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La habitación propia de Yolanda Díaz y sus virreyes
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La habitación propia de Yolanda Díaz y sus virreyes

No es una lucha ideológica, es una pelea por el poder. Es legítimo, pero pone de relieve las dificultades de la izquierda a la izquierda del PSOE para construir un espacio político estable. Lo que está en juego es una nueva correlación de fuerzas

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Para identificar la crisis que vive el espacio político situado a la izquierda del PSOE solo hay que echar un vistazo a algunas cifras. Podemos y sus confluencias obtuvieron en las elecciones celebradas el 20 de diciembre de 2015, que a la postre significaron la ruptura del bipartidismo imperfecto que ha dominado la política española desde la recuperación de la democracia, 5.212.711 votos, a los que hay que sumar los 926.783 que logró la llamada Coalición Unidad Popular, que encabezó el ministro Alberto Garzón. En total, 6,14 millones de papeletas en unas elecciones en las que 25.023.181 españoles dieron su voto a alguna de las candidaturas presentadas. Eso quiere decir que uno de cada cuatro votantes depositó su confianza en los que se podría llamar el mundo de Podemos.

En diciembre de 2019, las últimas elecciones celebradas, ya como Unidas Podemos, aunque incluyendo a En Comú, Más País, y Més Compromís, la sopa de letras es inabarcable, logró 3.649.192 votos. Por lo tanto, en apenas cuatro años la izquierda a la izquierda del PSOE se ha dejado casi 2,5 millones de votos. O, lo que es lo mismo, el 41% de los votantes ha abandonado a los herederos intelectuales del 15-M. El porcentaje sería incluso mayor si son ciertas las encuestas que dan a Podemos un nuevo retroceso.

Foto: Ione Belarra, en el Consejo Ciudadano de Podemos de esta mañana. (EFE/Víctor Lerena)

Esta mala evolución electoral explica que Pablo Iglesias, que en realidad es un activista, no un político, eligiera a Yolanda Díaz como nueva referente de Podemos. Lo que buscaba era una candidatura más sexy, en el sentido político del término, como sostiene un dirigente de la coalición, pero sin que la decisión fuera precedida por un debate interno sobre las causas que habían llevado a sufrir tamaña sangría de votos.

Lo que sabemos es que ante la evidencia de que Podemos y su entorno estaban sufriendo un desgaste quizá irreparable, Díaz, en lugar de cavar en la misma trinchera, optó por buscar su propio espacio político, lo que explica el nacimiento de Sumar. La realidad, sin embargo, es que nunca ha tratado de encontrar otro espacio político, sino que lo buscado es idéntico al que un día existió, pero que Podemos perdió por errores propios y ajenos.

Más soluciones, menos sectarismo

Los errores propios son evidentes. Desde el punto de vista orgánico, un partido de corte vertical, con tintes estalinistas, que le ha llevado a cultivar el principio amigo-enemigo, que es una de las características de la política española. Todo aquel que no siga al líder, se considera un traidor. Desde el punto de vista político, el fallo fue no comprender que buena parte de aquellos votos eran prestados y que los electores iban a exigir más soluciones, menos sectarismo y desde luego menos decibelios en torno a cuestiones marginales. En definitiva, una especie de bunkerización de la política interna que explica en buena medida lo sucedido.

También, hay que decirlo, Podemos ha contribuido a avances sociales que de otra manera no se hubieran producido, y desde luego a una cierta normalización de la política española, como es el hecho de que por primera vez desde 1977 haya un Gobierno de coalición. Unidas Podemos ha gobernado, y todavía lo hace, y no se ha roto nada, y desde luego es más socialdemócrata que en 2015.

"La búsqueda de una habitación propia por parte de Yolanda Díaz, utilizando la metáfora de Virginia Woolf, es una necesidad para sobrevivir"

Los errores ajenos no son en realidad errores, sino que forman parte de una operación de desgaste mediático montada por algunos corruptos insertados en los aparatos del Estado, y que hoy, paradójicamente, es a lo que se agarra Iglesias como un clavo ardiendo el victimismo es marca de la casa— para señalar que la caída de Podemos tiene únicamente que ver con los jueces, la policía o los medios de comunicación.

La búsqueda de una habitación propia por parte de Yolanda Díaz, utilizando la vieja metáfora de Virginia Woolf, ha sido, por lo tanto, más que un capricho ideológico o una renovación de ideas, como se prefiera, una necesidad para sobrevivir políticamente. Sin el revulsivo que ha supuesto Sumar —ya se verá su impacto electoral— es probable que Podemos hubiera regresado a abarcar únicamente el viejo espacio electoral del PCE.

Es probable, sin embargo, que la ministra de Trabajo no consiga ensanchar el espacio a la luz del llamado voto útil, que históricamente ha perjudicado a la izquierda del PSOE, pero al menos lo habrá intentado. Lo que busca Yolanda Díaz es, simplemente, volver a 2015, lo cual es extremadamente complejo. Y no solo porque en aquellas elecciones todavía estaban muy presentes los recortes, la corrupción o la histórica tasa de desempleo (un 26%), sino sobre todo porque Unidas Podemos ha sufrido el desgaste que conlleva el ejercicio del poder, sin contar la irrupción de Vox en el parlamento y el desplome de Ciudadanos, lo que crea un nuevo ecosistema político muy distinto al de hace casi ocho años.

Se trata de reagrupar los cadáveres políticos que dejó Iglesias, aunque algunos como Errejón (que conspiró contra él) han sobrevivido bien

Entre otras razones, porque una de las consecuencias del procés ha sido la polarización de la vida política, lo que hace que los partidos bisagra hayan desaparecido, aunque es verdad que en esto España nunca ha sido un referente. Sin contar con que la desintegración de Podemos no es solo orgánica —muchos de sus cuadros estarán hoy en Magariños—, sino, sobre todo, ideológica.

La propia Yolanda Díaz —que ha pecado de indisimulada soberbia respecto del partido que la ha convertido en una líder nacional— ni siquiera ha querido abrir este melón porque es consciente de que hoy el problema es una simple lucha de poder que afecta no a dos o tres formaciones, sino a más de 15 partidos que buscan un lugar al sol y que han encontrado en la vicepresidenta un banderín de enganche.

Cadáveres políticos

De lo que se trata ahora es de reagrupar los cadáveres políticos que dejó Pablo Iglesias, aunque algunos como Errejón (que conspiró contra él mientras era eurodiputado en Estrasburgo) han sobrevivido bien, y el tiempo dirá si Sumar está a la izquierda del PSOE o es, simplemente, la marca blanca del PSOE de Pedro Sánchez.

El hecho de que Yolanda Díaz haya renunciado a dar esa batalla ideológica más allá de lanzar mensajes aniñados más propios de una adolescente es, precisamente, su principal laguna, toda vez que supone rehusar a marcar el perímetro de su habitación propia, y que en los sistemas parlamentarios representativos se sustancian con la creación de un partido político o de algo parecido, con su estructura, sus afiliados y su apariencia formal, que no tiene nada que ver con una agrupación de electores.

"Fuera del poder hace mucho frío. Entonces se verá la consistencia del pegamento que une a Sumar sin la plataforma del consejo de ministros"

Yolanda Díaz, por el momento, se ha limitado a convertir a Sumar en una simple plataforma electoral que recoge los restos del naufragio de Podemos, lo cual es sensato a corto plazo ante el peligro de desintegración de la izquierda a la izquierda del PSOE, pero ese fue, precisamente, el pecado original de Podemos, que creció de la mano de todo tipo de confluencias que acabaron, cuando se hicieron mayores, por huir del hogar materno.

Yolanda y sus virreyes

No está claro que Yolanda Díaz vaya a conseguir huir de ese mismo error a la luz del enorme personalismo que se ha instalado en esa parte de la izquierda española, donde cada líder regional se ha atrincherado detrás de unas siglas, ya sea en Madrid, Cataluña o la Comunidad Valenciana, y cuyos movimientos son puramente tácticos: hoy con Yolanda Díaz y mañana con el que venga, pero sin tener el mínimo interés en crear una estructura orgánica estable, que es lo que permite un debate sosegado en torno a las candidaturas. Brilla, por el contrario, una especie de múltiples virreinatos (Errejón, Colau, Baldoví…) que a la larga son el principal obstáculo para crear un proyecto global y no una simple plataforma electoral, que es lo que hoy es Sumar.

Esta insuficiencia organizativa es lo que explica el guirigay montado en torno a la elaboración de las listas y a la correspondiente discusión sobre si tiene que haber un proceso de primarias abierto o cerrado, y que en realidad esconde una simple lucha por el poder. Lo que está en juego, como ya sucedió en 2015 en tiempos de Cayo Lara, es la correlación de fuerzas en el espectro de la izquierda del PSOE. Así de sencillo.

Es verdad que Yolanda Díaz, que ha calculado de forma meticulosa los tiempos políticos y no tiene ninguna prisa en negociar para no sufrir desgaste alguno, podrá discutir desde una posición de fuerza tras el posible batacazo de las candidaturas de Podemos en las municipales y autonómicas, donde el partido de Belarra, aunque habría que decir de Iglesias, puede ser expulsado de algunos parlamentos regionales, pero en la victoria llevará la derrota si no es capaz de construir su espacio propio, que desde luego va más allá que las próximas elecciones. Entre otras razones, porque fuera del poder —si así sucede— hace mucho frío y entonces se verá la consistencia del pegamento que une a Sumar y a su líder, ya sin la plataforma del consejo de ministros. Construir una habitación sin paredes se antoja complicado.

Para identificar la crisis que vive el espacio político situado a la izquierda del PSOE solo hay que echar un vistazo a algunas cifras. Podemos y sus confluencias obtuvieron en las elecciones celebradas el 20 de diciembre de 2015, que a la postre significaron la ruptura del bipartidismo imperfecto que ha dominado la política española desde la recuperación de la democracia, 5.212.711 votos, a los que hay que sumar los 926.783 que logró la llamada Coalición Unidad Popular, que encabezó el ministro Alberto Garzón. En total, 6,14 millones de papeletas en unas elecciones en las que 25.023.181 españoles dieron su voto a alguna de las candidaturas presentadas. Eso quiere decir que uno de cada cuatro votantes depositó su confianza en los que se podría llamar el mundo de Podemos.

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