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Juan José Cercadillo

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Jóvenes en la picota

Requerido, con orgullo, a un exclusivo foro en formato de comida con otros ocho empresarios, reviví en ciertos momentos una escena de los Monty Phyton

Foto: Jóvenes antes de los exámenes de la Ebau. (EFE/VICENTE MANUEL ROSO MARTIN)
Jóvenes antes de los exámenes de la Ebau. (EFE/VICENTE MANUEL ROSO MARTIN)
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Dieron los Monty Python con el botón de la risa. Parodiando, exagerando aspectos comunes de la vida. La crítica feroz, descojonado, se suele aceptar mejor. Aun con la barrera del idioma disfruté de estos tarados que escondían en lo banal de sus sketches la alta inteligencia del análisis y la altura moral del desapego a las ofertas materiales imperantes o las modas. Lo han hecho durante varias décadas y siempre con éxito. Del devenir de Brian por Palestina se extraen con facilidad, tal es su clarividencia, las razones de mil guerras, incluidas las actuales. Cada escena es una oda a la debilidad humana expuesta hasta el ridículo y hasta la inevitable lágrima. La que te sale por risa viendo a los personajes, la que te sale por llanto cuando ves el fondo de algunas de las personas representadas.

Fuera de su obra maestra, otra escena insuperable es la de los grandes empresarios entraditos ya en años, con su smoking caribeño en trance de charla de club con Macallan y puro enorme entre los dedos. Una oda a sí mismos y a sus duras trayectorias que, en la habitual competencia de machos, más alfa que alfabetizados, deben ir exagerando para quedar por encima, en este caso por debajo, de sus colegas de rango. Repasan en hilarante sucesión de absurdidades esos durísimos inicios que, llegada cierta edad, casi todos nos recordamos con autobombo. Reniegan durante diez minutos de la falta de medios en los inicios, de la esquiva suerte, de la ausencia de apoyos, basando todo el éxito de su trayectoria en descomunales esfuerzos personales que, de exagerados, resultan igual de ridículos que de jocosos.

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Cuentan, pongo por ejemplo, lo poco que dormían. Cada uno que intervenía, dormía un poco menos. Hasta llegar al extremo de que uno manifiesta que se tenía que levantar dos horas antes de acostarse. Otro, en su desesperación iniciática, se comió la suela de sus zapatos. "Suerte tú, que aún tenías suelas"... replicaba otro. Recomiendo el visionado por no seguir destrozando su genialidad con el resumen, pero espero que se me entienda el contexto.

Requerido, con orgullo, a un exclusivo foro en formato de comida con otros ocho empresarios, reviví en ciertos momentos la escena de los Monty Python. Convocados, con generosidad, por una entidad financiera en la que su ilustre presidente haciendo alarde de sentido común, implicación y solvencia dedica algunas horas de su preciado tiempo a escuchar a los actores de la economía real. Nos invitó dispuesto a entender a los testigos y profetas a pie de campo de batalla de esta guerra comercial en la que solo unos cuantos triunfan-y plagio sus descripciones, lo que evita que esté yo ahora pecando de soberbio o inmodesto-.

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El perfil era uniforme. Todos hombres, empezamos mal desde el principio. Sector primario, agropecuario, el mejor representado. Industrial, turístico y promotor inmobiliario dotaban de transversalidad a la empresarial convocatoria. Muchos miles de empleados dependían de esa modesta mesa y si digo 20.000 me quedo muy corto, seguro (excluyendo los muchos más miles del banco). Ronda de intervenciones al presidencial requerimiento. Muy distintos panoramas con un denominador común: faltan profesionales, la gente joven no se esfuerza, viven demasiado bien, hay subsidios en exceso, estamos criando malvas y no porque estemos muertos, sino por estas generaciones con tanta falta de ganas. En el otro lado del tablero, la presión fiscal confirma que el reparto, siendo posible, no va a ser sostenible en los venideros años. O dejarán de invertir, o se irán a otros países, o cerrarán conformes con la riqueza acumulada. Todo siguen siendo pegas. Todo se avoca al caos y a la desgracia. Eso sí, en términos generales…

Cuando se hablaba en concreto de su empresa o su negocio, todo eran buenas expectativas, mejoras en producción y márgenes, innovación y productividad garantizada. La suma de todas las opiniones generales y la suma de la descripción del futuro de cada una de sus empresas nos llevaban a futuros antagónicos, paradojas de la queja. Los problemas que enumeraban no eran falsos, pero todos trasladaban una firme seguridad de poder superarlos desde la atalaya de sus empresas.

Creo que siempre ha pasado. Nuestros abuelos pusieron el grito en el cielo por abandonar sus hijos el campo. Nuestros padres quisieron que estudiáramos sin escatimar esfuerzos. Y, aún exigiendo dedicación y entrega, la carrera universitaria no es comparable al pastoreo, al andamio, al día entero tras una barra, a ser pocero o plomero… por enumerar alguno de los oficios familiares que presencié de pequeño. Pero tuvieron el acierto de transmitir sus valores, haciéndome reconocer en cada momento la suerte y la ventaja de un entorno favorable, relajado y productivo. Quizá eso esté fallando.

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Es un complicado debate. Defender hoy la existencia de una juventud en plan zombi, sostenida por sistema y alienada por el fútbol y los móviles es un argumento tentador visto desde una noble mesa de despacho. Por mucho anecdotario subido de tono que hoy se ponga en comparativa, y por mucha verdad que haya en la descripción de los retos, no comparto el reproche que tan superficialmente hacemos. En un contexto diferente, la medición del esfuerzo debe cambiar de escala.

Supongo mucho más duro que levantarse al alba para acometer tu trabajo es quedarse en la cama sin motivación ni destino, sin ilusión, ambición o coraje. No haberles transmitido valores educacionales, responsabilidad y compromiso, generosidad y solidaridad en el esfuerzo, no creo que sea un problema de quienes ahora no lo tengan. Más bien de quienes no les han atendido, precisamente porque estaban enredados en su propio desarrollo y la consecución de sus sueños. Es un problema complejo y saldrían tantas aristas como jóvenes sin trabajo, desorientados y aturdidos de los que hoy nos quejamos.

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Una vaca cuando nace sabe que va a ser vaca. Durante cientos de años el hijo del herrero sabía bien qué sería, igual que el del carpintero. Solo desde hace apenas dos generaciones los jóvenes tienen que decidir qué van a ser de mayores y ese es un reto muy duro que no todos superan y muy pocos dan con el correcto camino. Normales veo los fracasos, las depresiones, los rendidos, los que ni siquiera lo intentan perdidos en el laberinto de mil millones de futuros que, además, varían a toda prisa.

P.D. Me quedé con ganas de preguntar a los agricultores que criticaban los subsidios el volumen de las ayudas que habían recibido de Europa o de nuestros impuestos. Lo de la paga y la APAG me van a dar para otro artículo.

Dieron los Monty Python con el botón de la risa. Parodiando, exagerando aspectos comunes de la vida. La crítica feroz, descojonado, se suele aceptar mejor. Aun con la barrera del idioma disfruté de estos tarados que escondían en lo banal de sus sketches la alta inteligencia del análisis y la altura moral del desapego a las ofertas materiales imperantes o las modas. Lo han hecho durante varias décadas y siempre con éxito. Del devenir de Brian por Palestina se extraen con facilidad, tal es su clarividencia, las razones de mil guerras, incluidas las actuales. Cada escena es una oda a la debilidad humana expuesta hasta el ridículo y hasta la inevitable lágrima. La que te sale por risa viendo a los personajes, la que te sale por llanto cuando ves el fondo de algunas de las personas representadas.

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