Con siete puertas
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La indefensión aprendida: teoría sobre la pasividad ante la crisis migratoria en Canarias
Cuando Marlaska afirma que en el archipiélago hay recursos humanos y materiales suficientes para dar respuesta a la masiva llegada de migrantes que huyen del caos, se inhibe ante una situación adversa
Buceando en la búsqueda de posibles razones que justifiquen y puedan explicar la indolencia del Gobierno ante el colapso que la crisis migratoria está provocando en Canarias, puede que ayude a comprender lo incomprensible abonarse a la tesis de la indefensión aprendida: comportarse de forma pasiva ante todo tipo de problemas, según Martin Seligman. Cuando el ministro del Interior en funciones afirma que en el archipiélago hay recursos humanos y materiales suficientes para dar respuesta a la masiva llegada de migrantes que huyen de la nada, la muerte y el caos, recurriendo a la hipótesis de la indefensión aprendida cabe concluir que sus afirmaciones obedecen a que, consciente o inconscientemente, Fernando Grande-Marlaska se inhibe ante una situación adversa.
Se deja arrastrar por la pasividad para situarse, al igual que otros cinco ministerios competentes, en la antesala de un desentendimiento cada vez peor disimulado. Si es que la actitud del Gobierno tiene alguna explicación, puede que encuentre en las conclusiones de Seligman —en la decisión de dejar de hacer— su razón de ser o dejar de ser. El desconcierto que en las Islas está generando la ausencia de respuesta e implicación de ministerios que, con responsabilidades compartidas, no se sienten aludidos, resulta tan transversal como la inquietud que abona una apatía sin precedentes.
Cala la sensación de que la decisión es la indecisión. A pie de calle, en cafeterías, oficinas, reuniones familiares, bautizos y bodas, gargantas de ideologías y siglas diferentes, se preguntan cómo es posible que en Madrid no se reaccione. Peor aún, flota en el ambiente que no se hace más porque el plan es no hacer más, esto es lo que hay, así son las cosas, punto final.
La incesante llegada de embarcaciones a las islas, especialmente a El Hierro, tiene con la lengua fuera, tan exhaustos como desbordados, a quienes con más voluntad que medios se encargan de recibir a quienes llegan. Este último domingo, más de 500 inmigrantes alcanzaron el archipiélago sin que, ya en tierra, se tuviera capacidad para abordar las tareas preliminares, los protocolos y chequeos establecidos para cruzar las puertas de los centros de acogida. La estadística caduca en horas porque no dejan de aparecer cayucos, embarcaciones que apenas dan un respiro a los servicios sanitarios o a quienes prestan asistencia jurídica.
En el muelle de Los Cristianos, en Tenerife, los inmigrantes acabaron durmiendo a la intemperie, sobre el asfalto, al raso, después de haber sobrevivido a las amenazas que les acechan en la ruta canaria de la inmigración africana. Unos 200 migrantes, derivados desde El Hierro a Tenerife, tuvieron que pernoctar sobre el suelo porque no había espacio suficiente en los centros de primera acogida y filiación. No es la primera vez que ocurre. Algo así se vivió años atrás en el muelle de Arguineguín, en Gran Canaria. La retención de miles de migrantes bajo custodia policial durante semanas —sobrepasándose el máximo legal— o la ausencia de condiciones mínimas de convivencia e higiene no merecieron la consideración de delito.
Arguineguín. El muelle de la vergüenza. La indignación y el trato inhumano se invisibilizaron cuando aquel escándalo dio paso a otros episodios. No pasó nada. Nunca pasa nada. Baja el telón, y a otra cosa. Y si hay un repunte en la llegada de inmigrantes, se capea hasta que amaine, hasta que los informativos miren hacia otra parte. El traslado de cientos de inmigrantes de una isla a otra se incorpora al paisaje diario. Quinientos. Quinientos fueron traslados a Tenerife en apenas unas horas, provocando que los centros de acogida temporal —como los de Las Raíces o Las Canteras— se vieran física y visualmente desbordados.
Quienes están viéndolo en primera línea saben de lo que hablan. Los ministros saben lo que pasa, y pasan. Tienen la información. La desinformación no debe aceptarse como hipótesis. Saben. Conocen. Están al tanto. El desconocimiento no entra en la ecuación de lo que está ocurriendo, de la inédita frialdad con la que está conviviéndose en los despachos ministeriales con la crisis que está sacudiendo a Canarias. Desentendimiento. Aceptación, sin más. Algo pasa. O, peor aún. Nada pasa. Nada se mueve más allá de alguna declaración pública realizada a remolque de las preguntas de los medios. El Gobierno no da señales de vida, tampoco la oposición. Tocan otros asuntos, otros mensajes. No parece que la crisis migratoria que Canarias parece condenada a abordar en soledad esté en la agenda del PP.
Inviable. Imposible. El presidente del Cabildo de El Hierro, Alpidio Armas, utiliza estos y otros términos para resumir lo que está viéndose en una Isla sobrepasada. Del enfado inicial ante la pasividad del Estado está pasándose al desconcierto y la transversalidad del miedo. Sí, del miedo. No a los inmigrantes, no. Miedo al colapso, a la normalización de la anomalía, a que la gravedad dé paso a la resignación, a la rutina, esto es lo que hay, qué se le va a hacer, punto final.
Las embarcaciones alcanzan las costas de las islas sin haberlas localizado con anterioridad. Nada, algo o poco se sabe de los sistemas de seguimiento, de la tecnología imprescindible para, en su caso, activar las operaciones de rescate. Sí se tiene constancia de que en Lanzarote lleva años metido en cajas el material que fue adquirido para completar la vigilancia de las aguas que rodean la isla. En cajas llegaron, y en cajas continúan. Tenemos medios para hacer frente a la llegada de migrantes a Canarias, ha sentenciado con solemnidad el ministro del Interior. Y, ya lanzado, ha confirmado que no están preocupados —así, tal cual—. Asegura Marlaska que sí hay una estrategia de coordinación y cooperación con los países de origen del tránsito. ¿Qué estrategia?, ¿con qué países? Cuestión de fe. Palabra de ministro. Fin de la cita. No hay información sobre acuerdos y acciones en los países de procedencia de los inmigrantes. Tampoco de Frontex. Ni de prácticamente nada.
La isla de El Hierro está desbordada. En otras islas no hay capacidad para hacer frente a la situación. En Canarias las palabras han dejado de pesar. Pesan los hechos, la constatación de que en los ministerios no se está, no se les espera, no contestan. Quizá los responsables hayan caído en un cuadro de indefensión aprendida y, con ese punto de partida, hayan concluido que lo mejor que puede hacerse es no hacer nada, inhibirse y desarrollar la pasividad con la que están abordando una crisis que está poniendo a Canarias contra las cuerdas.
Buceando en la búsqueda de posibles razones que justifiquen y puedan explicar la indolencia del Gobierno ante el colapso que la crisis migratoria está provocando en Canarias, puede que ayude a comprender lo incomprensible abonarse a la tesis de la indefensión aprendida: comportarse de forma pasiva ante todo tipo de problemas, según Martin Seligman. Cuando el ministro del Interior en funciones afirma que en el archipiélago hay recursos humanos y materiales suficientes para dar respuesta a la masiva llegada de migrantes que huyen de la nada, la muerte y el caos, recurriendo a la hipótesis de la indefensión aprendida cabe concluir que sus afirmaciones obedecen a que, consciente o inconscientemente, Fernando Grande-Marlaska se inhibe ante una situación adversa.
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