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¿Oís eso? Es Vox, más cerca de gobernar España
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Estefania Molina

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¿Oís eso? Es Vox, más cerca de gobernar España

La misma estrategia del PP de Ayuso con no cerrar los bares. Es la misma de Mañueco y el PP con las macrogranjas: “La izquierda os quiere arruinar”, el nuevo mantra de la derecha

Foto: Acto electoral de Vox en Burgos. (EFE/Santi Otero)
Acto electoral de Vox en Burgos. (EFE/Santi Otero)
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Vox no necesitará a este ritmo hacer campaña para los comicios generales, porque su pujanza electoral es reactiva: responde a la degradación del centroderecha en España, y de nuestra política en su conjunto. Unos días es la crisis del Partido Popular, a destrucción mutua. Otros es el sentimiento de abandono de ciudadanos de diverso signo. E, incluso, la forma en la que Vox arrastra al bipartidismo hacia dejes de su discurso, mientras que la política transcurre como un 'show' para el consumo de unos pocos, sin que nadie le ponga freno.

Tanto es así que el Congreso dejó una estampa llamativa este miércoles. Pablo Casado y Pedro Sánchez reñían por lo de siempre. La renovación del Consejo General del Poder Judicial, el uno. No me digas improperios, el otro. Hasta que le tocó a Santiago Abascal. La luz, la inflación, el diésel, como ejes clave de su intervención. Silencio. Toda España pudo ver el agravio comparativo: Abascal desplegando la que será y es su estrategia en adelante. “Yo, por lo que importa en este momento. Vosotros, a vuestros líos”. Abonado tiene el terreno.

Y quizá pase desapercibido que lo primero que hiciera Vox tras los comicios de Castilla y León fuera lanzar peticiones propias de la batalla cultural, las leyes de género o la memoria histórica. Mientras que, en el otro lado, el Gobierno subía el salario mínimo, aprobaba una reforma laboral moderada, buscando paliar la precariedad. Todo ello, obviando, incluso, que en España haya cantidad de administraciones que trabajan en propuestas día a día para mejorar la vida de la gente, con diferente color político, pese a que Abascal es contrario al Estado autonómico.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/Comunidad de Madrid)

Pues la realidad es que, si todo eso pasa desapercibido, es porque siempre habrá quien se sienta abandonado, o desafecto, con nuestro sistema. Y por eso empieza a extenderse la influencia voxita con tanta solidez, a la luz de las encuestas y de ya varios comicios. Más ahora que los ciudadanos exigen legítimamente soluciones inmediatas para una precariedad creciente, preexistente a la pandemia que, sin embargo, necesita más que unos meses para corregirse.

E, incluso, más todavía después de que la política se haya percibido en los últimos seis años de cambio como una realidad virtual que transcurría con escasa conexión con el día a día. Elecciones sobre elecciones, repeticiones, parafernalia y discursos, vetos, peleas internas, ingobernabilidad en varios frentes, hasta que llegó la pandemia y chocamos con la realidad de bruces. Hasta que hoy, uno abre el monedero, echa gasolina o enciende la luz, y ve cómo la inflación sube. Pero, en cambio, uno enciende la tele y el PP se suicida en directo.

De todo eso bebe el populismo. De esta sociedad hipermediatizada, donde la imagen y los relatos corren el riesgo de abonar la sensación de que, si las cosas no están mejor, es por un “abandono”, porque la política no da imagen seria. E, incluso, cuando el propio Congreso se convierte en un plató de 'performance'. Curioso, aunque fue el propio quien Vox renunció a hacer enmiendas para los presupuestos de 2021, para hacerse vídeos en redes sociales. Es decir, sacando de las instituciones el conflicto, y migrar a donde uno cree que puede obtener más rédito.

Toda esta situación permite a Vox ir girando su discurso identitario original, especializándose ya en la idea del "abandono"

Y quizá la brecha con la calle siga calando, lenta y silenciosamente, a la luz de las últimas elecciones. Abascal deslizó en Castilla y León ideas sobre reindustrialización, maternidad… poco realizables en una zona deprimida demográficamente. Pero si algo compartió con Soria ¡Ya!, UPL, Por Ávila… es que Vox y la España Vaciada rompieron la sensación de que los comicios eran una pieza más del juego político. Vox, porque no los convocó y llegaba limpio de la cuita entre PP y Ciudadanos, o de PP-PSOE. El regionalismo, porque son marcas locales arraigadas al terreno.

La prueba de hasta qué punto se olía en el ambiente que CyL era solo una pieza más del juego político, los intereses del PP en esencia, es que de la noche a la mañana, Alfonso Fernández Mañueco dejó de ser autónomo para sus pactos, y desde Madrid todo el mundo tenía opinión sobre ello. Esto es, sin hablar de propuestas para mejorar la vida del ciudadano de la región, centrada ya toda la atención en las estrategias. En definitiva, el golpe que recibe el PP nacional al asumir lo mal que le vendría el relato de Vox en el Gobierno, incluso teniendo que rechazar la mano del PSOE entre líneas.

En consecuencia, toda esta situación permite a Vox ir girando su discurso identitario original, especializándose ya en la idea del “abandono”. De abanderar la españolidad contra el “separatismo”, a una presunta dejadez sistémica. Ello no quiere decir que vaya a convertirse en el nuevo lepenismo. La polarización izquierda-derecha hace difícil que Vox penetre en el votante obrero de la izquierda en España. Pero sí alerta de hasta qué punto activa a votantes que el PP no puede; entre ellos, el sector joven de la derecha, o los agricultores, ganaderos, metalúrgicos… a quien es fácil espolear ese sentimiento.

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Ello es clave por la forma en la que Vox mueve, de rebote, el tablero a PP y PSOE. Ocurrió con el acuífero de Doñana. Vox se erigió en defensor de los agricultores que querían acceso al agua. El PP fue detrás, y el PSOE se abstuvo, como muestra de hasta qué punto hay batallas casi perdidas, pese a la urgencia climática. La cruda paradoja es si se puede dar lecciones a quien teme perder su cosecha y trabajo, si no accede a agua para el regadío. A fin de cuentas, la misma estrategia del PP de Ayuso con no cerrar los bares. Es la misma de Mañueco y el PP con las macrogranjas: “La izquierda os quiere arruinar”, el nuevo mantra de la derecha.

A la postre, Vox condiciona el relato de forma amplia, y no duda en usar ese poder cuando puede. Por eso, tal vez no sea tan cierto que Vox ha venido a dar estabilidad a los gobiernos del PP. Porque una cosa es la estabilidad aritmética, es decir, si los socios suman, y algo muy distinto es la estabilidad sustancial: las propuestas encima de la mesa. Y, hasta la fecha, carteles sobre los menas, declaraciones sobre la “españolidad” y propuestas de ilegalizar partidos han sido su bandera. Pero, en cambio, la debilidad de Pablo Casado hace muy difícil el parapeto. ¿Oís eso? Es Vox. Más cerca del Gobierno.

Vox no necesitará a este ritmo hacer campaña para los comicios generales, porque su pujanza electoral es reactiva: responde a la degradación del centroderecha en España, y de nuestra política en su conjunto. Unos días es la crisis del Partido Popular, a destrucción mutua. Otros es el sentimiento de abandono de ciudadanos de diverso signo. E, incluso, la forma en la que Vox arrastra al bipartidismo hacia dejes de su discurso, mientras que la política transcurre como un 'show' para el consumo de unos pocos, sin que nadie le ponga freno.

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