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Crisis terminal: la legislatura está acabada, es tiempo de elecciones generales
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Crisis terminal: la legislatura está acabada, es tiempo de elecciones generales

Los españoles no merecemos la condena adicional de vivir los próximos 10 meses bajo un Gobierno que no está en condiciones objetivas de gobernar

Foto: Sánchez y sus ministros, en un acto en el Senado. (EFE/Mariscal)
Sánchez y sus ministros, en un acto en el Senado. (EFE/Mariscal)
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Todavía no somos conscientes de la dimensión política que tiene la crisis provocada por la ley del solo sí es sí. Puede que un ejercicio comparativo nos sirva para definir la talla. Esto se parece a lo que ocurrió tras la fuga de Roldán en la época de Felipe González, a la guerra de Irak cuando Aznar, a los meses posteriores al discurso parlamentario de Zapatero en mayo de 2010. El volumen es ese. Esta es una crisis de categoría terminal.

Estos episodios definitivos y poco frecuentes, estas bisagras en el tiempo histórico, no se sostienen sobre la nada. Se atornillan siempre en los quicios de un umbral previa y sólidamente asentado: la corrupción de los noventa, el endiosamiento de la mayoría absoluta de 2000, la crisis económica de 2008, la propia genética del Gobierno Frankenstein. Y se distinguen por tener una mecánica distinta. No son fenómenos de desgaste, son procesos de ruptura.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión

En las crisis terminales se fractura la relación de los gobiernos con la sociedad, se pasa del rechazo al repudio en capas cada vez más amplias. Se rasga el vínculo con las bases electorales que sostenían al poder político y se desmovilizan por un camino más amargo que el de la decepción. Y, además, se quiebra el estado anímico de los cuadros del partido; no solo en los equipos de campaña, también y sobre todo entre los instalados en la Administración.

Ese abatimiento de las propias tropas, tan característico de las crisis terminales, tiene que ser forzosamente más difícil de sobrellevar con un Ejecutivo que no es monocolor. Y más todavía cuando la propia naturaleza de la coalición está mutando, como es el caso: ya no hay dos socios, sino tres —PSOE, Podemos y Sumar—, y los tres guardan intereses contradictorios con actitudes políticas y vitales inmaduras y autorreferenciales.

Por alguna razón que escapa a mi entendimiento, la mecánica de ruptura propia de estos episodios se traduce al otro lado del espectro político en un cambio de dinámica. De golpe, Vox deja de ser un partido fiablelo de Tamames es un esperpentomientras Ciudadanos se inmola —lo de Villacís ha sido grotesco—. Y Feijóo, a la chita callando, agarra la pedalada buena.

Las crisis terminales generan la impresión prácticamente unánime de que el tiempo político ha entrado en fase de descuento

También a eso me refería al apuntar que las crisis terminales funcionan como bisagras del tiempo histórico: generan la impresión prácticamente unánime de que el tiempo político ha entrado en fase de descuento. Una sensación que, como ocurrió durante la pasada semana, los propios actores avivan con sus propias declaraciones, pronunciamientos y silencios.

En menos de siete días, según crece y crece el número de agresores sexuales felices, hemos visto a la ministra de Igualdad reconocer que no habla con la ministra de Justicia y al presidente teniendo que salir de madrugada a confirmar que mantiene la confianza en sus ministros. Todo ello sin que ningún miembro del Gobierno se atreva a decir cuántos delincuentes podrán ver sus condenas rebajadas y cuántos podrán verse directamente en la calle.

Simultáneamente, la ley del bienestar animal terminó saliendo aprobada no porque los socios del Ejecutivo forjasen un acuerdo posteriormente respaldado por la mayoría parlamentaria habitual, sino porque ERC y Bildu han impedido, en el límite, que más añicos de la coalición llegasen al suelo. Los de Otegi y los de Junqueras han pasado de ser complementarios a actuar como el último pegamento que le queda a este Gobierno, a este jarrón roto.

Las dos partes quieren abandonar la relación, pero sin asumir el coste del divorcio

La coalición está irreparablemente fracturada. Hemos llegado al punto en que las dos partes quieren abandonar la relación, pero sin asumir el coste del divorcio, ese momento de las separaciones en el que ninguno busca una buena salida para las dos partes, sino la forma de dañar al otro tanto como se pueda. Ese punto de putrefacción.

A partir de aquí, las cosas solo pueden ir a peor. Primero, porque el combate de la pareja se define por la presencia de un tercer vértice: los socialistas quieren que Yolanda sea la sustituta de Podemos y los de Podemos quieren llevarse a Yolanda por delante, no solo por orgullo, también por una cuestión de vida o muerte para la organización morada.

Segundo, porque la acción del Gobierno está condicionada por el interés electoral: los de Sánchez tirarán de chequera pública para vender compromiso social y arrinconar a los de Iglesias, que forzosamente reaccionarán para no parecer inservibles ante su electorado.

El programa legislativo que acordaron está muerto, muerto porque está muerto el espacio de consenso

Y tercero, porque el programa legislativo que acordaron está muerto, muerto porque está muerto el espacio de consenso. Cualquiera que revise el acuerdo de gobierno podrá ver que la parte que podía cumplirse está cumplida, y que lo que no se ha cumplido ya no se puede cumplir.

De manera que lo relevante en términos de país no es si habrá crisis de Gobierno esta semana o el mes que viene, ni siquiera cuándo se formalizará la ruptura entre los socios de gobierno. Lo trascendental es que el desastre de la ley del solo sí es sí ha provocado una crisis terminal en el Gobierno, que la legislatura está acabada, se mire por donde se mire, y que faltan nada más y nada menos que 10 meses para las elecciones generales.

Lo razonable es que Sánchez llame a las urnas cuanto antes. Ya sé que hay cita en mayo con las autonómicas y locales

Los españoles llevamos demasiados años sufriendo en carne propia las consecuencias del bloqueo político. No merecemos la condena adicional de vivir los próximos 10 meses bajo un Gobierno que no está en condiciones objetivas de gobernar. Renuévese o cámbiese, pero atendamos a la necesidad de que nuestro país pueda contar con un Gobierno capaz.

Lo razonable es que Sánchez llame a las urnas cuanto antes. Ya sé que hay cita en mayo con las autonómicas y locales, gestiónese. No es mi deseo entrar en los razonamientos estratégicos partidarios, tampoco en los dibujos tácticos. Pero sí quiero subrayar dónde y cuándo está el interés de España. Esta agonía no es buena para nadie. Pasemos página.

Todavía no somos conscientes de la dimensión política que tiene la crisis provocada por la ley del solo sí es sí. Puede que un ejercicio comparativo nos sirva para definir la talla. Esto se parece a lo que ocurrió tras la fuga de Roldán en la época de Felipe González, a la guerra de Irak cuando Aznar, a los meses posteriores al discurso parlamentario de Zapatero en mayo de 2010. El volumen es ese. Esta es una crisis de categoría terminal.

Pedro Sánchez
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