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Cristóbal Montoro, inútil 2018
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Cristóbal Montoro, inútil 2018

Como es costumbre aquí nombrar todos los años, por estas fechas, a un inútil público, aprovecharemos que ya no es ministro para condecorarlo con el título

Foto: El exministro de Hacienda Cristóbal Montoro. (Reuters)
El exministro de Hacienda Cristóbal Montoro. (Reuters)

Montoro ha sido siempre, como ministro, faltón, soberbio y prepotente, como ese último episodio suyo de controversia, cuando le dio por decir que los independentistas catalanes no habían gastado ni un solo euro de dinero público en organizar el referéndum. Se ha ido de ministro de Hacienda y todavía no sabemos en qué puede acabar aquella absurda insensatez con la que no le importó una higa llevarse por delante, y dejar en mal lugar, a fiscales, abogados del Estado, jueces y, por extensión, a España entera. Como si España no tuviera ya bastante con los displicentes e ignorantes que jamás nos tomarán en serio en Europa, aparecen de forma periódica españoles como Montoro que no ven más allá de su propia soberbia.

De modo que como es costumbre aquí nombrar todos los años, por estas fechas, a un inútil público, aprovecharemos que ya no es ministro y que no parece que vaya a volver a serlo, para condecorar a Cristóbal Ricardo Montoro Romero con el título de Inútil 2018. Con el nombramiento, como todos los años, va implícito el desahogo de haber palmado una vez más en la Declaración de la Renta con el convencimiento de que una buena parte de ese dinero de mi bolsillo ha ido a parar a alguna inutilidad o inútil público.

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El procedimiento es conocido y, como se sugiere siempre, incluso es recomendable para todos los que sientan lo mismo cuando se vacían los bolsillos al cumplir con Hacienda. Otras veces se ha definido como un ‘ejercicio pacífico de rebelión’ porque lo que no se cuestiona es que hay que pagarle a Hacienda, nada de esconder el dinero en esas cloacas fiscales que llaman paraísos. Pero, evidentemente, quien paga exige y el dinero que sale de nuestros bolsillos hacia la Declaración de la Renta tiene que estar destinado para mejorar los hospitales, para dignificar la Justicia, para financiar un buen sistema educativo, para aumentar los sueldos de algunos funcionarios públicos, para que no haya recortes en las pensiones

¿Pero qué pasa cuando, al tiempo que se le está pagando a Hacienda, un escalofrío recorre el cuerpo porque se tiene la sensación de que ese dinero se va a perder por las alcantarillas de la burocracia política española? Es entonces cuando se declara a un inútil público, como si lo señalásemos en una casilla de la propia Declaración de la Renta; para que por lo menos sepan que somos conscientes de que despilfarran una parte del dinero que estaba en el bolsillo de cada uno de nosotros.

La proclamación de Cristóbal Montoro como inútil público es, además, una de las pocas decisiones que encontrarán adeptos por todas partes, empezando por su propio partido, el PP. Como ministro, Montoro ha tenido la insólita cualidad en un político de pelear a su partido con sus votantes; lo suyo ha sido un intento persistente por caerle mal a todo el mundo, empezando por los que votaban al Partido Popular. Bien sabido es que la tarea de un ministro de Hacienda es ingrata por definición, pero eso es una cosa y otra muy distinta ha sido el pertinaz empeño de este hombre de promover oleadas de antipatía hacia él y hacia el partido que lo ha sostenido todos estos años.

¿Qué pasa cuando un escalofrío recorre el cuerpo porque se tiene la sensación de que ese dinero se va a perder por las alcantarillas de la burocracia?

Su extraña aversión a los ciudadanos, que pagan sus impuestos, y a los votantes, que lo sostenían en las urnas, quedó bien reflejada en aquella frase suya, ya mítica: “Esto de la piel, el cariño, la empatía y tal, lo dejo para otros. Cuando empiezan a decir, ‘ministro, le ha faltado cariño’… ¡Venga ya, hombre! Yo no… Yo no estoy aquí para ser simpático”. Piensa Montoro que la eficacia en la gestión es incompatible con la amabilidad, con la empatía; es como si un tenor excelso se reivindicara en el escenario lanzando escupitajos a los espectadores durante la ópera.

Sucede, además, que el halo de buen ministro que tenía Montoro, sus desvelos para sacarnos de la crisis, se desvaneció completamente cuando, hace ahora un año, el Tribunal Constitucional anuló por unanimidad la reforma fiscal aprobada por el Gobierno del Partido Popular en 2012. Ningún ministro de Hacienda, ningún representante público, debería sobrevivir a un varapalo como aquel, en el que el Tribunal Constitucional lo acusaba de haber promovido “la abdicación del Estado ante su obligación de hacer efectivo el deber de todos” de pagar impuestos.

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En los años en los que se exprimía a los españoles, Cristóbal Montoro aprobó una amnistía fiscal que favoreció y legitimó a los defraudadores. Y para colmo, toda esa operación de estafa política para los contribuyentes ni siquiera consiguió recaudar lo que había previsto: recuperó menos de la mitad, en total 1.200 millones que se le habían hurtado a la Hacienda pública. Luego se ha sabido que algunos de esos defraudadores que se acogieron a la amnistía humillante de Cristóbal Montoro han seguido defraudando después, que es regodearse en la burla.

La certeza de que todos no somos iguales ante Hacienda no se tiene, desde luego, desde que Cristóbal Montoro ha sido ministro de Hacienda, pero sí podría afirmarse que en ese tiempo se ha hecho todavía más evidente el agravio. Y no se trata ya solo de las grandes fortunas que defraudan a Hacienda, también están los que se escapan por abajo, ocultos en la economía sumergida que en España puede incluso llegar a una cuarta parte del PIB. La estimación la han realizado la Asociación de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha), que no duda en calificarlo como “el peor ministro de Hacienda de la democracia”. Pues nada, a esa calificación se le adjunta el ‘título horrorífico’ de Inútil 2018 y ya está todo dicho sobre Cristóbal Ricardo Montoro Romero. Total, como él mismo diría, “esto de la piel, el cariño, la empatía y tal, lo dejo para otros…”

Montoro ha sido siempre, como ministro, faltón, soberbio y prepotente, como ese último episodio suyo de controversia, cuando le dio por decir que los independentistas catalanes no habían gastado ni un solo euro de dinero público en organizar el referéndum. Se ha ido de ministro de Hacienda y todavía no sabemos en qué puede acabar aquella absurda insensatez con la que no le importó una higa llevarse por delante, y dejar en mal lugar, a fiscales, abogados del Estado, jueces y, por extensión, a España entera. Como si España no tuviera ya bastante con los displicentes e ignorantes que jamás nos tomarán en serio en Europa, aparecen de forma periódica españoles como Montoro que no ven más allá de su propia soberbia.

Cristóbal Montoro