Matacán
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Israel y la trampa doble de Hamás
¿Qué pasaría si descubriésemos que el plan diseñado por Hamás consistía, precisamente, en provocar la ira de Israel y una respuesta descomunal contra la Franja de Gaza, para poder extender el conflicto a toda la zona?
El legítimo derecho a la defensa propia pierde su condición cuando no existe proporcionalidad. Este es un principio de justicia universal que comienza justo en esa tierra de piedras y de polvo, enferma de fanatismos y manchada de sangre caliente. Ojo por ojo y diente por diente no es una invitación a la venganza, como mayoritariamente se entiende hoy la expresión, tras siglos de degeneración del concepto. El ojo por ojo y diente por diente es una de las primeras normas judiciales escritas que pretendían establecer ese principio de proporcionalidad. Si un hombre agrede de un puñetazo a su vecino y le hace perder un diente, la legítima defensa no incluye que le aseste dos puñaladas en el corazón. Ojo por ojo, diente por diente es lo que, según el Antiguo Testamento (Éxodo 21.24), les explicó Moisés a los hijos de Israel para que lo aplicaran en sus juicios, siguiendo el mandato de Dios.
Ya sabemos que el fundamentalismo ha pervertido y olvidado a Dios aunque, como dejó dicho Saramago, “matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino”. Pero al menos Israel, que es quien tiene hoy la fuerza militar y la razón del agredido, debería acordarse de lo que dicta el Antiguo Testamento sobre la proporcionalidad. Como se viene advirtiendo desde el primer momento del brutal atentado del 7 de octubre, la respuesta desproporcionada de Israel es la que hará que pase de víctima a verdugo en el mundo entero, en cuanto comiencen a llegar, como ya está ocurriendo, las imágenes de hospitales atestados y de morgues improvisadas en camiones frigorífico. En ese momento, ganarán las polémicas, miserables, de quienes buscan en lo ocurrido una recarga de su ideología sectaria.
Nada de eso, en todo caso, tendrá la más mínima incidencia en Israel, porque esas polémicas se quedan entre nosotros, en nuestras democracias occidentales, como la española, en la que cualquier conflicto internacional se intenta politizar, de forma paleta, para una nueva confrontación. No, en Israel estas polémicas ni siquiera llegan a la sociedad porque, como podemos ver en decenas de testimonios de estos días, la sociedad judía contempla lo ocurrido como una tragedia que la une como pueblo, y se aísla de todo lo demás, de cuanto se pueda opinar y frivolizar fuera de sus fronteras. Como dice, acertadamente, el antiguo, y emblemático, embajador de Israel en España Shlomo Ben Ami, las imágenes propagadas por los terroristas de Hamás, en las que humillan a ancianas secuestradas, activan en la sociedad judía “la memoria holocáustica” y se crea un caparazón de fortaleza moral que los aísla de todo. Pero es el propio Shlomo Ben Ami quien lleva años advirtiendo también de las consecuencias nefastas que tiene para el futuro de Israel esa referencia moral persistente del Holocausto nazi.
“Llegamos a una situación en la que Israel y su sociedad viven encarcelados en la paranoia holocáustica de un gueto siempre al borde de la destrucción”, sostiene el que también fuera ministro de Exteriores de Israel. Esa es, quizá, la reflexión que debería imperar en estos momentos en las decisiones que tomen los israelíes, la de salir de ese círculo vicioso del genocidio, del horror de Auschwitz. Ya sabemos, como se apuntaba hace unos días, que nuestras sociedades modernas y democráticas tienen grandes dificultades para luchar contra el terrorismo islámico y, más allá aún, contra los gobiernos y los Estados fundamentalistas que financian el terrorismo. Pero Israel tiene que salir de esa cárcel mental en la que el único futuro probable es la destrucción.
Ocurre, además, que la brutal invasión y ocupación de la Franja de Gaza, que ya ha provocado más de un millón de desplazados, puede ser, precisamente, lo que estaba buscando el grupo terrorista Hamás cuando lanzó su terrorífico ataque contra Israel. ¿Qué pasaría si descubriésemos que el plan diseñado por Hamás consistía, precisamente, en provocar la ira de Israel, y una respuesta descomunal contra la Franja de Gaza, para poder extender el conflicto a toda la zona? ¿Cómo debemos actuar cuando llegamos a la conclusión de que estamos siguiendo fielmente el guion que ha escrito nuestro enemigo? El Estado de Israel, como han acabado reconociendo, ya cometió el error inmenso de fomentar la expansión de Hamás, mediante la financiación de mezquitas en las que adoctrinaba y reclutaba seguidores, para debilitar con esta nueva fuerza política el poder de su antiguo enemigo, la Organización para la Liberación de Palestina.
De lo que se trata ahora es de que un nuevo error estratégico no acabe beneficiando, igualmente, a los terroristas islámicos, porque ese era, con toda probabilidad, el objetivo de Hamás al atacar salvajemente a Israel: provocar la ocupación de la Franja de Gaza y la apertura de un conflicto bélico en el que acaben implicados varios países y grupos terroristas del entorno, como Irán y Hezbolá. Una trampa doble de la que es muy difícil escapar por todo lo que sabemos, la dificultad de luchar contra esas alimañas, la espiral de radicalismo y de odio que se genera en las gentes y en las élites, y la inexistencia completa de alguna referencia internacional capaz de imponer cordura en ese avispero mortal. Todo eso lo sabemos, pero en estas circunstancia siempre recuerdo lo que una vez me contó un israelí, padre de un hijo asesinado en atentado terrorista. Defendía las razones de Israel, había padecido en lo más hondo la crueldad de los enfrentamientos con los palestinos, pero estaba convencido de que lo peor de todo era que, cada acción, cada contestación, recrudecía el conflicto y alejaba la paz. Por eso, cuando le preguntaban, aconsejaba a los suyos: “Deja de tener razón y actúa por una vez con inteligencia”. Israel, que como se decía al principio tiene la fuerza militar y la razón del agredido, debería aplicárselo.
El legítimo derecho a la defensa propia pierde su condición cuando no existe proporcionalidad. Este es un principio de justicia universal que comienza justo en esa tierra de piedras y de polvo, enferma de fanatismos y manchada de sangre caliente. Ojo por ojo y diente por diente no es una invitación a la venganza, como mayoritariamente se entiende hoy la expresión, tras siglos de degeneración del concepto. El ojo por ojo y diente por diente es una de las primeras normas judiciales escritas que pretendían establecer ese principio de proporcionalidad. Si un hombre agrede de un puñetazo a su vecino y le hace perder un diente, la legítima defensa no incluye que le aseste dos puñaladas en el corazón. Ojo por ojo, diente por diente es lo que, según el Antiguo Testamento (Éxodo 21.24), les explicó Moisés a los hijos de Israel para que lo aplicaran en sus juicios, siguiendo el mandato de Dios.
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