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Carlos Sánchez

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¡Quitad vuestras sucias manos de la televisión!

El rifirafe sobre los debates electorales en televisión sólo ha puesto en evidencia las miserias de la política española. Los grupos de interés se han impuesto a la propia democracia

Foto: Escaparate con televisores que anuncian un debate electoral. (Reuters)
Escaparate con televisores que anuncian un debate electoral. (Reuters)

Uno de los textos más brutales del periodismo español lo publicó Alejandro Lerroux en La Rebeldía, en 1906, sólo unos años después de lograr un acta de diputado por Barcelona. El cordobés Lerroux, ya asentado en la ciudad condal para fustigar al catalanismo emergente de la Lliga (lo que a la larga le daría muchos votos en el resto de España), conocía como pocos -anteriormente había trabajado en 'El País' y fundado 'El Progreso'- la importancia de la prensa para manipular a la opinión pública, y no dudó en hacer un ataque furibundo contra el poder establecido de la época -el clero, la burguesía y el Ejército- con un par de folios devastadores que han pasado a la historia de la provocación política.

En el texto, muy conocido, Lerroux arengaba a quienes él llamaba los “jóvenes bárbaros de hoy” a entrar a saco en la “civilización decadente y miserable de este país sin ventura”. Y continuaba: “Destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie, penetrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social; entrad en los hogares humildes y levantad legiones de proletarios, para que el mundo tiemble ante sus jueces despiertos”.

La manipulación es tan vieja como el periodismo. Lo que ha cambiado es la concentración del poder en pocas manos y en tecnologías

La importancia del artículo radica en que Lerroux, que durante años había cobrado bajo cuerda del célebre fondo de reptiles que repartía el ministro de Gobernación de turno entre periodistas y escritores, entre ellos el infeliz Max Estrella de 'Luces de Bohemia', fue uno de los primeros políticos españoles que vio en la prensa un instrumento formidable de manipulación de masas. De hecho, no se entiende su imparable ascensión a la presidencia del Consejo de Ministros -ha sido uno de los pocos jefes de Gobierno que ni siquiera fue capaz de acabar los estudios- sin su capacidad innata para falsificar la historia mediante mentiras y los excesos más deplorables.

Es decir, la manipulación de la información, como es obvio, es tan vieja como el propio periodismo. Lo que ha cambiado, entre otras muchas cosas, es la concentración del poder informativo en pocas manos y en determinadas tecnologías con gran capacidad para penetrar en el tejido social.

“Mentimos como hablamos”

Fundamentalmente, a través de la televisión, convertida, en lo político, como decía Peter Finch en su impagable papel en Network, aquella joya de Sidney Lumet, en un “maldito parque de atracciones, en un circo, un carnaval, una troupe de acróbatas, narradores de cuentos, bailarinas, cantantes, malabaristas, fenómenos, domadores de animales y jugadores de fútbol… En una fábrica para matar el aburrimiento en la que ustedes no van a enterarse de la verdad por nosotros. Les decimos cuanto quieran oír. Mentimos como hablamos”.

Dos años antes de la película de Lumet, el 15 de julio de 1974, la televisión había alcanzado su éxtasis con el suicidio en directo de la periodista Christine Chubbuck, quien durante un informativo había sacado un revolver Smith & Wesson del 38 y se había descerrajado un tiro a la altura de la nuca después de que su jefe desplazara una de sus informaciones para emitir una noticia sobre un tiroteo.

Y aún antes, en 1960, con el célebre debate entre Nixon y Kennedy que marca un antes y un después en la industria del marketing político. Pero también en la industria de la televisión como bien demostró años más tarde Rupert Murdoch a través de News Corp, que supo entender como nadie la fuerza de la televisión convirtiendo a la Fox -hoy en España ese espacio lo ocupa La Sexta con una ideología diferente- en el estandarte del pensamiento conservador, y, más en concreto, del Partido Republicano.

Los principales políticos han salido de los platós, que en los últimos años han ocupado el espacio público que antes representaba el parlamento

Trump, de hecho, le debe mucho a la televisión, exactamente igual que los principales políticos españoles, cuyos líderes han salido, precisamente, de los platós, que en los últimos años han ocupado el espacio público que antes representaba el parlamento, convertido, a su vez, en el Estudio 1 de la política. Nunca el país ha tenido tanto tertuliano profesional metido en política. Pero también nunca antes, el parlamento se había convertido en parte de la industria del entretenimiento bajo la férula de supuestos líderes de opinión a quienes la reflexión y el análisis profundo trae al pairo, y que han convertido la política en un negocio, y, lo que es peor, en un espectáculo para ganar audiencia gracias a una concesión basada en el amiguismo.

Las miserias de la política

Esto explica el demencial rifirrafe que se ha montado a cuenta del debate electoral, que refleja tanto las miserias de la política como de la propia industria de la televisión, tanto pública como privada. Y el hecho de que, inicialmente, el presidente Sánchez pactara un debate a cinco con la misma empresa que le ha publicado su libro, no es sólo un desprecio a los medios públicos (RTVE y las autonómicas), sino al resto de televisiones privadas que tienen el derecho a competir libremente en un mercado concesional que debe procurar la igualdad de oportunidades. De hecho, un escenario neutral al que se pudieran conectar todas las cadenas hubiera sido lo más aconsejable, como se ha hecho en otras ocasiones.

Mas lamentable, si cabe, es el hecho de que ni este Gobierno ni el anterior, ni el anterior ni el anterior, sepan qué hacer con la radiotelevisión pública, convertida en un predio particular desde hace demasiado tiempo por la incapacidad de los partidos de dotarla de instrumentos de financiación que garanticen su independencia del poder político. Hasta convertirla en un juguete roto de políticos oportunistas y lenguaraces incapaces de dejar atrás los viejos pasillos de Prado de Rey en los que históricamente se han amontonado (hoy en Torrespaña) los cesados a la espera de que su partido volviera al Gobierno, y que tanto recuerda a las célebres cesantías que denunciaba Pérez Galdós.

Obviamente, porque tanto el PP como el PSOE esperan su turno para mandar e imponer a los suyos, lo que ha ido jibarizando la radiotelevisión pública hasta convertirla en la sombra de lo que fue. Mientras que, en paralelo, el duopolio controla casi el 90% del negocio de la televisión sin que a nadie le produzca sonrojo, pese a que Sartori ya advertía hace muchos años que la democracia, por su enorme influencia, se juega en la televisión. Estamos ante la “fácil victoria de lo visual sin pensar sobre el pensar sin ver”, como sostenía el sabio italiano en un hábil juego de palabras.

La democracia se pudre a medida que se embrutece el debate público a través de la televisión, el principal instrumento de formación de ideología

Para muchos, esto puede parecer irrelevante. Pero no hay que olvidar que la propia legislación audiovisual se presenta como norma básica no sólo para el sector público, sino también para el privado en busca de un objetivo: “Proteger al ciudadano de posiciones dominantes de opinión o de restricción de acceso a contenidos universales de gran interés o valor”, como dice la ley. Es decir, son los poderes públicos los que deben garantizar, como además obligan además las directivas europeas, la pluralidad en aras del interés general y no de grupos de presión o de los propios partidos.

TV y democracia

No es un asunto cualquiera. La democracia se va pudriendo a medida que se embrutece el debate público a través de la televisión, que hoy por hoy -incluso por encima de las redes sociales- sigue siendo el principal instrumento de formación de ideología. No es que se manipule en el sentido literal del término, algo que es consustancial al trabajo periodístico, aunque se pretenda lo contrario desde la imparcialidad, sino que, como decía Enzensberger tras el mayo del 68, lo relevante es saber en provecho de quién se manipula, al servicio de qué intereses.

Y lo que ha puesto de manifiesto el 'affaire' de los debates es la debilidad de la calidad institucional de un país en el que sus dirigentes presumen de que España goza de una democracia plena, pero que cuenta todavía (40 años después de la Constitución) con una ley electoral obsoleta -ahí está el absurdo día de reflexión o la prohibición de publicar encuestas una semana antes de los comicios- que deja al albur de pactos oscuros e inconfesables con cadenas privadas la formación de la opinión pública. Hasta el punto de que sólo un escándalo formidable ha evitado que se perpetrase el desaguisado.

Sólo un escándalo formidable ha evitado que se perpetrase el desaguisado

Es paradójico, en este sentido, el nulo interés de los partidos en regular los debates en campaña electoral. Probablemente, porque todos y cada uno quieren jugar con ventaja de partida, que es justamente, lo contrario a la igualdad de oportunidades. Y lo más importante, obviando que una de las principales amenazas a la democracia procede, precisamente, de la poderosa influencia de televisiones que anidan el sensacionalismo y no son más que la semilla de toda clase de populismos en un mundo en el que la prensa de calidad (incluida la radio y la televisión) ha perdido ya hace mucho tiempo el monopolio de la información en favor de productos basura con apariencia de periódicos y de redes sociales que, por definición, no tienen nada que ver con el periodismo.

Ya lo decía el pobre Peter Finch en Network: “El televisor es el evangelio, la última revelación. El televisor puede llegar a ser la fortuna o la ruina de presidentes, papas, primeros ministros... Y ¡ay! de nosotros si llega a caer en manos de los malvados. No sé qué hacer con la crisis, ni con la inflación, ni con los rusos, ni con el crimen en las calles, lo único que sé es que tienen ustedes que montar en cólera”. Defender una televisión de calidad es, en definitiva, defender la democracia.

Uno de los textos más brutales del periodismo español lo publicó Alejandro Lerroux en La Rebeldía, en 1906, sólo unos años después de lograr un acta de diputado por Barcelona. El cordobés Lerroux, ya asentado en la ciudad condal para fustigar al catalanismo emergente de la Lliga (lo que a la larga le daría muchos votos en el resto de España), conocía como pocos -anteriormente había trabajado en 'El País' y fundado 'El Progreso'- la importancia de la prensa para manipular a la opinión pública, y no dudó en hacer un ataque furibundo contra el poder establecido de la época -el clero, la burguesía y el Ejército- con un par de folios devastadores que han pasado a la historia de la provocación política.

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