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Cómo y por qué está el PP picando la carne de Garzón
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Cómo y por qué está el PP picando la carne de Garzón

Estamos ante un caso de libro de guerra cultural que nos ofrece, eso sí, una interesante novedad. Por primera vez, una ofensiva de este tipo no viene de Vox sino de los populares

Foto: Pablo Casado visita una granja en Lleida. (EFE)
Pablo Casado visita una granja en Lleida. (EFE)
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La crisis desatada por las declaraciones de Garzón deja en la superficie algunas impresiones claras. Saca a flote las contradicciones internas del gobierno y sus dificultades para coordinarse incluso en el ámbito de la comunicación más elemental. Revela el distanciamiento vivencial entre las élites progresistas y su base electoral. Y, sobre todo, desvela la absoluta incompetencia de la izquierda para combatir en el terreno de lo moral.

Estamos ante un caso de libro de guerra cultural que nos ofrece, eso sí, una interesante novedad. Por primera vez, una ofensiva de este tipo no viene de Vox sino del PP. No estoy seguro de que sea lo mejor para España. En cualquier caso, ya está demostrado que los de la gaviota también saben trenzar sus relatos salvajes y aplicar el método que te lleva a mandar en la conversación nacional. ¿Cómo lo han hecho?

Primero, el análisis sociológico debió provocar la llamada de la necesidad. Hay elecciones en Castilla y León. Buscan un gran resultado, pero Vox anda fuerte y sabe competir. La marca azul aguanta aunque los líderes no tanto, Mañueco y Casado no levantan precisamente entusiasmo. Hace falta más.

Foto:  El líder del Partido Popular, Pablo Casado (i), junto al presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco (d). (EFE/Tarek)

Luego, la estrategia electoral. Esto no va solo de que todos los tuyos vayan a votar, también importa que los de enfrente se queden en casa. Y para eso hay que desmovilizar, desincentivar, desconectar de las siglas de preferencia. En una palabra: avergonzar.

Después, la táctica. El olfato del depredador. La detección de la oportunidad en una sociedad atravesada por un hondo sentimiento de malestar y un creciente distanciamiento entre el centro y la periferia. La selección del 'casus belli' en el territorio más rural del país. El campo es el paisaje por el que Vox aspiraba a crecer camino del 13-F.

Foto: Pedro Sánchez dialoga con Alberto Garzón en el Congreso. (EFE/Mariscal)

A continuación, los guionistas. El hilado fino para que la torpe anécdota, un asunto marginal, ajeno a las grandes preocupaciones del momento, se convierta en categoría política y asunto de primer orden. Mal por dañar el interés de España en un mercado estratégico. Peor por querer golpear al campo, pijo urbanita de izquierdas que no sabes ni sexar un pollo. Agresor. Peligro público. Amenaza para lo que somos. Principio de distorsión emocional para que un simple resbalón parezca un atentado contra el alma misma de la sociedad.

Esa es la clave: las guerras culturales son conflictos prefabricados que manosean y maltratan la identidad. Y funcionan. Funcionan porque están dirigidas a las víctimas del miedo y el malestar, porque inyectan en ese público un victimismo purificador que pronto se transforma en deseo de agresión. Funcionan porque en la mente individual o colectiva la relojería del miedo opera con igual vehemencia y velocidad.

La operación ejecutada por el PP es de manual y la reacción de la izquierda debería pasar a los manuales de lo que nunca debe hacerse

Cuando el dibujo del plan está en la pizarra y el relato reposa sobre el papel, solo queda activar la maquinaria. Apagar cualquier otra cuestión y centrar el tiro. Convertir cada terminal en un puesto de francotirador. Todos a una desde hoy y a partir de mañana todos los días.

Y al fin sentarse para ver a los adversarios siguiendo punto por punto la secuencia. Uno: no verla venir. Dos: infravalorar la subida. Tres: la sorpresa. Los ojos como platos del cervatillo frente a los faros del coche, la parálisis. Y cuatro: movimientos espasmódicos de presa sin escapatoria. Lo de Sánchez, lo de Yolanda Perón, lo de Iglesias, lo del gallinero entero revoloteando en la trampa de conejos. Ataque cuajado.

Foto: La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión
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La operación de triturado de Garzón ejecutada por el PP es de manual y la reacción de la izquierda entera debería pasar a los manuales de lo que nunca, nunca, nunca debe hacerse en caso de ataque por la vía cultural.

Es difícil hacerlo peor, cada movimiento llevado a cabo por socialistas y podemitas solo ha servido para infligirse más daño a sí mismos. Pudieron sentarse y analizar con frialdad la ofensiva, llegar a la conclusión de que era necesario coordinarse para reaccionar con una estrategia de contención de daños. Sin embargo, optaron por la irracionalidad.

Foto: El ministro de Consumo, Alberto Garzón (c), durante la reunión mantenida con representantes de la organización de ganaderos UPA, este jueves en la sede del ministerio. (EFE/Fernando Villar)

Con el pasar de los días han dejado impresa en la sociedad una imagen de soberbia perfectamente evitable cuando lo más sencillo era recoger velas, respirar y contragolpear. La falta de humildad explica en parte la incapacidad de los dos partidos del gobierno para superar la crisis. Ahora es tarde, antes era urgente reparar la ofensa al campo y a su propio universo electoral.

No hace falta ser "Tezanos el desinteresado" para darse cuenta de que no conviene practicar una exhibición de violencia alimentaria como esta y menos en tiempo electoral. Un poco de sentido común y de arraigo en la realidad basta para entender que todo el mundo quiere la mejor carne en la mesa y que muchísimos padres no pueden comprarla para sus hijos. Mejor no degradar a nadie. Hace falta ser pijo, ecopijo de monopatín eléctrico, para no verlo.

Esta hoguera fue encendida para que el 13-F los votos de la izquierda queden reducidos a cenizas por incomparecencia de sus votantes

En realidad, Garzón nunca ha sido el objetivo de esta ofensiva. No pasa de ser una liebre falsa y, por lo tanto, caza menor. Puede que hasta mejore en votos por efecto de la polarización. Es lo de menos. Esta hoguera fue encendida para que el 13-F los votos de la izquierda en su conjunto queden reducidos a cenizas por incomparecencia de sus votantes.

No será la soberbia, ni la tensión entre podemitas y socialistas, ni siquiera la triste gestión de este gobierno lo que alejará pronto a muchos electores progresistas de las urnas castellanoleonesas. Todo eso solo es política. Poca cosa al lado de lo cultural, de lo identitario en una época tan cargada de amenazas como esta.

Foto: Pablo Casado y José María Aznar. (David Mudarra)

En esa línea de alta tensión es donde toda la izquierda postsocialdemocracia se ha quedado fuera de juego, precisamente después de haber incentivado el identitarismo.

Ahora, ahora que el combate es por la supremacía moral, los progresistas cosmopolitas de salón y perezosos por afición se han quedado sin poder decir nada.

Así es la izquierda blandengue, la que prefiere no pensar, ni imaginar. La que da por hecho que el futuro garantiza el monopolio de la superioridad moral que siempre tuvieron y ya no tienen. Se acabó al juego de buenos y malos, en el que los malos siempre eran los otros. Las guerras culturales han llegado para quedarse y no todo el mundo tiene puestas las pilas. Vendrán más.

La crisis desatada por las declaraciones de Garzón deja en la superficie algunas impresiones claras. Saca a flote las contradicciones internas del gobierno y sus dificultades para coordinarse incluso en el ámbito de la comunicación más elemental. Revela el distanciamiento vivencial entre las élites progresistas y su base electoral. Y, sobre todo, desvela la absoluta incompetencia de la izquierda para combatir en el terreno de lo moral.

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