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José Luis Moreno o el destape de una España en la que no triunfan ventrílocuos ni vedetes
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Ángeles Caballero

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José Luis Moreno o el destape de una España en la que no triunfan ventrílocuos ni vedetes

Moreno era y es un tipo expansivo y excéntrico, un hombre Versace desde mucho antes que el italiano se lanzara a diseñar. Una especie de Gil y Gil con más lecturas

Foto: José Luis Moreno con su muñeco Rockefeller. (TVE)
José Luis Moreno con su muñeco Rockefeller. (TVE)

Caminábamos siempre del brazo. Íbamos por la calle hablando de nuestras cosas, jugando a ser mayores aunque todavía estábamos en plena edad del pavo. Mal pintadas, sin gracia alguna para caminar con tacones, en una época en la que no había sujetadores con relleno y los calcetines y las hombreras descosidas ayudaban a poner aquello arriba y en orden.

Éramos bastante sosas en lo de los amores y aspirábamos al morreo como culmen del éxito, el muerdo en el cuello, que te pidieran salir. No necesitábamos beber para hacer el idiota, por eso era recurrente la broma en la que hacíamos de José Luis Moreno. Agarrabas del brazo derecho a tu amiga, le obligabas a cerrar el puño dejando enhiesto el dedo índice y gritábamos con voz de pito: “¡Mo-re-nín”. Era un gran 'hit'. Ya he dicho que éramos bastante pavas.

Foto: Miembros de la Policía Nacional registran la vivienda de José Luis Moreno en Boadilla del Monte. (EFE)

En casa siempre veíamos ‘Noche de fiesta’. Me parecía fascinante que hasta la pantalla de un salón del barrio de La Alhóndiga de Getafe llegara Bonnie Tyler cantando ‘A total eclipse of the heart’, la gordura de Meat Loaf, las piernas infinitas de Paulina Rubio, el anillo con forma de sello de Andoni Ferreño o el moño de Juncal Rivero, que intenté imitar varias veces con enorme dolor de cabeza (en sentido figurado y en el literal). Ahí descubrí a Mónica Naranjo y su tinte capilar negro con tonos azulados.

Mi padre ponía ojitos con el desfile de lencería, me maravillaba que todos los desfiles estuvieran a cargo de diseñadores italianos con nombres que parecían inventados y que todos los invitados fueran, sin excepción, “número uno en el mundo”. No entendía bien el papel del ‘mazas’ en los sainetes (si ni siquiera hablaba) y he tardado años en comprender qué hacía ahí (gracias, Beatriz Parera y José María Olmo). Con Rockefeller apagábamos la tele porque quien colmaba las carcajadas era el muñeco con boina y bigote. “Tener las piernas como Macario”, es decir, necesitar una depilación como el comer, también formaba parte del léxico de mi adolescencia.

Moreno era y es un tipo expansivo y excéntrico, un hombre Versace desde mucho antes que el italiano (este sí que era de verdad) se lanzara a diseñar. Una especie de Gil y Gil con más lecturas. Un tipo culto con la casa llena de antigüedades como María José Cantudo.

Foto: El productor José Luis Moreno. (Mediaset)
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Ese tipo de gente que hace cosas que tú jamás tendrás el valor de acometer, como montar la ópera Aída en la plaza de toros de Vistalegre y meter animales de verdad en el escenario o ponerte jerséis imposibles sin camisa debajo. Y no puedo sino mostrar empatía al hombre que me descubrió a Miren Ibarguren en ‘Escenas de matrimonio’ y animó mi puerperio y la lactancia con aquel grito de guerra de Pepa diciéndole a su marido: “¡Avelino, hazme el amor!”.

Hoy sabemos más y mejor que nunca que Moreno es también un tipo muy oscuro. En sus tramas empresariales y también en algunas de sus prácticas. Escuchamos testimonios de gente que ha trabajado para él que hablan de chantaje, de acoso, de pasar por el aro o “no tendrás una carrera jamás”. Un tipo chusco y faltón, capaz de montar 700 sociedades y guardar en una de las estancias de su casa máquinas para contar billetes. Un matón vestido de aspirante a Don Johnson. Un calco del personaje que bordaba en 'Torrente 2'.

Moreno no solo ha sobrevivido hasta ahora, sino que ha gozado de una mansión y de una vida en la que se jactaba de ser un tipo auténtico, pura verdad, incapaz de mentir al público porque su labor en esta vida era la de “hacer familia, hacer nido”, como le contaba al periodista Joseba Solozábal en una entrevista para el programa ‘La kapital’ de TeleBilbao, realizada el mismo día que dimitía Màxim Huerta como ministro de Cultura por sombras con Hacienda. Ese mismo día de junio de 2018, decía mirando a cámara: “¿Sabes lo que me sorprende? Que de repente tienes un problema con Hacienda y… yo llevo debiéndole a Hacienda un millón y pico de euros, bueno, mucho más, este año termino de pagar. Uff, ha sido una sangría”. Minuto y medio después aseguraba que “la máxima democracia es internet”.

El caso Moreno es una forma más de destape. Despoja de glamur a esa España que le hizo millonario; un país obsesionado con el brillo, con el dorado y con los quilates y que pervive hoy, haciendo lo que puede con esa otra España que no traga con todo, que oscila entre la exhibición y la censura, la que no se calla, la del 'Metoo' y el 'No es no'. Entre las dos llenan las calles un 8 de marzo y hacen líder de audiencia a ‘La isla de las tentaciones’. En ninguna de ellas triunfan hoy los ventrílocuos y las vedetes.

Caminábamos siempre del brazo. Íbamos por la calle hablando de nuestras cosas, jugando a ser mayores aunque todavía estábamos en plena edad del pavo. Mal pintadas, sin gracia alguna para caminar con tacones, en una época en la que no había sujetadores con relleno y los calcetines y las hombreras descosidas ayudaban a poner aquello arriba y en orden.

José Luis Moreno
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