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La incomprensible estrategia electoral de Ángel Gabilondo
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La incomprensible estrategia electoral de Ángel Gabilondo

¿Se pueden ganar unas elecciones sin hablar de impuestos? Este es el reto de Gabilondo, que ha dejado el terreno expedito a Ayuso. Precisamente, cuando más se habla de presión fiscal

Foto: Un cartel electoral gigante del candidato del PSOE. (EFE)
Un cartel electoral gigante del candidato del PSOE. (EFE)
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Sostenía hace unos días un sagaz analista británico que en política había dos tipos de líderes. Por un lado, quienes agarran con fuerza el paraguas para protegerse de la opinión pública; por otro, quienes luchan a brazo partido para cambiar las inclemencias del tiempo. Los primeros encuentran en la política su razón de estar, los segundos, su razón de ser.

No es un juego de palabras. Las sociedades democráticas avanzadas -aunque toda generalización siempre es algo injusta- han profesionalizado la política hasta unos niveles difícilmente imaginables hace pocos años. En ocasiones, incluso, insoportables. Hasta el punto de que una de las causas del crecimiento del populismo ha sido, precisamente, la denuncia de comportamientos sectarios y endogámicos por parte de las élites políticas.

Nadie podía imaginar que a un filósofo, obligado a practicar el arte de la dialéctica, le iba a preocupar más el poder que la política

No es que la política no necesite profesionales. Al contrario. Las sociedades son territorios humanos cada vez más complejos y nunca como hoy se ha necesitado a políticos más cualificados para hacer leyes justas o fabricar buenas políticas económicas. No solo en el plano académico o profesional, sino, sobre todo, en su compromiso personal. No en vano, los intereses económicos creados en torno al sector público -que maneja más de la mitad del PIB en muchas democracias avanzadas- son extraordinarios y solo desde la ética y la coherencia política se pueden frenar las malas tentaciones. El Gobierno de Madrid, merece la pena recordarlo, maneja cada año un presupuesto de más de 20.000 millones de euros.

Ángel Gabilondo, el candidato socialista a la comunidad de Madrid, no es un político profesional, pero se ha mimetizado tanto con la nomenclatura de su partido que ha acabado por resguardarse debajo del paraguas para no perder votos. Nadie podía imaginar que a un filósofo, obligado a practicar el arte de la dialéctica, le iba a preocupar más el poder que la política. Puro conservadurismo intelectual en el marco de una estrategia defensiva incompatible con el cambio. Ganó las últimas elecciones autonómicas con una diferencia de más de 164.000 votos respecto de Ayuso, pero, como le ocurrió a Arrimadas en Cataluña, el desgaste -natural en la acción política- no ha sido el de la presidenta de Madrid, que sería lo razonable, sino del líder de la oposición, lo cual no deja de ser singular en un contexto como el actual.

Clima de consenso

Su estrategia electoral, como se sabe, pasa por aparecer ante la opinión pública como un líder “soso”, que no da titulares, tranquilo y alejado de la polarización política, con un mensaje tolerante y comprensivo. Estos argumentos son, formalmente, impecables. Y, de hecho, ojalá todos los candidatos fueron capaces de crear un clima de consenso y de diálogo como el que propone Gabilondo. El problema es que esa estrategia es inoperante cuando el debate no solo se localiza en el terreno de la educación política, sino en los contenidos programáticos. Gabilondo, al contrario que Illa, que solo tuvo que capitalizar los votos constitucionalistas en Cataluña ante el derrumbe de Ciudadanos, tiene que ofrecer algo más que seny madrileño.

El candidato socialista ha dicho: "Mi idea es que en esta coyuntura excepcional no se toque la fiscalidad en estos dos años. Abrir todo el proceso de la fiscalidad en este momento nos parece que llevaría a la inoperancia de un gran debate". Dicho de otro modo, Gabilondo renuncia a la armonización fiscal en los tributos cedidos.

Se podrá estar a favor o en contra de que haya convergencia tributaria limitando la autonomía de las regiones, y hay razones sólidas tanto a favor como en contra, pero lo que sorprende es la renuncia por parte de un candidato socialista a abrir un debate sobre la fiscalidad de Madrid, que es realmente lo relevante para la ciudadanía.

placeholder Ángel Gabilondo frente a Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
Ángel Gabilondo frente a Isabel Díaz Ayuso. (EFE)

Es evidente que detrás del desistimiento se esconde un ejercicio de mero tacticismo electoral, sin duda legítimo, toda vez que se busca arañar votos en el centro político procedentes de Ciudadanos, un partido con serios problemas de supervivencia. Pero más allá de esta obviedad lo significativo es la propia renuncia. Precisamente, en unos momentos en los que el gran debate de los ‘policy makers’ es cómo revisar el papel del sector público en la economía. En particular, en relación a la eficiencia del sistema impositivo en un contexto en el que las nuevas formas de trabajo, vinculadas a las plataformas tecnológicas y a la globalización, han erosionado las bases fiscales en los países avanzados, cuya particularidad respecto de sus competidores es que tienen que soportar costosos estados de bienestar.

Sin necesidad de ser exhaustivos, en los últimos años el G20, la OCDE o el FMI -poco sospechosos de pertenecer a la III Internacional- han creado multitud de grupos de trabajo para modernizar los sistemas fiscales a la vista de los agujeros abierto en sus economías. En las últimas semanas, incluso, han arreciado las propuestas para encontrar un camino común que algunos han denominado la revolución fiscal del siglo XXI, que va muchos más allá que imponer tipos impositivos a los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon). De lo que se trata es de aprobar una imposición mínima global para evitar la erosión de las bases imponibles haciendo competencia desleal.

Algunos medios ven posible, incluso, que en otoño de este mismo año se pueda llegar a un principio de acuerdo en la OCDE, aunque su implementación pueda durar años. No hay que olvidar que la armonización fiscal en Sociedades lleva atascada en la Unión Europea desde hace décadas (el informe Neumark es de 1962), lo que da idea de su complejidad.

Carrera a la baja

La Administración Biden, como se sabe, está por la labor, tal y como ha anunciado esta misma semana su secretaria del Tesoro, Janet Yellen. “Estamos trabajando con los países del G20 para acordar una tasa mínima de los impuestos que pueden frenar la carrera a la baja ”, declaró sin reservas la antigua presidenta de la Reserva Federal. El FMI, como se sabe, ha propuesto, igualmente, una revisión de los tipos impositivos al alza tras décadas de rebajas, y hasta un territorio de baja tributación para las empresas, como es Países Bajos, a través de su secretario de Finanzas, ha mostrado su interés en buscar “soluciones globales y el desarrollo de reglas efectivas” para modernizar el sistema fiscal internacional.

Gabilondo y su equipo, una subcontrata de la Moncloa, ha decidido, sin embargo, que no es el momento de hablar de impuestos, lo cual es sorprendente si se tiene en cuenta que su principal rival electoral, Díaz Ayuso, defiende las ventajas fiscales de Madrid respecto de otros territorios.

El hecho de renunciar a dar la batalla sobre la política fiscal en Madrid, y, por ende, en el resto de España, no es un asunto menor. No se puede hablar de gasto público, y Gabilondo reclama más inversión en educación, sanidad o dependencia (que suponen más de dos terceras partes del presupuesto) sin una estrategia definida sobre la política de recaudación.

El hecho de renunciar a dar la batalla sobre la política fiscal en Madrid, y, por ende, en el resto de España, no es un asunto menor

Entre otras cosas, como pone de relieve el último informe del FMI, porque un reciente estudio ha acreditado que si un miembro del hogar enferma por COVID-19 o pierde su empleo, la probabilidad de estar a favor de la tributación progresiva aumenta en 15 puntos porcentuales. La conclusión de los economistas de Fondo no deja lugar a dudas; “Satisfacer la creciente demanda de servicios públicos básicos y de políticas más inclusivas es fundamental para que las autoridades económicas fortalezcan la confianza pública y respalden la cohesión social”.

Otro estudio, en este caso, publicado por la Fundación la Caixa, va en la misma dirección. El trabajo, ganador de un premio de investigación social, evidencia que recibir información fiscal cambia la manera de pensar de los encuestados sobre una reforma de los tributos. Como consecuencia de ello, los contribuyentes, cuando tienen criterio, “plantean reformas fiscales más progresivas que el grupo de control, y sus reformas se caracterizan por tasas impositivas marginales más altas en la parte superior de la distribución de la renta”. Es más, según el trabajo de Dirck Foremny, de la Universidad de Barcelona, las personas que conocen la división regional del IRPF consideran las desigualdades como un problema social más grande comparadas con aquellas que no recibieron esta información.

Gabilondo, y aquí está la paradoja, ha decidido, sin embargo, no hablar de impuestos. Pero sí de gastos. ¿Alguien lo entiende?

Sostenía hace unos días un sagaz analista británico que en política había dos tipos de líderes. Por un lado, quienes agarran con fuerza el paraguas para protegerse de la opinión pública; por otro, quienes luchan a brazo partido para cambiar las inclemencias del tiempo. Los primeros encuentran en la política su razón de estar, los segundos, su razón de ser.

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