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En versión liberal
Por
Las tarifas de Trump
Los libertarios europeos que tanto admiran a Trump tienen que dejar de esconderse detrás de generalidades y empezar a definir posturas
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Los libertarios europeos están evitando pronunciarse sobre la amenaza de Trump de imponer tarifas ‘recíprocas’ a las importaciones de productos europeos con altos niveles de IVA. Su reacción ha sido salirse por la tangente. O decir que Trump está confundiendo aranceles, que son recíprocos, con el IVA, que no lo es. Pero ni Trump está confundido, ni esto va de reciprocidad. Trump está destruyendo el sistema de reglas de la Organización Mundial del Comercio. Y lo que necesitamos saber es si los libertarios europeos están a favor o en contra de ello.
En el comercio internacional se habla de reciprocidad para contraponerla con las reglas de la Organización Mundial del Comercio, pero la reciprocidad como tal no existe. Incluso en ausencia de tratados de libre comercio, los países no imponen tarifas calculando la reciprocidad, sino que las imponen de acuerdo con sus necesidades. Si un país produce muchos coches y no produce suficiente trigo, impone aranceles a los coches y no al trigo.
Los tratados comerciales bilaterales tampoco siguen una lógica estricta de reciprocidad. Se negocian por capítulos y línea por línea (es decir, por categoría de productos o subsector de servicios). Pero el mantra de todas las negociaciones comerciales es que ‘nada está negociado hasta que todo está negociado’. Es decir, que para aceptar un tratado lo que se mira no es si las obligaciones son recíprocas producto por producto y sector de servicios por sector de servicios, sino si a cada país le conviene ese paquete en su conjunto.
En 1947, cuando se acordó el GATT, el comercio internacional se alejó todavía más del concepto de reciprocidad. 23 países se comprometieron a tomar las tarifas más bajas que ofrecían para cada producto a cualquiera de los otros 22 países y aplicar ese nivel de tarifas a todos los demás. Ese principio, que se llama la ‘cláusula de la nación más favorecida’, es la piedra angular de todo el sistema comercial internacional. También acordaron dar el mismo trato (de impuestos, reglamentario, etc) a los productos de cualquiera de esos 22 países que el que dan a sus propios productos (el principio de ‘trato nacional’).
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Esos 23 países aumentaron hasta 128 en 1994, que es cuando se produjo otro salto cualitativo: la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Se amplió el ámbito del acuerdo multilateral a los servicios, la propiedad intelectual, el comercio electrónico, se pusieron normas sobre subsidios, etc. Un golpe más al concepto de reciprocidad, porque desde entonces el ‘nada está negociado hasta que todo está negociado’ a nivel multilateral incluye todos esos sectores. Es decir, que cuando cada país mira si el acceso al mercado que da es equivalente al que le dan el resto de los países, no vale mirar solo un determinado sector (léase algunos productos manufacturados, como hace Trump) sino que hay que mirar a todos los sectores de bienes, servicios, etc en conjunto.
El sistema de la OMC, con todas sus virtudes y defectos (nada es perfecto) ahora cubre el 98% del comercio mundial, 166 países y ha sido uno de los mejores inventos del siglo XX. Los que hemos sido negociadores en la OMC podemos dar fe de que si ha funcionado ha sido por el empeño, la constancia y generosidad de los Estados Unidos y la Unión Europea. No porque ambos hayamos sido generosos con los aranceles sobre bienes. Ni porque hayamos aceptado algunos términos desfavorecedores para nosotros en servicios. Sino porque ambos tenemos la fuerza para doblegar a países comercialmente más débiles simplemente cerrando flujos comerciales y en vez de hacerlo hemos aceptado someternos a reglas acordadas multilateralmente. Lo hemos hecho en beneficio de todos y también en beneficio propio, pues esas reglas han dado lugar a un periodo histórico de crecimiento, reducción de pobreza y paz sin precedentes del que nos hemos aprovechado todos, incluida Europa y los Estados Unidos.
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En apenas treinta días, Trump ha destruido todo eso. Ha ninguneado a la OMC, ha desechado los principios de la nación más favorecida y tratamiento nacional y ha dilapidado cualquier espíritu internacional que quedaba de compromiso. No está instaurando la ‘reciprocidad’ en las relaciones comerciales, sino que está utilizando la fuerza económica de Estados Unidos para establecer un sistema en el que el país más poderoso puede actuar de manera arbitraria y sin límites.
Los libertarios europeos que tanto admiran a Trump (y que en España no solamente son muchos -no todos- de Vox, sino también varios ex-Vox, algún extraviado de Ciudadanos y bastantes del PP muy escorados a la extrema derecha) tienen que dejar de esconderse detrás de generalidades y empezar a definir posturas:
¿Están, como Trump, a favor de que se desmantele el orden jurídico comercial internacional?
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¿Quieren un comercio internacional donde solo impere la ley del más fuerte?
¿De verdad quieren eso a pesar de que significa que países como USA, cuya economía es 15 veces mayor que la nuestra, podrían imponer su voluntad sobre nosotros sin estar limitados por reglas?
¿Y están dispuestos a pagar el precio que va a suponer para nuestras empresas, sus empleados, nuestros agricultores, nuestros consumidores, etc, desmantelar ese sistema de garantías?
Tanto que se vanaglorian de que les gusta hablar claro, que empiecen a poner las cartas sobre la mesa.
Los libertarios europeos están evitando pronunciarse sobre la amenaza de Trump de imponer tarifas ‘recíprocas’ a las importaciones de productos europeos con altos niveles de IVA. Su reacción ha sido salirse por la tangente. O decir que Trump está confundiendo aranceles, que son recíprocos, con el IVA, que no lo es. Pero ni Trump está confundido, ni esto va de reciprocidad. Trump está destruyendo el sistema de reglas de la Organización Mundial del Comercio. Y lo que necesitamos saber es si los libertarios europeos están a favor o en contra de ello.