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Matacán
Por
Feijóo y el mal fario de las encuestas
Con el viento favorable tanto por el flanco izquierdo como por el derecho, el principal error del presidente del PP sería pensar que el Gobierno de Pedro Sánchez ya está amortizado y que ni siquiera tendrá fuerzas para acabar la legislatura
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Tras el batacazo del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo cayó de pie en la presidencia del partido. Para los que sigan pensando que los gallegos son gente dubitativa, que se fijen en cómo el dirigente gallego ha estado años y años acariciando el liderazgo de su partido, como si se lo ofrecieran con cantos de sirena, pero no se ha decidido hasta que la presidencia obedecía, no a una apetencia suya, sino a una necesidad de su partido. De modo que, tras la semana trágica de Pablo Casado, Núñez Feijóo ascendió a la presidencia del Partido Popular por unanimidad, por aclamación, como les gusta a todos los líderes políticos, aunque esa circunstancia sea cada vez menos frecuente por los sistemas de primarias de los partidos. Se derrumbó la casa y el gallego cayó de pie, como caído de los cielos.
Quizá, después de tantos años, ni él mismo hubiera imaginado que se le presentaría una ocasión así, tan favorable, pero es normal que no entrase en sus cálculos porque lo que nadie podía pensar, como tampoco ahora se entiende, es que un líder político decidiera quemarse a lo bonzo, en plena plaza pública. Es lo que hizo Pablo Casado en aquella entrevista memorable de Carlos Herrera, que marcó su final. Hasta Herrera debió compadecerse; tanto que, amablemente, al día siguiente de hacerse el harakiri en su programa, le tendió una alfombra roja y le ofreció el discurso de dimisión de Adolfo Suárez para que le sirviera de guion: “He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la presidencia”. Luego, Suárez decía que se iba sin que nadie se lo hubiera pedido, lo cual no era exactamente así, y, desde luego, mucho menos en el caso de Pablo Casado, porque su dimisión se convirtió en un clamor inversamente proporcional a las ansias que desató por la llegada de Núñez Feijóo.
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El acierto de la comparación con la dimisión de Suárez, en todo caso, y salvando las distancias que hacen imposible cualquier similitud, es que la salida de Pablo Casado generó un ambiente inmediato y simultáneo de empatía hacia Alberto Núñez Feijóo que, todavía, se sigue notando en las encuestas, como esta última que acaba de hacer pública El Confidencial. Sin hacer nada, el PP de Feijóo sube como la espuma gracias a dos fenómenos paralelos en su entorno que lo impulsan, como dos motores: el descrédito y la impopularidad de Pedro Sánchez y su Gobierno de coalición y el estancamiento y descomposición del partido de Santiago Abascal. Ninguno de esos dos fenómenos es fruto de una estrategia de desgaste de sus rivales ideada por Feijóo, pero se beneficia igualmente de ellos, con lo cual, lo que debería preocupar a los populares es qué tienen que hacer para que esa inercia social, que es como el viento de cola en los aviones, se mantenga. También se puede plantear con la formulación inversa, qué es lo que no debe hacer el PP para estropear lo que le viene dado. Pero veamos primero lo que está ocurriendo en la intención de voto, por esos dos fenómenos que se apuntan.
El declive socialista no es algo coyuntural, como se puede comprobar con los sondeos sostenidos del Observatorio de El Confidencial, sino que obedece a un giro sociológico hacia el centro derecha de la sociedad española. Lo ocurrido en las elecciones andaluzas del pasado mes de junio, aunque tiene sus rasgos peculiares no extrapolables, sí ratifica, sin embargo, la certeza de ese trasvase de votos del Partido Socialista hacia el Partido Popular. No es ninguna especulación, no se trata de ninguna prospección de laboratorio: en Andalucía, casi el 16% de los votantes del PSOE en las últimas elecciones se inclinó ahora por el Partido Popular. En un panorama político como el español, con tanta igualdad entre bloques en los últimos años, ese porcentaje de trasvase electoral entre los dos grandes partidos es determinante para el resultado. Por eso, la encuesta de El Confidencial aventura que el partido de Núñez Feijóo ya ha remontado hasta la mayoría de 137 escaños que obtuvo Mariano Rajoy en 2016.
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Pero hay más. Es posible, incluso, que ahora mismo los sondeos perciban con más claridad la debilidad del PSOE que el otro fenómeno que explica el buen momento electoral de los populares: el desfondamiento de Vox y el consiguiente regreso de muchos votantes de derecha que vuelven a confiar en el PP. Y en eso sí que tiene una mayor influencia lo ocurrido en las elecciones andaluzas. El vapuleo, en todos los sentidos, del presidente de los andaluces, Juanma Moreno, ha afectado seriamente, incluso anímicamente, a los partidarios de Santiago Abascal, y ya podemos imaginarnos lo que supone el componente anímico, pasional, en un partido populista. Que Macarena Olona se haya largado de Vox, con un elegante portazo, ya lo dice todo.
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En esas, con el viento favorable como se decía antes, tanto por el flanco izquierdo como por el derecho, el principal error del presidente del Partido Popular sería pensar que el Gobierno de Pedro Sánchez ya está amortizado y que ni siquiera tendrá fuerzas para acabar la legislatura. Esa equivocación, la precipitación, ya le pasó una gran factura a Pablo Casado, hasta el punto de dejarlo sin discurso. Lo primero que debería considerar Núñez Feijóo es que ningún cálculo es válido si no se tiene en cuenta que falta un año y medio hasta las elecciones generales. De hecho, más que preocuparse por el desgaste del Partido Socialista, lo más importante para el líder del Partido Popular es mantener la estabilidad dentro de sus filas. Y la coherencia interna, que nada afecta más a un partido político que transmitir la sensación de desgobierno, de jaula de grillos, en la que no existe liderazgo.
Antes que las elecciones generales, en España se van a celebrar, en mayo próximo, las elecciones municipales y autonómicas, en las que el Partido Popular no solo se juega la consolidación del nuevo ciclo político, sino que, internamente, vamos a asistir a algunos episodios de tensiones internas por la línea política del partido; el eterno debate sobre la mayor derechización o la moderación. Un gran partido como el PP, o, sobre todo, como el PSOE en sus mejores tiempos, necesita albergar distintas sensibilidades para aspirar a una mayoría estable en las instituciones. Pero raras veces es posible mantener ese equilibrio interno si no se respeta al líder del partido y cada cual decide hacer la guerra por su cuenta.
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Lo ocurrido esta semana con Isabel Díaz Ayuso, con respecto al plan de ahorro energético, ya nos ha demostrado claramente que la presidenta madrileña no tiene reparo alguno en colisionar con el líder de su partido en cuanto lo estima oportuno. Con un solo mensaje en redes sociales, Ayuso se ha desmarcado de lo que defiende Núñez Feijóo y le ha proporcionado la mejor munición al adversario socialista: “ponga orden” en su partido, señor Feijóo, le dicen. Ni las encuestas de hoy ni la unanimidad con la que fue proclamado (aclamado) el presidente del PP son valores estables en política. Tantas veces lo hemos visto, que nadie pondrá la mano en el fuego por asegurar hasta las elecciones estas encuestas de hoy, con tanto tiempo por delante.
Las encuestas también están cargadas de mal fario. Y de eso sí que saben los gallegos. Por eso, la mayor confianza de Feijóo será agarrarse a ese dicho gallego formidable, el malo será, que es la mejor expresión de optimismo que existe. Porque ante cualquier plan que se tenga en la vida, se es consciente de que habrá problemas, de que saldrá mal todo lo que pueda salir mal, pero que, a pesar de todo, se acabará consiguiendo. Al margen del malo será, no hay nada de lo que Núñez Feijóo pueda fiarse en la política española. Ni en su partido.
Tras el batacazo del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo cayó de pie en la presidencia del partido. Para los que sigan pensando que los gallegos son gente dubitativa, que se fijen en cómo el dirigente gallego ha estado años y años acariciando el liderazgo de su partido, como si se lo ofrecieran con cantos de sirena, pero no se ha decidido hasta que la presidencia obedecía, no a una apetencia suya, sino a una necesidad de su partido. De modo que, tras la semana trágica de Pablo Casado, Núñez Feijóo ascendió a la presidencia del Partido Popular por unanimidad, por aclamación, como les gusta a todos los líderes políticos, aunque esa circunstancia sea cada vez menos frecuente por los sistemas de primarias de los partidos. Se derrumbó la casa y el gallego cayó de pie, como caído de los cielos.