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Luna de Papel
Por
Dani Carvajal, la mano de Pedro Sánchez y las dos Españas
Los mismos que jalearon en su día que unos estudiantes retiraran el saludo a un ministro hoy se llevan las manos a la cabeza y llaman fascista y maleducado al lateral español
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Dani Carvajal ha pasado, sin solución de continuidad, del esplendor en la hierba de Alemania al fango de la política patria. Para casi media España, el lateral ha dejado de ser un ídolo por su gol o su falta en el último minuto al alemán Musiala que impidió el último ataque germano en los cuartos de final, a ser tachado de maleducado, fascista o malcriado por saludar sin mirar a Pedro Sánchez. Y viceversa: para la otra media, Carvajal, con ese gesto, se ha ganado hasta la candidatura al Balón de Oro entre vítores y sentencias de “¡sí, me representa!”. Es la España del conmigo o contra mí en la que muchos se manejan a la perfección y algunos han convertido en su auténtico manual de resistencia.
Como casi todo, desde hace años en este país, la política ha canibalizado al fútbol (igual que el hooliganismo ha conquistado a la política). Desde hace décadas, España ha tenido jugadores negros: racializados, dice Irene Montero en su tuit borrado tras comprobar que Dani Olmo era “hermoso y rubio como la cerveza”. De Vicente Ngonga, ecuatoguineano, a los nacionalizados Marcos Senna, Donato o Catanha pasando por Adama Traoré, nacido en Hospitalet, Thiago o Balde. Y nunca se convirtió su convocatoria en un arma política arrojadiza contra la otra mitad, como se ha hecho ahora con Lamine Yamal y Nico Williams, ambos más españoles que cualquiera de los que opinan sobre ellos.
El episodio del saludo displicente de Carvajal al presidente del Gobierno en la recepción a la Selección Española es todo un síntoma de dónde venimos y hacia dónde vamos. Quienes se felicitaron de que el presidente del Gobierno, en su discurso de investidura, estableciera un muro para dividir España y los españoles entre buenos y malos, se llevan ahora las manos a la cabeza porque uno de los capitanes de la Selección mire para otro lado cuando Pedro Sánchez le tiende la mano.
Hay diferente vara de medir de los que reparten el carné de demócratas, la credencial de periodista y la cartilla de la buena educación
Los mismos que aplaudieron -“¡Qué grandes!”, les jaleaban- a los alumnos premiados que hace años se negaron a dar la mano al ministro Wert y defendían el gesto como una muestra legítima de “libertad de expresión”- hoy hablan de “cuestión de educación”, acusan a Carvajal de ser “amigo de Abascal” y le exigen que deje de ir a la Selección por no cumplimentar como ellos creen que se debe al presidente del Gobierno. Una vez más, la diferente vara de medir de aquellos que reparten, según convenga, el carné de demócratas, la credencial de periodista y hasta la cartilla de la buena o mala educación.
Se ve que Joselu tampoco es muy partidario de Pedro Sánchez 😭 pic.twitter.com/nr7XwgYPig
— Yihi (@YihiRM) July 15, 2024
Son los mismos que en las últimas horas han criticado hasta la forma de celebrar su éxito histórico de los campeones de Europa. Se les ataca por cantar “Gibraltar, español” cuando podían haber defendido la “causa palestina” (esto es literal, no una metáfora, y se puede leer a periodistas en X). Con Nico Williams, que además de reclamar la españolidad del Peñón reclamó a Sánchez bajar impuestos, aún no se han metido porque se les caería el relato elaborado en torno a uno de los héroes de esta España diversa e inclusiva.
En su afán de repartir credenciales de buen o mal ciudadano, se les señala por no sonreír al presidente del Gobierno y se les recuerda que tampoco se mojaron en la defensa de Jenni Hermoso contra Luis Rubiales… mientras callan de momento (ya le atacarán cuando pase la euforia) que el seleccionador, Luis de la Fuente, aplaudió en su día al defenestrado presidente de la RFEF desde la primera fila de la Asamblea.
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Carvajal fue educado (dio la mano al presidente del Gobierno) pero la simpatía ya es voluntaria. El lateral de Leganés nunca ha escondido sus filias y fobias, y es algo que estos guardianes de la corrección política no perdonan (salvo que un presidente no se levante al paso de la bandera de EEUU, que entonces es un gesto de gallardía, no de mala educación). Solo hay que ver las caras y el comportamiento del resto de la expedición española en Moncloa y compararla, por ejemplo, con cómo se habían comportado apenas una hora antes en Zarzuela para colegir que, el problema, tal vez no esté solo en Carvajal y en la inoportunidad o no de su gesto.
Los guardianes de la ortodoxia son, en definitiva, los mismos que este miércoles aplaudirán que el inquilino de Moncloa, a 48 horas de que su mujer testifique como imputada por posible tráfico de influencias y corrupción en los negocios; 24 horas después de que el caso de revelación de secretos de su fiscal general pase al Supremo para decidir si también le imputa; a una semana de que la UCO registrara los ordenadores de su hermano en la Diputación de Badajoz por orden de una juez, presente en el Congreso de los Diputados las “líneas generales” de su plan para regenerar la vida democrática de este país, no la suya, con los medios de comunicación independientes en la diana. ¿Quién repartirá los carnés de periodistas si el plan sale adelante? Témanse lo peor.
Dani Carvajal ha pasado, sin solución de continuidad, del esplendor en la hierba de Alemania al fango de la política patria. Para casi media España, el lateral ha dejado de ser un ídolo por su gol o su falta en el último minuto al alemán Musiala que impidió el último ataque germano en los cuartos de final, a ser tachado de maleducado, fascista o malcriado por saludar sin mirar a Pedro Sánchez. Y viceversa: para la otra media, Carvajal, con ese gesto, se ha ganado hasta la candidatura al Balón de Oro entre vítores y sentencias de “¡sí, me representa!”. Es la España del conmigo o contra mí en la que muchos se manejan a la perfección y algunos han convertido en su auténtico manual de resistencia.