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Vox, espejismo o ascenso
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Javier Caraballo

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Vox, espejismo o ascenso

Si Abascal soñó un día con ser Viktor Orbán, ya se habrá dado cuenta de que la realidad sociológica y política de España ha limitado sus aspiraciones a servir de apoyo al PP

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rodrigo Jiménez)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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Será un espejismo o ascenso, ficción o consolidación de un proyecto político, pero está claro que entre las fuerzas políticas que triunfaron en las elecciones del pasado domingo está Vox, el partido de Santiago Abascal, al que no se le ocurrió otra cosa que celebrar el buen resultado con una frase horripilante, de las que producen arcadas: “Vox ha venido para quedarse”, se le oyó decir en el atril. En fin, hasta que no se penalicen las frases hechas, con multas de Hacienda o algo, estas plagas del lenguaje no tienen remedio. Pero si lo que Santiago Abascal quería decir es que su partido, a diferencia de Podemos y, sobre todo, de Ciudadanos, se mantiene pujante y vivo en las elecciones en España, tiene toda la razón. Aunque sea por incompetencia de los otros dos, de Ciudadanos, que ya no se presentará a las elecciones generales, y de Podemos, que desaparece como tal en las papeletas electorales porque ya no tiene otra salida que formar parte, como una más, de una nueva plataforma de partidos de izquierda.

Ya se destacó aquí hace un par de años, que Abascal se había convertido en el último mohicano de los líderes políticos que rompieron el bipartidismo del PP y del PSOE, tras la renuncia de Albert Rivera, primero, y de Pablo Iglesias, después. Es curioso que, de los tres, el único que permanece es el que ha tenido unas expectativas más limitadas, ya que tanto Rivera como Iglesias llegaron a encabezar sondeos de intención de voto, aunque les duró poco la efervescencia. Ahora, menos de una década después de que llegaran a la política española, es el partido de ultraderecha el único que se mantiene vivo, asentado como tercera fuerza política en España, y con buenos resultados como los conseguidos en las recientes elecciones municipales y autonómicas. De todas formas, corroborar esta realidad no equivale a afirmar que Vox es un partido en crecimiento, que es algo muy distinto. Veamos.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Javier Lizón)

Cuando Vox sorprendió a todo el mundo en las elecciones autonómicas andaluzas de 2018, las primeras en las que consiguió representación institucional, se reprodujo en numerosos reportajes la fotografía de Santiago Abascal, un par de años antes, en Sevilla, sobre una especie de taburete, dirigiéndose a un puñado de personas. Era la época en la que Vox no conseguía ni 50.000 votos en toda España, con lo que sus actos públicos eran siempre testimoniales, como los de esos predicadores de parques ingleses que vemos en las películas. Si tomamos como referencia ese instante, la curva de crecimiento es vertiginosa: en tres años pasó de 47.182 votos (2016) a los 3.640.063 de las últimas elecciones generales (2019). En estas elecciones municipales, ha doblado, literalmente, el número de votantes en cuatro años: de 812.804 a 1.608.187 el domingo pasado. ¿De dónde vienen tantos votos?

Si bien es cierto que, sobre todo en un primer momento, parecía muy claro que la corriente de votos que llegaba hasta Vox provenía del Partido Popular (recuérdese los tiempos de las denuncias de derechita cobarde de Abascal), en la actualidad no parece que pueda sostenerse la misma afirmación. La demostración podemos encontrarla en aquellas comunidades autónomas en las que el PP ha logrado recomponerse y obtener mayorías absolutas, a pesar de que Vox sigue obteniendo representación e incluso creciendo en las elecciones que se celebran. Podemos fijarnos en Andalucía y en Madrid. Lo que sostienen en el propio Partido Popular es que Vox se nutre, en gran parte, de votos de abstencionistas, asqueados del sistema y cansados del bipartidismo, o directamente de antisistemas, incluyendo a nostálgicos del franquismo. Eso es lo que explicaría que no afecte al crecimiento actual del PP.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, el candidato del PP en la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, y la alcaldable de Valencia, María José Catalá. (EFE/Kai Forsterling)

La buena noticia para Vox, por tanto, es que la potente corriente electoral a favor del Partido Popular no los ha arrasado, como sí ha ocurrido con Ciudadanos. Pero también supone una mala noticia: su vieja aspiración de superar al Partido Popular en el electorado de derecha de España se diluye, si es que no se puede considerar ya fracasada por completo. Si Santiago Abascal soñó un día con ser Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, ya se habrá dado cuenta de que la realidad sociológica y política de España ha limitado sus aspiraciones a servir de apoyo al Partido Popular en todas las instituciones en las que se necesiten. Y es ahí donde pueden comenzar los problemas para el partido de Abascal, cuando aparezca ante los suyos como un fiel aliado del Partido Popular que, necesariamente, tiene que abandonar su perfil más cafre para representar a las instituciones en las que gobierne.

Peor aún puede ser el efecto que tenga en Vox el final de Pedro Sánchez, porque si hay un partido político en el que se vive con más pasión el antisanchismo, es, precisamente, en la ultraderecha, convertida en el eje de todos los discursos del presidente socialista. Queda por ver, por último, qué ocurrirá con los muchos escindidos de Vox en los últimos años, una larga lista que encabeza la disidente más conocida de todos, Macarena Olona, aunque es imposible por el momento concluir nada sobre los zigzagueos políticos que viene ofreciendo la exportavoz desde que dio el portazo. En resumen, como se decía antes, que resulta incuestionable, y estas últimas elecciones lo han confirmado, que de los tres líderes emergentes que surgieron en España, ya solo queda uno, Santiago Abascal, y que de esos tres partidos nuevos, ya solo se imprimirá uno en las papeletas de voto de las próximas elecciones generales, Vox. No es el panorama de un futuro partido hegemónico, pero tampoco su ascenso es un espejismo; la proyección de Vox por el momento es la de un dulce estancamiento.

Será un espejismo o ascenso, ficción o consolidación de un proyecto político, pero está claro que entre las fuerzas políticas que triunfaron en las elecciones del pasado domingo está Vox, el partido de Santiago Abascal, al que no se le ocurrió otra cosa que celebrar el buen resultado con una frase horripilante, de las que producen arcadas: “Vox ha venido para quedarse”, se le oyó decir en el atril. En fin, hasta que no se penalicen las frases hechas, con multas de Hacienda o algo, estas plagas del lenguaje no tienen remedio. Pero si lo que Santiago Abascal quería decir es que su partido, a diferencia de Podemos y, sobre todo, de Ciudadanos, se mantiene pujante y vivo en las elecciones en España, tiene toda la razón. Aunque sea por incompetencia de los otros dos, de Ciudadanos, que ya no se presentará a las elecciones generales, y de Podemos, que desaparece como tal en las papeletas electorales porque ya no tiene otra salida que formar parte, como una más, de una nueva plataforma de partidos de izquierda.

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