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El imposible andaluz del líder del PSOE
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Javier Caraballo

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El imposible andaluz del líder del PSOE

No es que Pedro Sánchez no sea ni la sombra de lo que fueron Felipe y Guerra en Andalucía, es que su propia política es excluyente para los intereses andaluces

Foto: El secretario general del PSOE andaluz, Juan Espadas. (EFE/Raúl Caro)
El secretario general del PSOE andaluz, Juan Espadas. (EFE/Raúl Caro)
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La ejecutiva federal del PSOE siempre se ha tomado los liderazgos de los socialistas andaluces como un deporte de quita y pon. Con la naturalidad con la que los entrenadores de fútbol sientan a sus futbolistas en el banquillo, en el PSOE no tenían más que descolgar el teléfono para tumbar a un secretario general de la federación andaluza. Siempre ha sido así en democracia, con lo que esto que ha hecho ahora el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, no constituye ninguna novedad, pero sí comporta diferencias fundamentales con el pasado, como veremos. Eso, claro, además de constatar que el líder socialista ha cambiado de opinión, otra vez más, y ahora defiende lo contrario sobre las primarias y sobre el perfil político del líder en Andalucía.

Se trata de una apuesta política arriesgada, aunque con sentido estratégico, pero comencemos con el recuento. El primero en caer fue Rafael Escuredo, al poco de conquistar la Junta de Andalucía para los socialistas, en los albores de la década de los 80 del siglo pasado, cuando, hábilmente, transformó en andalucista el partido jacobino que siempre había sido el PSOE. Llegó a la Presidencia de la Junta de Andalucía, se le ocurrió exigir competencias suficientes para la Reforma Agraria y la expropiación se la hicieron a él; Rafael Escuredo acabó dimitiendo al año y medio de haber ganado por mayoría absoluta unas elecciones. Sin que el partido rechistara, ni el electorado lo acusara, a Escuredo, que no llegó a ser secretario general, lo cambiaron por José Rodríguez de la Borbolla, que duró algo más, seis años, pero también ‘lo dimitieron’. Era la época del “quien se mueve, no sale en la foto”, con Felipe González y Alfonso Guerra en su pleno apogeo de su poder. Mucho más en Andalucía.

La ‘ejecución’ política de Rodríguez de la Borbolla dejó uno de los episodios más descriptivos de la naturaleza política. Lo contó el propio Borbolla, con lo que no hay que dudar. Cuando tuvo constancia de que la ejecutiva federal había pedido su cabeza, se reunió con todos los diputados, alcaldes y concejales que él mismo había puesto en las listas electorales. Y les dirigió un discurso emotivo, de orgullo numantino, de compromiso y de lealtades personales forjadas durante años… Les habló y les habló, en medio del silencio del auditorio, hasta que un alcalde levantó la mano para hablar: “A ver, Pepote, que sí, que todo lo que estás diciendo es así, pero es que todos los que estamos aquí queremos seguir siendo alcaldes, diputados y concejales cuando tú ya no seas el secretario general del PSOE de Andalucía”.

En esto no cambia la historia; por esa razón, los dirigentes andaluces del PSOE han mantenido en estos meses un incómodo silencio sobre sus preferencias hasta que Pedro Sánchez ha decidido cuál es su apuesta. Tras Borbolla, llegó Chaves, que no quería dejar el Consejo de Ministros ni a palos para irse a Andalucía -por eso lo llamaban el 'candidato a palos'-, y fue, paradójicamente, el que más tiempo estuvo, casi dos décadas. Su prodigioso tancredismo, sus reiteradas campañas de propaganda, que si Primera Modernización, que si Segunda Modernización, y su bien nutrida red clientelar, lo mantuvieron en la presidencia de la Junta de Andalucía hasta que Rodríguez de Zapatero, que era el secretario general, comenzó a observar las primeras señales de alarma en el ‘granero socialista’ de Andalucía y le dispuso el puente de plata de una lustrosa vicepresidencia en el Gobierno de España.

Zapatero, que era el secretario general, comenzó a observar las primeras señales de alarma en el 'granero socialista' de Andalucía

Zapatero, que acabaría dejando al PSOE hundido en una crisis electoral de la que todavía no se ha recuperado, tenía, sin embargo, razón. Su olfato no le engañó y aquellos años finales del PSOE de Chaves fueron los de la corrupción grotesca de los ERE. Los dos que le sucedieron, José Antonio Griñán y Susana Díaz, no supieron frenar el declive. Es con esta última cuando Pedro Sánchez inaugura, como secretario general, su propia etapa de quita y pon de líderes andaluces del Partido Socialista. La caída de Susana Díaz estaba muy clara desde el mismo día que Sánchez la llamó a su despacho, en el Congreso Federal de junio de 2017, y la entonces presidenta andaluza le ofreció un acuerdo que Sánchez despreció con crueldad. “Mira, Pedro, si vas a Andalucía de mi mano, yo misma te facilitaré las cosas, pero si vas por tu cuenta, debes saber que vas a tenerme enfrente”, dijo Susana. “Lo sé, Susana”, contestó Pedro Sánchez. “Yo sé que siempre te voy a tener enfrente, y tú debes saber lo mismo, que siempre me vas a tener enfrente. Así que esta reunión se ha acabado”. El suceso se recordará porque Susana Díaz rompió a llorar en los pasillos.

Pedro Sánchez la reemplazó unos años después, en 2021, por Juan Espadas, precisamente por su perfil político moderado, conciliador, similar al de Juanma Moreno y al que le sirvió a Manuel Chaves para gobernar casi 20 años. Con María Jesús Montero, Sánchez cambia de opinión y ahora quiere el perfil político contrario al de Juan Espadas. Y sin primarias, a ser posible. A María Jesús Montero le ocurre como a Manuel Chaves, que tampoco quiere salir ni a palos del Consejo de Ministros. Pero ha acabado aceptando la designación. ¿Puede ocurrir, entonces, el mismo fenómeno que con Manuel Chaves, que acabe ganando? En política nunca se deben realizar previsiones de todo o nada, pero es evidente que existen cambios sociales y políticos que hacen imposible cualquier comparación.

Con María Jesús Montero, Sánchez cambia de opinión y ahora quiere el perfil político contrario al de Juan Espadas. Y sin primarias, a ser posible

Para empezar, el predicamento del que gozaban entre los socialistas andaluces tanto Felipe González como Alfonso Guerra les permitía poder dirigir cómodamente la federación andaluza, la más potente de todas y la que aporta más diputados al Congreso (un total de sesenta escaños son andaluces). Pedro Sánchez no es que no sea ni la sombra de lo que ambos supusieron para el electorado de izquierdas en Andalucía, sino que su propia estrategia política como presidente del Gobierno es excluyente para los intereses andaluces. El socialista Luis Ángel Hierro, que quiere disputarle el liderazgo a María Jesús Montero, ha dicho estos días que el ‘cupo catalán’, la última cesión hacia el independentismo, “supone un retroceso a un federalismo fiscal casi medieval”. Hierro ha retado a María Jesús Montero a un debate al respecto, pero es probable que ni siquiera llegue a ser candidato en las primarias, por las trabas normativas que ha dispuesto la ejecutiva federal del PSOE para que la elección de María Jesús Montero sea por aclamación.

No cabe duda, en todo caso, de que la propia forma de ser de la vicepresidenta Montero, vigorosa y marrullera, podría dinamizar el ánimo alicaído de los socialistas andaluces. Sobre todo en los 40 municipios andaluces, de un total de 741, en los que se centrará la campaña socialista en Andalucía, como se detallaba ayer en El Confidencial. Y el resultado ya se verá porque, como saben bien muchos antiguos dirigentes de este partido, el principal problema del PSOE de Andalucía en este momento no es sólo que haya perdido todo el poder, sino que quien lo ha ocupado, el popular Juanma Moreno, ha sabido hacerse con todas las banderas que los socialistas enarbolaron durante cuatro décadas. El reto de Montero es recuperar los más de veinte puntos porcentuales de distancia que hoy le saca el PP al PSOE andaluz, y es lo que intentará agitando la polarización del voto. Hasta las próximas elecciones andaluzas, que serán en el primer semestre de 2026, ya iremos comprobando en las encuestas lo que, en este momento, sólo se parece a un imposible, el imposible de Pedro Sánchez para hacer renacer al PSOE-A y convertirlo, de nuevo, en un partido ganador que le devuelva ‘el granero andaluz’.

La ejecutiva federal del PSOE siempre se ha tomado los liderazgos de los socialistas andaluces como un deporte de quita y pon. Con la naturalidad con la que los entrenadores de fútbol sientan a sus futbolistas en el banquillo, en el PSOE no tenían más que descolgar el teléfono para tumbar a un secretario general de la federación andaluza. Siempre ha sido así en democracia, con lo que esto que ha hecho ahora el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, no constituye ninguna novedad, pero sí comporta diferencias fundamentales con el pasado, como veremos. Eso, claro, además de constatar que el líder socialista ha cambiado de opinión, otra vez más, y ahora defiende lo contrario sobre las primarias y sobre el perfil político del líder en Andalucía.

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