de ganar fuera lo que tiene perdido aquí, pero su recorrido es muy corto sin la aprobación de Presupuestos. En Europa, no quieren besos en la frente, sino chequera para el desafío de Defensa. En esta aventura, sus socios no le van a seguir y su oxígeno dependerá de Feijóo. Cuanto más lejos vaya en su apuesta europea mayor será su dependencia del apoyo del PP.

El presidente español deberá decidir si sigue a remolque del Gobierno más de izquierdas de Europa, con socios comunistas e independentistas, lo que indefectiblemente nos situaría como un país periférico y a Sánchez, como un líder menor, o si de una vez por todas se centra con acuerdos con el PP y se aviene al ciclo político imperante en la UE.

Mientras tanto, la mayoría de los titulares de las elecciones alemanas de este lunes los acapara Alternativa para Alemania (AfD), que ha obtenido en torno al 20% de los votos, un dato histórico para la formación de extrema derecha en un país al que todavía le cuesta deglutir según qué debates en según qué momentos.

Foto: Posters electorales vandalizados. (EFE/Hannibal Hanschke)

A este resultado han contribuido el estancamiento económico, la preocupación in crescendo por la inmigración y la desconexión entre los grandes partidos y las nuevas generaciones. A todo ello hay que añadir la candidata, Alice Weidel, un auténtico cañón electoral. "Nuestra mano está tendida para el pueblo, queremos hacer política para nuestro país y estamos abiertos a una coalición con la CDU", dijo en su primer dardo a la CDU tras conocerse los resultados.

Cuesta creer que estas formaciones de extrema derecha, que están encamadas con Trump y tienden puentes con Rusia, sean de mecha larga en la nueva Europa que se está diseñando. El inédito escenario mundial al que nos enfrentamos juega en su contra. Les obligará bien a volverse más pragmáticas, bien a renegar del abrazo del oso que le quiere dar el amigo americano. Básicamente porque, se venda como se venda, no hay nada más antipatriota que echarse en brazos de quien quiere acabar con tu país.

De ahí que el postureo de Abascal con Trump en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) resulte preocupante. Lo es incluso para sus propios votantes. Hasta Jordan Bardella, presidente del partido extrema derecha francés, Agrupación Nacional, anuló el discurso que tenía programado en Washington tras el "gesto nazi" de Bannon.

Los partidos de extrema derecha que no se den cuenta de que la "patria" europea les trasciende irán menguando. Meloni, que está en una situación incómoda por ser la líder europea que defiende el diálogo con Trump, no se ha equivocado de bando. Ni en Bruselas ni en Ucrania. Sabe dónde está y lo que hay que hacer. No es Orbán. Tampoco Abascal.

Dicen, seguramente con razón, que estas elecciones son las más importantes para Europa en décadas, que nuestra supervivencia dependerá de si Alemania empieza a tomar las riendas del Viejo Continente o si se deja llevar por la indolencia y la ola del desencanto que marcó la etapa de Scholz y dejó el legado de Merkel (ver para creer: la excanciller, otrora ejemplo de liderazgo y ética por medio mundo, perseguida hoy por su propia sombra).

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