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Miriam González

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¡Despierta Europa, despierta España!

Los problemas de Europa son de manufactura propia y se resumen en una frase: Europa es un continente sumido en la autocomplacencia y asfixiado por su propia burocracia

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Pool/Eloísa López)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (EFE/EPA/Pool/Eloísa López)
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Empezó casi como un rumor. Le puso nombre, como suele ser el caso, el Financial Times. Le han seguido el Economist, el Wall Street Journal y varios think tanks. Ha sido como si se abriese el telón y nos diésemos de bruces con la realidad: Europa no crece, los europeos somos cada vez más pobres.

Las cifras son brutales. Mientras en 2008 la economía europea era un poco más grande que la americana, el año pasado los Estados Unidos alcanzaron los 25 trillones de dólares, mientras Europa y el Reino Unido juntos solo llegaron a 19,8. Si no contamos al Reino Unido, la economía americana es un 50% más grande que la europea. Hace 15 años, la Unión Europea y los Estados Unidos tenían cada uno el 25% de la capacidad consumidora mundial, pero hoy la capacidad consumidora europea se ha reducido al 18% mientras que la americana ha aumentado hasta el 28%. Y la madre de todos los shocks: desde 2010 hasta ahora, la riqueza per cápita europea ha pasado de ser un 47% a un 82% menor que la estadounidense. ¡Si esa tendencia continúa, en 2035 la diferencia de riqueza per cápita entre Europa y los Estados Unidos será la misma que hay hoy entre Ecuador y Japón!

Foto: Imagen de un barco carguero en el puerto de Shenzhen. (Reuters)

El empobrecimiento europeo se explica en parte por factores exógenos: la austeridad tras la crisis de 2008, que fue difícil de evitar en Europa porque, a diferencia de los Estados Unidos, no tenemos una moneda de referencia; el impacto de la guerra de Ucrania sobre nuestros costes de energía; el azote de la inflación ligado a ese aumento de costes energéticos, y el enfriamiento del comercio mundial (acentuado ahora por las dificultades económicas de China) que hace que una economía como la europea, que depende de las exportaciones (50% del PIB de la eurozona), sufra de forma desproporcionada. Pero por encima de esos factores exógenos, los problemas de Europa son de manufactura propia y se resumen en una frase: Europa es un continente sumido en la autocomplacencia y asfixiado por su propia burocracia.

En vez de afrontar nuestra realidad y luchar vigorosamente contra el empobrecimiento, las élites europeas se están dedicando a negarlo. Argumentan defensivamente que aunque seamos más pobres, en Europa se vive mejor porque se trabaja menos que en los Estados Unidos, algo que es cada vez menos cierto. O apuntan a que puede que los Estados Unidos sean más ricos, pero carecen del atractivo estado de bienestar europeo. Quieren dar así a entender que hay que elegir entre generar riqueza y distribuirla, lo cual es una dicotomía falsa: para poder distribuir riqueza, hay que poder generarla.

Desde su atalaya de Bruselas, las instituciones comunitarias actúan como si el empobrecimiento europeo no fuese de su incumbencia. La Comisión Europea sigue obsesionada con reglamentar como hace 30 años, cuando el problema de Europa era la falta de integración. Pero el problema hoy es otro: la falta de crecimiento. Es imposible competir si nuestro mercado sigue fragmentado. Y no puede ser que el emprendimiento en Europa sea una larga carrera de obstáculos. Hay que pivotar urgentemente hacia un plan de choque de eliminación de barreras del mercado interior: hacer que el presidente/a de la Comisión tenga un mandato explícito de dinamización del mercado interior, condicionando la continuación de su mandato a que logre eliminar las barreras de forma substantiva; dedicar un grupo de comisarios y un 30% de todos los funcionarios de la Comisión a ello; crear un tracker público para poder medir en tiempo real el impacto, y reorientar de forma inmediata los fondos europeos (incluidos los de Nueva Generación) a proyectos que fomenten de manera sustancial y efectiva el mercado interior.

Foto: El CEO de la principal industria siderúrgica alemana, ThyssenKrupp, se ajusta las gafas protectoras frente a la entrada de la empresa. (Reuters/Wolfgang Rattay)

La complacencia no existe solo en Bruselas, sino también en la clase política de los Estados miembros que se han desentendido del crecimiento económico real (el de la riqueza per cápita) de sus países. Alemania no puede seguir teniendo que pagarlo casi todo en Europa, entre otras cosas porque Alemania se está desindustrializando, envejeciendo y tiene un serio problema de innovación (en la portada del Economist de esta semana se preguntan si Alemania es de nuevo el enfermo de Europa). Las otras grandes economías de la Unión (Francia, Italia y España) tienen que estar saneadas y dejar de necesitar recurrentemente (como ocurre con Italia y España) el flotador alemán. Eso requiere dejar de pretender falsamente que las cosas van bien. Y acometer con decisión las reformas económicas y políticas que se necesitan sin tener que esperar a que lo pida Bruselas, porque la Unión Europea ni se creó ni está para suplir las deficiencias de los gobiernos nacionales.

En España, nos duele el orgullo cuando alguien nos recuerda que nos hemos puesto en situación de dependencia económica de Alemania y de dependencia intelectual de Bruselas. Pero ese orgullo nacional es precisamente lo que debería hacernos reaccionar para acometer urgentemente y por nuestra propia iniciativa las reformas económicas y políticas que necesita el país. Se nos llena la boca cuando proclamamos que somos la cuarta economía de la Unión. Ya es hora de que empecemos a actuar como tal.

Empezó casi como un rumor. Le puso nombre, como suele ser el caso, el Financial Times. Le han seguido el Economist, el Wall Street Journal y varios think tanks. Ha sido como si se abriese el telón y nos diésemos de bruces con la realidad: Europa no crece, los europeos somos cada vez más pobres.

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