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Víctor Romero

Nadie es perfecto

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Para qué quiere renovarse el PSPV-PSOE

Cualquier proceso interno que no se enfoque colectivamente en recuperar espacio electoral solo servirá para que la federación valenciana hoce otra década en sus miserias como opositor mediocre

Foto: El secretario general del PSPV-PSOE, Ximo Puig. (EFE/Miguel Ángel Polo)
El secretario general del PSPV-PSOE, Ximo Puig. (EFE/Miguel Ángel Polo)
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Envidia sana de quienes son capaces de fundir lenguaje literario y análisis político en estos tiempos de fantasía patria, abono fértil para novelistas. Lo ha hecho esta semana mágicamente Jesús Civera en un artículo publicado en Las Provincias del que es posible extraer, entre su selvática riqueza de matices sobre el futuro del Partido Socialista del País Valenciano, la idea básica de una contradictoria conducta de Pedro Sánchez: con una mano cede aparentemente a la centrifugación del Estado que le exigen sus asociados de investidura, mientras con la otra somete a su partido, el PSOE, a una recentralización que corre riesgo de engullir el espíritu federal de la mayoría de sus organizaciones territoriales, huérfanas de poder institucional tras el fiasco de las elecciones autonómicas.

Es cierto. La verticalidad sanchista que impera en la centenaria organización asfixia y diluye la identidad propia de sus federaciones, a excepción quizás del PSC, consciente de la aportación del voto catalán a la frágil mayoría monclovita. Es una recentralización nada inocente, coadyuvada por la querencia fragmentadora de Santos Cerdán, que prefiere siempre ahormar las componendas orgánicas con los secretarios provinciales para socavar la autoridad de los barones autonómicos. Lo vivió en primera persona Ximo Puig en cuanto perdió el traje presidencial, el día que Ferraz empleó las listas al Senado y el Congreso para enmendarle el liderazgo con Carlos Fernández Bielsa (Valencia) y Alejandro Soler (Alicante) como cooperadores necesarios. Ahí descubrió el barón de Morella venido a menos lo mucho que había descuidado la trastienda del partido tras ocho años como president.

Foto: Puig saluda a Sánchez en el debate de investidura. (EFE/Kiko Huesca)

Soler, que quiere ganar en lo orgánico lo que no supo conservar en lo institucional (Elche), es la mano que mece la cuna del fontanero navarro en la cosa valenciana. Canturrea en el oído del secretario de organización en sus periódicas visitas a Madrid la música que quiere oir para tratar de orientar sus pasos. Por ello, es obligado seguir la pista del ilicitano para adivinar los próximos capítulos de esta serie.

Pero siendo verdad como escribe Civera que el PSPV corre riesgo de ser fagocitado por el personalismo de ese nuevo PSOE cimentado sobre la figura mitológica del presidente del Gobierno, sobre el poder del Perro, no lo es menos que el PSPV necesita al PSOE tanto como el PSOE al PSPV. Es innegable que para regresar a las maderas nobles y envejecidas de los salones del Palau de la Generalitat, una socialdemocracia moderada y progresista habrá de ser valencianista y con voz propia o no será. La presencia de Compromís empareda al PSPV en el eterno dilema de tener que crecer por su derecha o por su izquierda y le obliga, como un Dorian Gray posmoderno, a mirarse en el espejo de sus orígenes previos al abrazo a los Felipe González y Alfonso Guerra, ahora adalides del jacobinismo nostálgico socialista en eso de la idea de España frente a las alquimias de Pedro Sánchez con el universo indepe y el nacionalismo periférico (el español ya sabemos dónde está).

Foto: El presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón. (EFE/KaiFörsterling) Opinión

Pero no puede obviarse que el factor identitario como seña orgánica tiene poco que ver con el agujero del PSOE y la izquierda valenciana en la provincia de Alicante, donde las claves de la hegemonía del Partido Popular, que se prolongan desde el sur hacia todo el territorio autonómico, se hormigonan más sobre las tertulias televisivas de Ana Rosa Quintana que sobre los aforismes de Joan Fuster que, casi como troleo, arrojaba esta semana Carlos Mazón sobre el escaño de un Joan Baldoví desorientado todavía por la orfandad de los micrófonos del Gran Wyoming y Antonio García Ferreras.

La sentencia de que tota política que no fem nosaltres, serà feta contra nosaltres, que Mazón emplea ahora como justificación intelectual para su barricada antisanchista en aras de eso que domésticamente llamamos (nadie más lo hace más allá de Contreras) agenda valenciana, vale también para quienes buscan evitar que Ferraz mangonee desde la distancia los designios del PSPV sin atender al criterio de sus idiosincrasias y singularidades.

Pero errarán quienes crean que la reconstrucción de la desfeta del 28M puede hacerse sin la necesaria coordinación del conjunto de familias, las PSPV y las PSOE, hacia un objetivo común: la progresiva y difícil recuperación de espacio electoral. Porque da igual si Ximo Puig sigue, si se marcha o si termina arrumbado por el nuevo liderazgo de Diana Morant, Bielsa, Soler o el sursum corda. Todo lo que no sea orientar colectivamente las soluciones orgánicas hacia el mantra de la mejora demoscópica y la atracción de electores perdidos, bajo criterios objetivables, contrastados y mutuamente sinceros, abocará a la segunda federación socialista a hozar otra década en el barro de sus miserias internas como mediocre opositor a una derecha incombustible. Se trata de ganar elecciones, no de otra cosa. El PP tiene muy bien aprendida esa lección.

Foto: Diana Morant, Pedro Sánchez y Ximo Puig, en un mitin en Valencia en la campaña del 23-J. (EFE/Kai Forsterling) Opinión

No olvidemos que tras veinte años de balcanismo orgánico, de sangrientos encontranzos entre los señores de la guerra, como metaforizó el desaparecido Josep Torrent, el retorno al poder en 2015 llegó, paradójicamente, en el peor momento electoral de los socialistas valencianos. Solo la conjunción con la nueva política anticasta de corte estatalista de Podemos y la emergencia, entonces fresca y juvenil, de los de Mónica Oltra permitieron el cambio político frente a un desgastado y agusanado PP al que nada parecía erosionar el aura de invencibilidad. Hoy, las tornas se invierten, y Oltra se fotografía con Jorge Rodríguez (Ontinyent), unidos por la inquina antiximista, evidenciando cuan contaminado y enfermo está el ambiente de la alternativa a PP y Vox y augurando al menos dos legislaturas de poder convervador.

Al tiempo, mientras la izquierda ni siquiera ha comenzado a exorcizar sus fantamas más recientes, Carlos Mazón, Maria José Catalá y compañía han ocupado los espacios vacíos a la velocidad de la luz. Les brinda la ola para surfear una burguesía local agotada de bregar contra el ala menos pragmática de Compromís y la ortodoxia pablista de los morados locales en el saliente Gobierno autonómico. Súmenle a eso la necesidad abrevadora del famélico ecosistema mediático local y tendrán la arquitectura básica de la nueva era popular que apenas se acaba de inaugurar en la Comunidad Valenciana a poco que el clan alicantino que arropa a Mazón no meta mucho la pata.

Envidia sana de quienes son capaces de fundir lenguaje literario y análisis político en estos tiempos de fantasía patria, abono fértil para novelistas. Lo ha hecho esta semana mágicamente Jesús Civera en un artículo publicado en Las Provincias del que es posible extraer, entre su selvática riqueza de matices sobre el futuro del Partido Socialista del País Valenciano, la idea básica de una contradictoria conducta de Pedro Sánchez: con una mano cede aparentemente a la centrifugación del Estado que le exigen sus asociados de investidura, mientras con la otra somete a su partido, el PSOE, a una recentralización que corre riesgo de engullir el espíritu federal de la mayoría de sus organizaciones territoriales, huérfanas de poder institucional tras el fiasco de las elecciones autonómicas.

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