Maten al mensajero
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Feijóo puede romper definitivamente con Abascal y neutralizar a Pedro Sánchez
Vox ha optado por humillar a los populares como estrategia de remontada. Quizás ha llegado la hora de que el gallego emule a su antecesor Pablo Casado con aquel "hasta aquí hemos llegado"
El debate de la ley de amnistía en el Congreso fue más deprimente de lo esperado. La incomparecencia de Sánchez acabó en un cara a cara entre Abascal y Feijóo. Munición para la Moncloa. Los fontaneros del presidente pueden ahorrar esfuerzos para embarrar el debate político, sus opositores se bastan solos. Un experto en políticos —que es menos aburrido que politólogo— me repite que Vox nació contra el PP y vive contra el PP. Los hechos le dan la razón. Abascal disfruta, tanto o más, pidiendo que cuelguen por los pies al presidente como llamando cobarde a Feijóo. Acuñó el filósofo Ortega Smith eso de que "les faltan huevos", que es una evolución del "maricomplejines" que dedicaba Jiménez Losantos a Rajoy.
La tradición dicta que es la izquierda la que se devora. Son cainitas, como buenos sucesores de Stalin. Lo de Iglesias contra Yolanda Díaz promete. La incógnita es si el presentador sobrevenido es capaz de volver a engañar a los que se sienten marginados por la política. A aquellas señoras que salían en televisión en los inicios del coletas, entregándole su voto y su alma a cambio de una vivienda para sus hijos. Del paso de los morados por el Gobierno solo nos consta que él tiene ahora una mejor casa que cuando llegó. Del pisito de Vallecas al chalé de Galapagar.
En el otro bando, le han cogido el gusto a la trifulca. Es cierto que el trapo siempre lo pone Abascal, pero también que Feijóo entra manso. El pacto en Pamplona entre Bildu y el PSOE viene a corroborar la falta de estrategia de Génova en la gestión de las alianzas con Vox. Se cerraron los gobiernos autonómicos en plena campaña y el miedo a la ultraderecha ganó. Lo acertado en términos electorales hubiera sido esperar. No desvelar las cartas, como hizo Sánchez. Reiteró una y mil veces que no pactaría con Bildu. Los socialistas aprendieron del batacazo en las urnas del 28 de mayo. Los coqueteos con los de Otegi desangraron a los barones. De ahí los lamentos del aragonés Javier Lambán, en retirada como su compañero Ximo Puig.
Feijóo no quiere ser Sánchez. El gallego asume que las alianzas le cerraron las puertas de la Moncloa, pero insiste en que no mentiría a sus electores. ¿Por qué no hizo campaña renegando de Vox? Porque no podía, y sobre todo no quería, afirmar que no gobernaría con la ultraderecha. Considera que hubiera sido un engaño a los que le votaban. Mandaban los números, no las ideas. Ya lo dijo Nadia Calviño en una entrevista con Carlos Alsina para justificar la amnistía de Puigdemont: en política, a veces el cuerpo te pide una cosa y hay que hacer otra.
A muchos barones del PP, la víscera les pide romper con Vox. Incomodan las salidas de tono de consejeros sin experiencia, irritan los plantones en los minutos de silencio para condenar las muertes por violencia de género. Hasta ahora, se ha hecho de la necesidad, virtud. Ha llegado el momento de que los populares se planteen qué pasaría si, ante los desprecios de Abascal, se rompe definitivamente con Vox. Neutralizar el discurso de Sánchez que asimila la derecha a la ultraderecha. Enviar un mensaje claro de centro a los que votan al PSOE con la nariz tapada. Es un riesgo, pero también un revulsivo para ensanchar el PP en las próximas citas electorales. En Galicia, País Vasco o Cataluña, la cohabitación con Vox solo lastra. El anuncio en campaña de Abascal de que aplicaría el 155 en Cataluña si llegaba a gobernar fue clave para engordar al PSC.
Pablo Casado ya abrió este camino, meses antes de ser descabalgado de la dirección del PP. Apostó por un PP sin miedo a tener en frente a Vox. Rompió públicamente con su amigo Santi en la primera moción de censura de los de Abascal contra Sánchez. Hizo de su discurso una disección de las imposturas de la ultraderecha. "Decimos no a esa España a garrotazos, en blanco y negro, de trincheras, ira y miedo", proclamó el entonces presidente, para argumentar su "hasta aquí hemos llegado", que ponía fin a una estrategia de condescendencia con Vox. El legado de Casado es tabú, pese a que fue el artífice de la disolución de Ciudadanos y aupó a los presidentes regionales que hoy son el poder del PP. Nadie le nombra, salvo algunos valientes como el miembro de Nuevas Generaciones de Palencia y exsenador Rodrigo Mediavilla, que este domingo reivindicó su figura en público.
La desesperación es un mal compañero para Abascal, pero también para Feijóo
El plan de Vox es seguir endureciendo el discurso. No quieren ser el PP, quieren acabar con el PP. Su espejo son los líderes europeos como el presidente de Hungría, Viktor Orbán. La italiana Giorgia Meloni ya ha sido domada por las instituciones. Demasiado light para lo que viene. Con Sánchez desmontando los pilares del Estado, el tono bronco es la última baza para no correr la suerte de Ciudadanos. Se ha visto con las protestas frente a la sede de Ferraz, donde los líderes de Vox han jaleado a los que añoran la dictadura de Franco. La desesperación es un mal compañero para Abascal, pero también para Feijóo.
El debate de la ley de amnistía en el Congreso fue más deprimente de lo esperado. La incomparecencia de Sánchez acabó en un cara a cara entre Abascal y Feijóo. Munición para la Moncloa. Los fontaneros del presidente pueden ahorrar esfuerzos para embarrar el debate político, sus opositores se bastan solos. Un experto en políticos —que es menos aburrido que politólogo— me repite que Vox nació contra el PP y vive contra el PP. Los hechos le dan la razón. Abascal disfruta, tanto o más, pidiendo que cuelguen por los pies al presidente como llamando cobarde a Feijóo. Acuñó el filósofo Ortega Smith eso de que "les faltan huevos", que es una evolución del "maricomplejines" que dedicaba Jiménez Losantos a Rajoy.
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