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Miriam González

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Cunde el pánico en la Unión Europea

Bruselas ha vuelto a las declaraciones vacías, grandilocuentes, que es lo que solemos hacer los europeos cuando no sabemos qué hacer

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Johanna Geron)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Reuters/Johanna Geron)
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Entre los líderes europeos ha empezado a cundir el pánico. El año pasado ya se dieron un baño de realidad al constatar que, pese a la inexplicable condescendencia con la que algunos europeos tratan a los americanos, seguimos dependiendo de ellos para nuestra defensa. Este año se avecinan dos papeletas si cabe aún más gordas: el tener que admitir que Europa no va a estar no ya en el podio, sino ni siquiera en un puesto de cabecera de la inteligencia artificial y la guerra tecnológica. Y la probabilidad de que ni siquiera logremos ser líderes en la carrera de la tecnología verde. Y eso sí que es un drama de los grandes, porque esa era nuestra gran apuesta económica de futuro.

El escenario de fondo es la feroz y despiadada lucha entre China y Estados Unidos por las innovaciones tecnológicas y de inteligencia artificial. A Europa esa guerra le pilla demasiado grande porque requiere inversiones ingentes y, con ya dos crisis económicas tras las cuales nos hemos recuperado mucho más lentamente que los Estados Unidos, no podemos hacer frente a la enorme fuerza económica de ninguno de esos dos países. Pero Europa contaba con al menos poder co-dominar en el subsector de la tecnología verde, donde está mucho mejor posicionada.

Foto: Sesión en el Parlamento Europeo este miércoles. (Reuters/Yves Herman)

Esa posibilidad está ahora en entredicho porque los Estados Unidos han despertado de su letargo medioambiental y han decidido copar también ese mercado. Biden ha puesto sobre la mesa 369.000 millones de dólares como parte del paquete legislativo Inflation Reduction Act y está haciendo una ofensiva brutal para llevarse a su territorio a empresas de tecnología verdes, incluidas las europeas. Les oferta ayudas fortísimas y también exenciones fiscales. Algo que se une a los atractivos tradicionales del mercado americano: el coste energético menor, su baja reglamentación, su red financiera ágil y unificada y su idioma único.

Las medidas de Biden han caído en Bruselas como un meteorito en un hormiguero. La prueba del pánico es que Bruselas ha vuelto a las declaraciones vacías, grandilocuentes, que es lo que solemos hacer los europeos cuando no sabemos qué hacer. Sin ni siquiera haber definido medidas, la UE ya ha anunciado un Plan Industrial Verde y un posible (énfasis en posible) Fondo Soberano de Inversión en tecnología verde. Se especula con simplificar ayudas europeas e incluso relajar temporalmente las restricciones sobre ayudas de estado nacionales al sector. Pero esto último podría hacer un daño irreparable al mercado interior europeo. Y encima todo eso hay que pagarlo, así que se necesita el beneplácito de los que lo pagan ahora todo, que son los alemanes. Una toalla bastante considerable.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea. (EFE)

La situación actual no es circunstancial, sino que responde a un gravísimo error de base en la política europea. La Unión Europea ve la tecnología solo como algo que hay que domesticar y meter en un arnés reglamentario, en vez de verla también como el instrumento clave de crecimiento económico y el pasaporte de futuro de las próximas generaciones de europeos. Ello ocurre porque la Comisión Europea se ve a sí misma como un megarregulador, en vez de verse como una pieza fundamental del motor económico de Europa. Algo parecido ocurre con las ayudas: la Comisión actúa como un mero dispensador de ayudas europeas, pero no asume la responsabilidad de facilitar el crecimiento económico que luego permita repartir ayudas.

Competir en tecnología requiere mucho más que aprobar complejos esquemas reglamentarios. Requiere dinamizar el mercado europeo metiendo mano a los muchísimos obstáculos que todavía existen para poder crear y desarrollar empresas tecnológicas en el mercado europeo con facilidad y como si fuera realmente un mercado único. Un mercado rígido, fragmentado y con obstáculos siempre tendrá una vida corta, independientemente de las subvenciones que se otorguen, pues, si uno no tiene un músculo económico masivo, siempre habrá otro a la vuelta de la esquina con subvenciones más cuantiosas.

Foto: Conferencia sobre internet en Pekín, China. (Reuters)

Son muchas las Comisiones Europeas que han descuidado la labor básica de desmantelamiento de barreras. En la actual, la presidenta Von der Leyen es directamente responsable de esa falta de atención. Como también lo es el comisario francés de Mercado Interior, Thierry Bretton. Un hombre que ha desperdiciado cinco años cruciales en el desarrollo del mercado tecnológico europeo, tanto verde como no verde, dedicándose a todo lo que brilla en vez de dedicarse al trabajo que se le asignó: la tarea poco lucida, pero absolutamente indispensable, de eliminar barreras al mercado interior europeo.

Hay pocas cosas que sean más definitivas para el futuro de nuestros hijos que el que la Unión Europea logre engancharse a la carrera tecnológica y no desengancharse de la carrera tecnológica verde. Poner la eliminación de barreras al emprendimiento tecnológico en el centro de la acción de la Comisión Europea es imprescindible. Ante este último fiasco en la tecnología verde, no tiene pase que ni los gobiernos, ni el Parlamento Europeo, ni los parlamentos nacionales como el español hayan llamado a capítulo a la Comisión Europea y hayan exigido un giro radical y urgente.

Entre los líderes europeos ha empezado a cundir el pánico. El año pasado ya se dieron un baño de realidad al constatar que, pese a la inexplicable condescendencia con la que algunos europeos tratan a los americanos, seguimos dependiendo de ellos para nuestra defensa. Este año se avecinan dos papeletas si cabe aún más gordas: el tener que admitir que Europa no va a estar no ya en el podio, sino ni siquiera en un puesto de cabecera de la inteligencia artificial y la guerra tecnológica. Y la probabilidad de que ni siquiera logremos ser líderes en la carrera de la tecnología verde. Y eso sí que es un drama de los grandes, porque esa era nuestra gran apuesta económica de futuro.

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