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El Pacto de Magariños: todos menos Podemos o todos contra Podemos
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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El Pacto de Magariños: todos menos Podemos o todos contra Podemos

Sumar será una nueva confluencia de confluencias, cosida en esta ocasión por el afán compartido de liberarse del yugo podémico

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Lo que Yolanda Díaz presentará este fin de semana es un calco, traído a nuestro tiempo, de lo que el núcleo dirigente de Podemos articuló en 2015 y 2016, y en los años siguientes Iglesias despiezó. Nada más lejos de su intención que montar un partido político al uso: para eso ya tiene uno, el PCE, al que pertenece desde niña.

Sumar será una confederación inorgánica de siglas, algo así como una CEDA de izquierdas en la que cada uno de sus integrantes conservará su identidad propia, su sigla y su plena autonomía funcional. No habrá nada parecido a órganos de poder a nivel nacional, ni militantes numerados con el carné de Sumar, ni secretarios de Organización, ni estructuras verticales. Los que se unan a esa caravana multicolor se coordinarán en el Congreso en un grupo parlamentario común, aceptarán el liderazgo nacional de Yolanda Díaz y, si fuera posible reproducir una coalición de gobierno con el PSOE, sus diputados se comprometerían a sostenerlo. En sus respectivos ámbitos orgánicos y/o territoriales, cada uno de ellos será soberano y desarrollará su propia estrategia electoral y política de alianzas sin que nadie lo instruya desde Madrid.

Foto: La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, durante un acto en Las Palmas de su proyecto Sumar. (EFE/Ángel Medina G.)

Ese es el compromiso implícito (en algunos casos, explícito) que late en el Pacto de Magariños. Únicamente así será posible ayuntar a Izquierda Unida, Más País, los comunes de Colau, Compromís, el Més balear y la diáspora de disidencias que el verticalismo ultrajerárquico de Iglesias ha ido centrifugando en estos años. Sumar será una nueva confluencia de confluencias, cosida en esta ocasión por el afán compartido de liberarse del yugo podémico.

Ello explica también que Yolanda Díaz (a falta de una base territorial propia, ya que el BNG ha barrido a las Mareas en Galicia) aporte lo que Podemos nunca tuvo: el anclaje sindical. Además del respaldo cerrado de CCOO, que lleva muchos meses actuando como el aparato organizativo del que ella carece, será la primera vez desde 1888 en que la UGT pedirá el voto (elípticamente, por mantener las formas) para un partido distinto del PSOE. Es el fruto político más valioso de su paso por el Ministerio de Trabajo. Ciertamente, estuvo sembrado Sánchez entregando a Podemos el Ministerio de Trabajo y el de Igualdad.

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero. (EFE/Mariscal)

Pablo Iglesias ha percibido adecuadamente la naturaleza de la operación. No es que este domingo se congreguen los grupos de la izquierda no socialista excepto Podemos, sino que se agrupan justamente contra Podemos. El designio compartido es suprimir drásticamente el papel rector del partido podemita en lo que llaman “el espacio” (entendiendo por tal todo lo que se mueve en la izquierda extramuros del partido de Sánchez). Si finalmente el residuo de Podemos (Irene Montero, Belarra, Echenique, Monedero y muy poco más) decide engancharse in extremis a la caravana, será para viajar en la cola y sin acceso a la sala de máquinas. Si no, tras el 28-M se abrirá la ventanilla para recibir a quienes huyan del naufragio podemita y busquen un lugar al sol en el nuevo tinglado.

No es que el domingo se congreguen los grupos de la izquierda no socialista excepto Podemos, sino que se agrupan justamente contra Podemos

Lo que hace Iglesias negándose a pasar por la horca caudina que le han preparado sus antiguos aliados es una maniobra, tan legítima como desesperada, para defender el partido que creó frente a una opa evidentemente hostil. Jamás hay que perder de vista el factor humano: me convencí de que Podemos no se sumará a Sumar el día en que Íñigo Errejón anunció su presencia en la entronización de Yolanda. El mundo se hundirá antes de que Pablo acepte un papel subalterno en un montaje político en el que su más íntimo enemigo aparezca sentado a la vera de la nueva emperatriz, la gran traidora que se dispuso desde el minuto uno a cortar de un tajo el dedo que la ungió (¿cuándo aprenderán los políticos que los hombres de paja son invariablemente parricidas?). Entre otros motivos, porque el modelo de Sumar contiene también el triunfo póstumo del movimentismo multiforme que Errejón defendió en su día frente a la concepción vertical-leninista de Iglesias. Para este, tragarse esa píldora supone, además de una humillación personal, la admisión de un fracaso estratégico.

Foto: Ada Colau, Alberto Garzón y Pablo Iglesias. (EFE/Fernando Villar)

Por otra parte, no se ve qué beneficio puede obtener Iglesias de que Sánchez permanezca cuatro años más en el poder con Yolanda Díaz ejerciendo de reina madre y sus fieles condenadas a habitar en el sótano. ¿Acaso un Frankenstein reformulado por Sánchez y Yolanda respetaría el estatus actual de Irene Montero y Belarra, o mantendría a Echenique cono portavoz parlamentario? ¿Acaso se le permitiría a él mismo jugar un papel relevante en la orientación de ese Gobierno? Y, sobre todo, ¿sus proyectos como promotor mediático de la revolución prosperarían más secundando sumisamente el oficialismo sanchista (papel en que la flota de Prisa es imbatible) o promoviendo la insurrección popular frente al poder de la derecha?

Si Pablo tuviera un interés especial por el Gobierno, no habría dejado la vicepresidencia para inmolarse en Madrid frente a Ayuso. Arruinada la fantasía de ejercer el poder con un mando a distancia, todos los síntomas (en su caso, no hay como leer sus propios textos, siempre transparentes) indican que está entre quienes dan por descontada la victoria electoral de la derecha y, contando con un PSOE previsiblemente desfallecido tras la derrota, se disponen a renacer de sus cenizas desde una resistencia de tierra quemada. A esos efectos, cuanto más fuerte sea Vox, tanto mejor para ellos. Por cierto, no debe descartarse que un análisis similar esté anidando en las cúpulas de ERC y Bildu, los mejores amigos de Iglesias en la política española.

Foto: Yolanda Díaz, Pablo Iglesias, Ada Coalu y Alberto Garzón. (EFE/Fernando Villar)

Si esa fuera efectivamente su perspectiva, le bastaría contar con un grupo minúsculo en el Congreso —pongamos entre cinco y 10 diputados ciegamente leales— para actuar autónomamente como llama de la revolución; en ese escenario, la CEDA izquierdista de Yolanda tendería a dispersarse progresivamente, dada la fragilidad de los materiales sobre los que se ha montado, y el PSOE bastante tendría con intentar recuperar el norte extraviado durante la era sanchista. El Podemos del futuro se sentirá satisfecho, como se cuenta que presumía en tiempos de Torrijos el líder del Partido Comunista panameño, siendo “poquitos, pero bien sectarios”.

Por otra parte, el nuevo trasatlántico de Yolanda, Colau, Garzón, Errejón y compañía presenta unos cuantos agujeros territoriales de mayor cuantía. El más importante de todos, Andalucía, donde la rebeldía de Teresa Rodríguez y las pésimas relaciones entre los demás grupúsculos preludian un carajal de candidaturas izquierdistas parecido al de las autonómicas. Si a ello se añade la anemia que padece el otrora poderoso PSOE de Andalucía frente a la exuberancia de un Moreno Bonilla que se prepara para hacerse en mayo con los principales ayuntamientos y casi todas las diputaciones provinciales, hay motivos para seguir pensando que Andalucía está llamada a ser la tumba del sanchismo. Sarcasmos de la historia.

Lo que Yolanda Díaz presentará este fin de semana es un calco, traído a nuestro tiempo, de lo que el núcleo dirigente de Podemos articuló en 2015 y 2016, y en los años siguientes Iglesias despiezó. Nada más lejos de su intención que montar un partido político al uso: para eso ya tiene uno, el PCE, al que pertenece desde niña.

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