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Las lágrimas de Dolores Delgado
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Javier Caraballo

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Las lágrimas de Dolores Delgado

No todo vale, no existe impunidad en una democracia: esa es la esperanza

Foto: Imagen de archivo de Dolores Delgado durante la ceremonia de jura o promesa como fiscal de Sala de la Fiscalía Togada del Alto Tribunal en el Tribunal Supremo. (EFE/Mariscal)
Imagen de archivo de Dolores Delgado durante la ceremonia de jura o promesa como fiscal de Sala de la Fiscalía Togada del Alto Tribunal en el Tribunal Supremo. (EFE/Mariscal)
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Las lágrimas de Dolores Delgado son nuestra esperanza. La esperanza de cientos de miles de españoles que están preocupados por lo que está ocurriendo en España y confiados en que este enorme despropósito acabe en nada, porque alguien o algo lo detendrá. Como ha ocurrido con esta mujer, Dolores Delgado, uno de los primeros símbolos del acoso judicial y de la falta de respeto a la sagrada separación de poderes en un Estado de derecho. No todo vale, no existe impunidad en una democracia: esa es la esperanza. En estos momentos, en esta nueva legislatura, Dolores Delgado es el símbolo primero del dedo que la señaló para pasar de ministra de Justicia a fiscal general del Estado y, luego, para garantizarse un futuro de comodidad como fiscal de Sala del Tribunal Supremo, sin tener derecho a esa plaza, como se acaba de sentenciar.

Por eso llora Dolores Delgado, con angustia propia de quien pena por un desamor. Con un nudo en la garganta, la entrevistaron en la Cadena SER para conocer sus impresiones, tras la sentencia del Supremo que la deja sin su plaza, y Dolores Delgado se echó a llorar: “Quiero decirle a la gente que más quiero, porque he sacrificado muchas cosas, que voy a pelear, a combatir, hasta mis últimas fuerzas, porque es una sentencia injusta”. Los gorgoritos al hablar hacen que la voz, quebrada, suene más aflautada de la que podemos recordar de otras ocasiones de Dolores Delgado, sobre todo cuando era ministra de Justicia. Ese era un tono de voz firme, institucional, que tampoco tenía nada que ver con aquel otro, festivo y despreocupado, en la comida en la que llamaba “maricón” a Fernando Grande-Marlaska. “¿Puedo contar lo de este?”, le preguntó a su pareja sentimental, Baltasar Garzón, para obtener su consentimiento. “Un maricón”, dijo Delgado al momento. “¿Quién es maricón?”, preguntó el comisario Villarejo, que lo estaba grabando todo. “Marlaska”, apuntilló por segunda vez la que luego sería ministra de Justicia.

¿Fue en ese momento en el que comenzó el desprestigio profesional y político de Dolores Delgado? Desde luego, aquel fue el primer escándalo de su trayectoria y para lo que sirvió, fundamentalmente, fue para conocer el talante personal de Dolores Delgado, su desahogo y sus principios, nada de miramientos, ningún reparo, para conseguir un objetivo, pasando por encima de todo lo que se pudiera interponer en su camino. Al poco de ser nombrada fiscal general del Estado, se plasmó aquí la inquietud que sentían muchos en la Fiscalía, que es un cuerpo de profesionales acostumbrados a ver muchas cosas, mucho manoseo político por parte de todos los gobiernos, y que, por eso mismo, se asustan cuando se traspasan todos los límites.

Frente a los precedentes conocidos de un fiscal general excesivamente politizado, a derecha o a izquierda, la diferencia esencial con Dolores Delgado es que, al menos, en todos aquellos casos, en la propia carrera se le reconocía un gran prestigio profesional. Y no era el caso. Dolores Delgado ha ido subiendo peldaños con la normalidad de quien sale elegido en unas elecciones. Fue una candidata más del PSOE por la lista de Madrid, en las elecciones de diciembre de 2019, y así ha ido ascendiendo, del Ministerio de Justicia a la Fiscalía General del Estado y, cuando se agotó su recorrido, se buscó el retiro que, ahora, le ha anulado el Tribunal Supremo.

Foto: Dolores Delgado, junto a su pareja, Baltasar Garzón. (EFE/Lavandeira jr)

Que no se preocupe Dolores Delgado si, como sostiene con amargura, es una sentencia injusta porque, de ser así, acabarán dándole la razón. Como hizo en su día el Consejo General del Poder Judicial cuando avaló su nombramiento como fiscal general del Estado. Esa es la enorme ventaja de nuestro sistema judicial, de nuestro Estado de derecho, que nos aporta las garantías suficientes frente al abuso, el sectarismo o la mera equivocación de un tribunal. La verdad judicial acaba imponiéndose y, en ese momento, todos debemos respetarla y acatarla. Eso es, precisamente, lo que se quiebra con la deriva que el Gobierno de Pedro Sánchez ha llevado al extremo con la amnistía, cuando ignora y pisotea el respeto institucional entre los distintos poderes del Estado. Cuando se pretende convertir la legitimidad de las urnas en la única válida de una democracia. El respeto de las formas que no se tuvo cuando el presidente Sánchez la nombró fiscal general del Estado en la misma tacada de nombramientos de los ministros, como si se tratase de una cartera más, un ministro de Justicia y un ministro de la Fiscalía General.

Con decisiones así se comienza el abuso del poder y se acaba en la etapa que estamos viviendo en España, que preocupa a tantos de sus compañeros fiscales, además de abogados, jueces, magistrados y los más prestigiosos catedráticos constitucionales. Cuando el Gobierno de la llamada mayoría progresista presenta un proyecto de ley de amnistía, que hace tan solo unos meses proclamaba que era inconstitucional, que no cabía en la democracia española, y vemos que su tramitación avanza, que su aprobación y ejecución parecen inexorables, la confianza es que llegue un momento en el que todo se desmorone. Cuando se evitan, ignoran e impiden hasta los dictámenes de los órganos consultivos del Estado; cuando se legisla a conciencia para que ningún tribunal pueda detener cautelarmente la ejecución de la amnistía pactada con un fugado de la Justicia; cuando todo eso ocurre, la única esperanza es que a Pedro Sánchez le ocurra lo mismo que a Dolores Delgado. Por eso son lágrimas de esperanza.

Las lágrimas de Dolores Delgado son nuestra esperanza. La esperanza de cientos de miles de españoles que están preocupados por lo que está ocurriendo en España y confiados en que este enorme despropósito acabe en nada, porque alguien o algo lo detendrá. Como ha ocurrido con esta mujer, Dolores Delgado, uno de los primeros símbolos del acoso judicial y de la falta de respeto a la sagrada separación de poderes en un Estado de derecho. No todo vale, no existe impunidad en una democracia: esa es la esperanza. En estos momentos, en esta nueva legislatura, Dolores Delgado es el símbolo primero del dedo que la señaló para pasar de ministra de Justicia a fiscal general del Estado y, luego, para garantizarse un futuro de comodidad como fiscal de Sala del Tribunal Supremo, sin tener derecho a esa plaza, como se acaba de sentenciar.

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