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El tonto del solsticio de invierno
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Javier Caraballo

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El tonto del solsticio de invierno

La acomplejada modalidad de renegar del cristianismo sin que el bobo en cuestión sea capaz de distinguir entre religión y cultura, entre sacramentos y costumbres, entre sotanas y principios

Foto: Un belén expuesto en el Museo del Greco de Toledo. (EFE/Ángeles Visdómine)
Un belén expuesto en el Museo del Greco de Toledo. (EFE/Ángeles Visdómine)
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Ya habrá sucedido o está próximo a suceder. Alguien se acercará y le dirá "Feliz Solsticio". Luego quizá esboce una sonrisa, como quien se regocija convencido de un destello de su genialidad o, incluso, de una sutil provocación. Quizá te ha sucedido o puede que te ocurra uno de estos días, la cuestión fundamental es que, en ese instante, ya no hacen falta más comprobaciones: estás delante del tonto del solsticio de invierno o de un aspirante a serlo. Puede ser una colega del trabajo o un cuñado, pero lo más probable es que la felicitación llegue por las redes sociales, de algún artista o de algún político al que sigues; el mismo concejal de tu pueblo que se ha venido arriba y ha pretendido ser original. En todo caso, lo mismo suponen.

La acomplejada modalidad de renegar del cristianismo sin que el bobo en cuestión sea capaz de distinguir entre religión y cultura, entre sacramentos y costumbres, entre sotanas y principios. Felicitan el solsticio porque han encontrado en el desprecio de la Navidad una señal de progresismo, una pose diletante de izquierdas, de modernidad, que es algo tan absurdo que solo podría explicarse por la crisis ideológica que los ha dejado vacíos de contenido, con la mollera repleta de eslóganes que se repiten mecánicamente.

"Desde los orígenes de la humanidad, el hombre ha intentado explicarse mirando a los cielos"

En fin, un absurdo que, como otros tantos, acaban teniendo la única consecuencia positiva de darnos la oportunidad de reflexionar sobre estos días y conocernos mejor. Así que empecemos con lo que nadie puede discutirle al tonto del solsticio: estas fiestas se celebran desde mucho antes de que existiera el cristianismo. Es algo sabido, sí. Desde los orígenes de la humanidad, el hombre ha intentado explicarse mirando a los cielos. El sol siempre ha ejercido una fuerza extraordinaria sobre nosotros, por ese poder inmenso de otorgarnos la vida y las tinieblas, y, por eso, la mayor celebración de año, junto con la del florecimiento de las cosechas y la primavera, era la que marcaba el inicio de los días más largos.

El solsticio de invierno, el solstitium de los romanos que significa "sol quieto", se produce en el día en el que la noche es más corta y, a partir de entonces, los días comienzan a ser más largos. Ese triunfo de la luz sobre la oscuridad es lo que lleva al hombre, desde el principio de los tiempos, a celebrar estas fechas. Que es exactamente el mismo sentido que le encuentra el cristianismo cuando establece el Nacimiento de Jesús en la madrugada del 24 de diciembre, solo que aprovecha un fenómeno meramente astronómico para darle un contenido espiritual muy superior. Es como aprovechar la astrología para adentrarse en la filosofía. A las fiestas que ya se celebraban le aporta un contenido humanístico.

La renuncia de esos valores es tan estúpida como inconsistente, porque los mismos que felicitan el solsticio de invierno para no tener que mencionar la existencia del cristianismo están ignorando que ellos mismos están inconfundiblemente unidos a ese pensamiento. La cultura judeocristiana, que bebe de las fuentes del saber filosófico y científico de Grecia, nos tiene a nosotros como afortunados herederos de esa extraordinaria conjunción de la historia; la alineación perfecta de culturas y saberes que ha proporcionado la mejor civilización de la historia de la humanidad. La más respetuosa con el ser humano, la más avanzada en derechos y conquistas sociales, la más eficiente en la evolución y en el progreso, la más igualitaria.

"Son las ideas del cristianismo las que cristalizan en el principio democrático, con lo que tendríamos que celebrar todos estos días"

Son las ideas del cristianismo las que, muchos siglos después, cristalizan en el principio democrático, con lo que tendríamos que estar celebrando todos estos días, creyentes y no creyentes, es ese embrión extraordinario y excepcional de la historia. "Es el cristianismo el que aportará la idea de que la humanidad es esencialmente una y que todos los hombres son iguales en dignidad, idea inaudita en la época y que el universo democrático heredará en su totalidad", escribió el filósofo francés Luc Ferry en su libro Aprende a vivir (Taurus), de 2007. Como en el famoso proverbio chino, cuando el dedo señala el portal de Belén, el necio se queda mirando el dedo, las figuras y el oropel, y no es capaz de trascender al significado de lo que tiene delante.

Es exactamente igual que ocurre con el personaje histórico de la Virgen María y su trascendencia a partir de la creencia religiosa. El hecho de que una corriente de pensamiento, el pensamiento cristiano, hubiese elegido a una mujer hace dos mil años y que la colocara en el centro de su mensaje tiene, sin duda alguna, un valor revolucionario en la época. La revolución que hoy identificaríamos con el feminismo y la lucha contra la discriminación de la mujer por el hecho de ser mujer, sin que aquí se vaya a cometer la atrocidad de interpretar hechos históricos con valores y conceptos de nuestra era. Pero son muchos los teólogos y estudiosos que han resaltado esa particularidad, que en un tiempo en el que la mujer que no pudiera engendrar hijos era la más despreciada y postergada de las mujeres, el mensaje cristiano elige a una de ellas y es el ángel san Gabriel quien le dice a María que es ella la que ha recibido "el favor de Dios".

"Nada es imposible"

Y un episodio más, que suele pasar desapercibido: el mismo ángel le cuenta a María que una pariente suya, llamada Isabel, está esperando un hijo "y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible", como dice el evangelio de San Lucas. El simbolismo de este doble anuncio, al igual que otros más explícitos como el de María Magdalena, en la mentalidad de hace dos mil años nos reafirman esa interpretación del mensaje en favor de la mujer.

En lo concerniente a la religión, en especial a la religión católica que es de la que hablamos, la mojigatería supone en muchos casos una interpretación superficial del fenómeno. Pues bien, eso es exactamente lo que cabe reprocharles a quienes miran su realidad de forma acomplejada, sin reconocerse en la historia ni reconocer la importancia de aquellos movimientos que lo han hecho posible. Negar la importancia del cristianismo en la evolución es, sencillamente, insostenible. Solo apto para los tontos del solsticio. De modo que, abierta y claramente, como un grito que expresa un deseo que se comparte. ¡Feliz Navidad!

Ya habrá sucedido o está próximo a suceder. Alguien se acercará y le dirá "Feliz Solsticio". Luego quizá esboce una sonrisa, como quien se regocija convencido de un destello de su genialidad o, incluso, de una sutil provocación. Quizá te ha sucedido o puede que te ocurra uno de estos días, la cuestión fundamental es que, en ese instante, ya no hacen falta más comprobaciones: estás delante del tonto del solsticio de invierno o de un aspirante a serlo. Puede ser una colega del trabajo o un cuñado, pero lo más probable es que la felicitación llegue por las redes sociales, de algún artista o de algún político al que sigues; el mismo concejal de tu pueblo que se ha venido arriba y ha pretendido ser original. En todo caso, lo mismo suponen.

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