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Garzón, un ministro achicharrado
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Garzón, un ministro achicharrado

Alberto Garzón es un ministro achicharrado, porque parece imposible que pueda recuperar ya el prestigio y el respeto mínimo que se necesitan para sobrevivir en política

Foto: El ministro de Consumo, Alberto Garzón. (EFE/Raquel Manzanares)
El ministro de Consumo, Alberto Garzón. (EFE/Raquel Manzanares)
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Alberto Garzón se ha convertido en una caricatura de sí mismo, la antípoda histriónica de quien pretende ser, un pimpampum incompatible con la credibilidad, en objeto de chistes cada vez que abre la boca, diga lo que diga, y ningún político es capaz de resistir una campaña continuada de burlas como esa, tan corrosiva. Alberto Garzón es un ministro achicharrado, porque parece imposible que pueda recuperar ya el prestigio y el respeto mínimo que se necesitan para sobrevivir en política. Incluso en la política española, tan incendiaria, tan despiadada, tan atrincherada, con tantos cavando la zanja del bando al que pertenece, un personaje como Alberto Garzón pasa a una categoría inferior, menos considerada aún, como un pelele al que no se le tiene la más mínima consideración.

Quiere decirse, en fin, que muchas de las polémicas en las que se ve envuelto este ministro, como esta última de la exportación de carne española, están exageradas de forma grotesca, descontextualizadas, porque es el propio Garzón, con sus torpezas, el que ha convertido en materia inflamable todo lo que toca. "Si lo ha dicho Garzón…". Haya dicho lo que haya dicho, ya esperamos el chiste, el desatino o el agravio, porque viene de donde viene.

Foto: El ministro de Consumo, Alberto Garzón. (EFE/García)

Su torpeza grande, su inexperiencia y su esquelética formación están en el origen de todas las tormentas que acaban empapándolo, por eso no es posible disculparlo de ninguna, aunque en cada una de ellas puedan encontrarse argumentos y afirmaciones ampliamente compartidas por otros sectores, políticos, profesionales y científicos. Pero cuando salen de su boca, todas quedan desvirtuadas, contaminadas, ridiculizadas, de forma que todo el mundo acaba alejándose de él, incluso los que podrían respaldarlo, empezando por sus propios compañeros del Gobierno, que salen disparados para alejarse.

Muy claro debieron tenerlo en el Gobierno, tanto en el PSOE como en el propio Podemos, el partido con el que el líder de Izquierda Unida acudió coaligado a las elecciones, para embaucarlo con la cartera más débil, más irrelevante potencialmente, con más competencias transferidas a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos. En la entrada histórica de Izquierda Unida en el primer Gobierno de España de la democracia, a Alberto Garzón lo convencieron para que se quedara con un ministerio que se parece, en sus atribuciones, a una especie de defensor del consumidor, porque puede dar recomendaciones, consejos y trasladar algunas directivas europeas, pero en la mayor parte de los casos son las otras administraciones del Estado las que se encargan de regularlas y de aplicarlas.

Foto: El ministro de Consumo, Alberto Garzón, comparece en el Congreso. (EFE) Opinión
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Solo había que compararlo con las carteras que se reservaron para ellos los otros cuatro ministros de Podemos, una vicepresidencia, la de Pablo Iglesias, el Ministerio de Trabajo, de Yolanda Díaz, el de Universidades, de Castell, y el de Igualdad, de Irene Montero. Pues aun así, por grande que sea la desproporción, un buen político, un buen gestor, consigue convertir las carencias en virtudes y, aun sin competencias, prestigiar su presencia en los múltiples debates que nos afectan a todos como consumidores. Podemos imaginarlo, si lo comparamos con el papel extraordinario que juegan los dirigentes de algunas de las organizaciones de consumidores, como la OCU o Facua, con una presencia constante en los medios de comunicación gracias a su credibilidad. El ministro Garzón es lo contrario: su presencia en un debate es garantía de que todo va a desvirtuarse.

En esta última polémica de la exportación de la carne española lo podemos apreciar con mucha claridad. En realidad, si nos detenemos en la literalidad de lo que ha declarado el ministro Garzón a 'The Guardian', no hay nada que no puedan suscribir, y que defiendan desde hace años, muchas organizaciones ecologistas, muchos alcaldes y ganaderos tradicionales y muchas plataformas vecinales contrarias a las ‘macrogranjas’. Tanto es así que en su entrevista al periódico británico lo primero que hace el ministro Garzón es elogiar la mayor parte de la ganadería en España, la ganadería extensiva, “que es ambientalmente sostenible y que tiene mucho peso en Asturias, partes de Castilla y León, Andalucía y Extremadura”, dice.

Luego, lo que cita como excepción negativa, es la ganadería industrial, que “encuentran un pueblo en una parte despoblada de España y ponen 4.000, o 5.000 o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratados”. Como puede verse, el ministro Garzón no afirma que toda la carne que exporte España sea de mala calidad, y, de hecho, ni siquiera en 'The Guardian' lo encontraron relevante para titularlo así, sino que optaron por otra cosa: “Los españoles deberían comer menos carne para limitar la crisis climática”. Es en España donde estalla la polémica, con titulares adulterados, y varios días después de su publicación, el 26 de diciembre pasado. Hasta las asociaciones ganaderas de las comunidades que Alberto Garzón pone como ejemplo de ganadería sostenible y modélica se lanzaron a pedir su dimisión. Y, como en las anteriores controversias, algunos presidentes autonómicos del PSOE le han pedido que dimita o que se calle, mientras sus compañeros del Gobierno se sacuden el polvo.

Foto: Foto de archivo de una granja de cerdos. (EFE)

¿Dónde está la torpeza del ministro Garzón? Como siempre le ocurre, la incompetencia está en no saber medir las palabras y no calcular la repercusión que pueden tener. Y cuando estalla la polémica, pasa de la incompetencia a la osadía temeraria y faltona. Es ese intento patético de convertirse en mártir de grandes poderes fácticos o del machismo, como también dice en esa entrevista: piensa que lo critican porque en España hay quien siente “que su masculinidad se vería afectada por no poder comer un trozo de carne o hacer un asado”. Imposible de empeorar. Todo era más sencillo, muy elemental. Bastaba, por ejemplo, con haber afirmado en 'The Guardian' lo mismo sobre la producción de ganadería extensiva en España y añadir después que, frente a ese modelo óptimo, en toda Europa se debe luchar contra las ‘macrogranjas’.

Como siempre le ocurre, la incompetencia está en no saber medir las palabras y no calcular la repercusión que pueden tener

¿O es que es España el único país que tiene ese tipo de explotación de ganadería industrial? Como se decía antes, en esta lucha contra ese modelo de ganadería, el ministro tendría a su favor a muchas asociaciones vecinales de zonas rurales, a ganaderos tradicionales, a instituciones públicas y grupos ecologistas que vienen denunciando lo mismo desde hace años, que se oponen cada vez que se proyecta una de esas granjas, uno de los cánceres añadidos de la España vaciada. En regiones con graves problemas de despoblación, se comprueba que las ‘macrogranjas’ aceleran el abandono de los pueblos, como refleja un interesante informe de Greenpeace. Y hace justo un mes, la propia Comisión Europea decidió llevar a España ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea al considerar que “los esfuerzos de las autoridades españolas hasta la fecha han sido insatisfactorios e insuficientes” para evitar la contaminación de las aguas por los nitratos, como exige la normativa comunitaria, por los efectos de la agricultura y la ganadería industrial. Solo un ministro achicharrado puede convertir todo eso en un caudal de desprestigio y de burla nacional.

Alberto Garzón se ha convertido en una caricatura de sí mismo, la antípoda histriónica de quien pretende ser, un pimpampum incompatible con la credibilidad, en objeto de chistes cada vez que abre la boca, diga lo que diga, y ningún político es capaz de resistir una campaña continuada de burlas como esa, tan corrosiva. Alberto Garzón es un ministro achicharrado, porque parece imposible que pueda recuperar ya el prestigio y el respeto mínimo que se necesitan para sobrevivir en política. Incluso en la política española, tan incendiaria, tan despiadada, tan atrincherada, con tantos cavando la zanja del bando al que pertenece, un personaje como Alberto Garzón pasa a una categoría inferior, menos considerada aún, como un pelele al que no se le tiene la más mínima consideración.

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