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El otoño caliente de Inés Arrimadas
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Javier Caraballo

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El otoño caliente de Inés Arrimadas

La curva electoral que ha descrito Ciudadanos en España es vertiginosa. Salvo la súbita descomposición de la UCD de Adolfo Suárez, en los primeros años de la democracia española, no encontraremos nada parecido

Foto: La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE/Zipi)
La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE/Zipi)
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Perder el 90% del electorado en tres años no está al alcance de ningún partido político; tampoco de Ciudadanos, precisamente por eso, porque nunca ha sido un partido político. Por mal que lo pueda hacer un Gobierno, por pésima que pueda ser la labor de oposición, no es una hipótesis que se contemple en ningún partido, porque eso, sencillamente, es imposible que suceda. Siempre queda un suelo electoral que garantiza, al menos, la supervivencia institucional, mantener la cabeza a flote hasta que un nuevo líder o una nueva coyuntura los devuelva al esplendor perdido. Una militancia de guardia, un sustrato social infalible, que acude a las urnas por malos que sean los tiempos que atraviese su partido. En formaciones políticas como el PSOE o el Partido Popular, la existencia de esos sólidos cimientos electorales es muy evidente, pero también se puede señalar en otros partidos políticos clásicos, como el Partido Comunista de España. Incluso más allá: partidos como el Pacma, el partido animalista, mantiene una clientela fiel y creciente, aunque no obtenga por el momento representación en unas elecciones generales.

Lo que no va a ocurrirle a ninguna de estas formaciones citadas es una oscilación como la que se ha experimentado en Ciudadanos en un abrir y cerrar de ojos, pasar de estar considerado un serio aspirante al Gobierno de la nación a desaparecer completamente de las instituciones, como le viene sucediendo en todas las elecciones que se han celebrado en el último año y medio. En Andalucía, por ejemplo, eso ha sido exactamente lo que ha ocurrido con Ciudadanos: la presidenta del Parlamento se quedó sin escaño, igual que le sucedió al vicepresidente del Gobierno andaluz, que no logró salvar ni el orgullo electoral, aunque todo el mundo pensaba que lo merecía. No había partido político, no había red, con lo que el batacazo fue mortal de necesidad.

Foto: Inés Arrimadas y Juan Marín. (EFE/Román Ríos)
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La curva electoral que ha descrito Ciudadanos en España es vertiginosa. Salvo la súbita descomposición de la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, en los primeros años de la democracia española, no encontraremos nada parecido. Y aun así, debemos entender que las diferencias históricas son enormes entre un partido como Ciudadanos, nacido en plena democracia, y un partido y un líder que sirvieron de anclaje entre la dictadura y la democracia. Eso, además de que la UCD de Adolfo Suárez estaba constituida por un ramillete de partidos de centro, desde la democracia cristiana hasta la socialdemocracia, que acabaron rompiendo los lazos de oportunidad histórica que los unió al principio. La única similitud que se puede establecer es que en los dos casos el terreno ideológico en el que se asentaron es el centro político y liberal, con brazos extendidos tanto hacia la derecha como hacia la izquierda moderadas. Ese ámbito de la política en España es un campo de minas y todos los que lo han intentado, que han sido varios, han terminado saltando por los aires.

La única posibilidad de que prospere una aventura política de centro en España es cuando está ligada a un liderazgo fuerte, apasionante, que fue lo que sucedió con Albert Rivera en los años que sucedieron a 2015, su primer gran triunfo en las elecciones generales, con tres millones y medio de votos. Pensemos que la primera vez que se presentó a unas elecciones generales, en marzo de 2008, Ciudadanos, con Rivera de candidato, no llegó a los 50.000 votantes. Cuando le llegó la oportunidad, por el desmoronamiento del bipartidismo, encadenó cuatro años (2015-2019) de subidas que le llevaron a superar los cuatro millones de votantes, cerca del Partido Popular.

Foto: La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE/J.J.Guillén) Opinión
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Lo que ocurrió, a partir de entonces, de ese clímax electoral, es que se apagó el líder, desnortado y equivocado, y se acabó la aventura política. Tras la salida de Rivera, la trayectoria que describe Ciudadanos es una lenta e inexorable curva descendente que lo lleva a la desaparición. Todo podría solventarse si le hubiera sucedido un nuevo líder, impetuoso, fresco y apasionante, como ocurrió con el fenómeno de Albert Rivera, pero la nueva presidenta, Inés Arrimadas, que también supuso un extraordinario revulsivo político en España, se apagó, o se inmoló, en la política catalana, después de su espectacular triunfo frente al independentismo que no le sirvió de nada.

Cuando Inés Arrimadas decidió trasladarse a la política española, con un escaño en el Congreso de los Diputados, ya no gozaba de ninguno de los valores que la encumbraron en Cataluña; era una política amortizada que, además, tendría aún que sobrellevar el hundimiento y el caos provocado por su mentor, Albert Rivera. Los más de cuatro millones de votos se fueron como llegaron, se evaporaron, porque bajo el liderazgo, como se decía antes, no había cimientos que lo sustentaran, no había partido. En unas elecciones generales que se convocasen hoy mismo, es posible que Ciudadanos volviese a la irrelevancia extraparlamentaria de la primera vez, hace 15 años.

Tras la salida de Rivera​, la trayectoria que describe Ciudadanos es una lenta e inexorable curva descendente que lo lleva a la desaparición

Pese a todo, Inés Arrimadas, contra toda evidencia empírica, está decidida a volver a intentarlo. Y dice que pretende, en el próximo otoño, refundar el partido. Pero ¿qué partido va a refundar si el problema de Ciudadanos es precisamente ese, que no existe como partido? Lo único que se puede hacer con el centro político en España es volver a intentarlo porque, como siempre repite Arrimadas, el centro es una necesidad democrática que nos evitaría esa anomalía parlamentaria que provoca que sean los nacionalismos vasco y catalán los que complementen las mayorías parlamentarias, a cambio de un trato privilegiado a esas comunidades.

“España va a ser un país mejor con un partido liberal desde el centro”, dice Arrimadas, y tiene razón. Pero para eso, como ya sabemos, hace falta primero un liderazgo fuerte, que sepa construir un partido y, a partir de ahí, asentarlo sin vaivenes alocados y oportunistas en el tablero político español. Es decir, lo que no ha sucedido en 40 años, a pesar de los muchos intentos. El otoño de la refundación para Inés Arrimadas será un otoño caliente porque en Ciudadanos ‘refundación’ solo suena a frustración. Lo próximo que llegue de centro no será sobre esos escombros. Ni tampoco en estos próximos años.

Perder el 90% del electorado en tres años no está al alcance de ningún partido político; tampoco de Ciudadanos, precisamente por eso, porque nunca ha sido un partido político. Por mal que lo pueda hacer un Gobierno, por pésima que pueda ser la labor de oposición, no es una hipótesis que se contemple en ningún partido, porque eso, sencillamente, es imposible que suceda. Siempre queda un suelo electoral que garantiza, al menos, la supervivencia institucional, mantener la cabeza a flote hasta que un nuevo líder o una nueva coyuntura los devuelva al esplendor perdido. Una militancia de guardia, un sustrato social infalible, que acude a las urnas por malos que sean los tiempos que atraviese su partido. En formaciones políticas como el PSOE o el Partido Popular, la existencia de esos sólidos cimientos electorales es muy evidente, pero también se puede señalar en otros partidos políticos clásicos, como el Partido Comunista de España. Incluso más allá: partidos como el Pacma, el partido animalista, mantiene una clientela fiel y creciente, aunque no obtenga por el momento representación en unas elecciones generales.

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