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Madrid, Ayuso y la derecha: uno y trino
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Madrid, Ayuso y la derecha: uno y trino

¿Por qué en Madrid siempre gana la derecha? Hay causas coyunturales, pero sobre estructurales vinculadas al modelo productivo. La tercerización de la economía favorece a las grandes urbes. La izquierda no ha sabido entenderlo

Foto: Isabel Díaz Ayuso, con el retrato de Esperanza Aguirre de fondo. (EFE/Miguel Osés)
Isabel Díaz Ayuso, con el retrato de Esperanza Aguirre de fondo. (EFE/Miguel Osés)
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La primera vez que ganó el Partido Popular las elecciones a la Asamblea de Madrid fue hace 32 años. En 1991, concretamente, Alberto Ruiz-Gallardón le sacó 136.355 votos a Joaquín Leguina. Pese a su victoria, sin embargo, no pudo gobernar tras el pacto del PSOE con Izquierda Unida. Pero ya en las siguientes elecciones, en 1995, el PP —también con Ruiz-Gallardón— obtuvo una mayoría inapelable que hoy se antoja imposible, un 50,98% de los votos, porcentaje que revalidó cuatro años después en las siguientes elecciones (51,07% del escrutinio).

Cuatro años más tarde, en 2003, se repitió el triunfo del PP con menos holgura, pero aun así, y pese al desgaste sufrido por acontecimientos de política nacional que movieron el voto como la guerra de Irak o el Prestige, logró el 46,67%, a un solo escaño de la mayoría absoluta. La izquierda, sin embargo, no pudo gobernar tras el tamayazo, lo que le permitió al PP retener el poder en las elecciones de octubre de ese mismo año. En la segunda vuelta, Esperanza Aguirre obtuvo un 48,48% de los votos y una mayoría absoluta que revalidó cuatro años más tarde con un impresionante 53,29% de los sufragios.

Habría que esperar a 2015 para observar la caída del PP fruto de la irrupción de los nuevos partidos, en este caso Ciudadanos y Podemos

Las elecciones de 2011 fueron más de lo mismo y Esperanza Aguirre logró el 51,73% de los votos, casi el doble que el PSOE, pese a que una nueva fuerza política, UPyD, se había colado en el arco parlamentario. En definitiva, uno de cada dos votantes apoyaron al PP madrileño durante dos décadas. En concreto, un extraordinario promedio del 50,4%.

Habría que esperar a 2015 para observar la caída del PP fruto de la irrupción de los nuevos partidos, en este caso Ciudadanos y Podemos, que hundió a los conservadores hasta el 33,08% de los votos. Manteniendo, eso sí, la primera posición, lo que le permitió seguir gobernando con Cristina Cifuentes como candidata.

En 2019, el PP, ya con Isabel Díaz Ayuso como cabeza de cartel, tocó suelo y apenas logró el 22,23% de los votos, lo que le convirtió en la segunda fuerza política tras el PSOE. Su alianza con Ciudadanos le permitió, sin embargo, retener el poder con todo lo que eso conlleva.

Medio millón de votos

Con tan pobres resultados, el PP, que históricamente ha gobernado en Madrid, solo podía crecer, y eso es lo que sucedió en 2021, cuando la actual presidenta adelantó los comicios a rebufo de la pandemia y de algunos movimientos electorales en Murcia y Castilla y León, lo que le permitió, a costa de Ciudadanos (que perdió más de medio millón de votos) volver a niveles de apoyo electoral digamos normales en términos históricos.

Díaz Ayuso, de hecho, en su segunda comparecencia a unas elecciones, dobló el porcentaje de votos de la primera, hasta el 44,76%, lo que sin duda es un mérito político. Aun así, ese porcentaje todavía se sitúa lejos de los respaldos que llegaron a obtener Ruiz-Gallardón y Aguirre, que en su día competían por ver quién ganaba por mayor goleada al PSOE. En ambos casos con el apoyo de más del 50% de los electores madrileños.

A la vista de estos datos, no hay ninguna duda de que la Comunidad de Madrid es de derechas. O de centroderecha o conservadora, como se prefiera, lo cual tiene que ver con el propio crecimiento de la ciudad de Madrid, que hace ya muchos años dejó de ser un poblachón manchego, como decían los clásicos, para mofarse de una ciudad lúgubre fea y sucia, para convertirse en una urbe cosmopolita, en línea con lo que representa París o Londres, aunque con sus propias características. En los sistemas políticos altamente descentralizados, como el español, el legislador pone el énfasis en el equilibrio territorial, pero la realidad es que no se ha logrado ese objetivo.

El PP ha sabido leer mejor que la izquierda los cambios de las últimas décadas, que han generado nuevos modelos de comportamiento

Las causas de esta transformación tienen que ver, lógicamente, al margen de decisiones políticas para hacer más atractiva la región, y aquí cada uno puede pensar lo que quiera, con los cambios estructurales que eso han producido en el sistema productivo.

La tercerización de la actividad, es decir, una economía basada en los servicios, se ha hecho a costa de la agricultura, cuyo peso en el PIB se ha desplomado hasta niveles residuales —apenas un 2,5%—, y la industria, que hoy solo representa alrededor del 16% de la economía, lo cual, obviamente, ha castigado más a regiones como Cataluña y el País Vasco, históricamente con mayor peso de las fábricas. Cantabria y, sobre todo, Asturias, con la desaparición de la minería de carbón, son otros ejemplos del cambio que se ha producido en el sistema productivo. Un dato lo dice casi todo, el peso de los servicios profesionales y ligados a la industria en Madrid (no la producción, sino la comercialización) representa el 40,6% de la región, 12 puntos más que en la media nacional, a lo que hay que sumar el 15% que supone la Administración Pública y de Defensa, en coherencia con la capitalidad.

Cerca del poder

Se puede decir, por lo tanto, que a Madrid, como a otras grandes capitales —debido a eso que se han llamado economías de aglomeración— le han venido bien los cambios estructurales que se han producido en las últimas décadas en el planeta a la luz de la globalización y de los avances tecnológicos. Sin contar con el hecho de que una economía cada vez más financiera permite deslocalizar rápidamente, lo que favorece que las multinacionales puedan situar sus inversiones en las capitales de los estados, donde el ecosistema es más favorable para sus intereses. Entre otras razones, además de por estar más cerca del poder político, que es quien maneja el BOE, porque gracias a su poder de mercado pueden encontrar mayores facilidades que solo las grandes urbes —desde luego no las pequeñas— pueden ofrecer, lo que explica el auge de Londres, Berlín o París y, en general, de las grandes ciudades.

Ninguna ciudad mediana, y menos una pequeña, puede competir con Madrid, que además se beneficia de la capitalidad, a la hora de conceder ayudas para la ubicación de una sede social. También los empleos más cualificados buscan ciudades con mayor equipamiento de servicios o la propia ubicación territorial de Madrid, situada estratégicamente en el centro de España, es una ventaja comparativa. El resultado es que el 16,5% de la población de Madrid nació fuera de España, con un perfil más favorable en el caso de los ocupados más cualificados, que generan mayor valor añadido que las actividades primarias.

Es evidente, a la vista de los resultados electorales, que el Partido Popular ha sabido leer mejor que la izquierda los cambios económicos y sociales registrados en las últimas décadas, y que necesariamente ha generado nuevos modelos de comportamiento sociales, económicos y culturales.

Hegemonía individualista

Como ha explicado en este periódico el arquitecto y urbanista Fernando Caballero, la derecha ha utilizado una hegemonía de pensamiento individualista a través de cuatro herramientas. Dos de ellas bien conocidas, la sanidad privada y la educación concertada, que conectan con el sueño burgués de situarse extramuros de los poderes públicos, y que en última instancia es lo que explica, tras el consiguiente proceso de acumulación, el triunfo de la revolución liberal. Las otras dos causas se mantienen en un segundo plano, pero son igualmente relevantes, el urbanismo y la política de vivienda, que no son neutrales ideológicamente, sino que configuran barrios donde se refuerza el sentido de la propiedad, a través de un adosado (sinónimo de libertad) o de un reforzamiento de la clase social.

El triunfo de Ayuso, si se produce, significa una vuelta a la normalidad que poco tiene que ver con la figura o la proyección mediática del candidato

Lo que está fuera de toda duda, en todo caso, y ahí están los datos, es que el PP siempre gana en Madrid, o casi siempre, lo que explica que cuando se acabe la próxima legislatura, si aciertan las encuestas, llevará gobernando nada menos que 32 años consecutivos, lo que da idea de su arraigo. En ocasiones, incluso, ha llegado a ganar en todos los distritos de Madrid, lo que niega esa visión absurda de que el PP es un partido de cayetanos del barrio de Salamanca. Lo peor que le puede pasar a un político es no entender la naturaleza de su electorado, y ese es, probablemente, el mayor error de la izquierda, que solo pudo reconquistar la alcaldía tras el hundimiento del PP por la corrupción o los recortes, pero ha sido solo un paréntesis (a la espera de lo que suceda el 28-M).

El triunfo de Ayuso por mayoría absoluta, si se produce, significa, por lo tanto, una vuelta a la normalidad (porcentaje de voto en torno al 50%) que poco tiene que ver con la figura o, incluso, la proyección mediática de quién es el candidato. De hecho, Ruiz-Gallardón y la propia Ayuso son políticamente la antítesis y el primero también ganaba por goleada. Aguirre, igualmente, era la cara opuesta del exministro de Justicia y no solo no perdió votos, sino que los ganó pese a que el primero era intervencionista y la segunda muy liberal.

¿Qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que existen causas estructurales relacionadas con el ecosistema productivo que explican el fenómeno madrileño y que la izquierda no es capaz de ver. Ganará Ayuso y la sustituirá otra Ayuso.

La primera vez que ganó el Partido Popular las elecciones a la Asamblea de Madrid fue hace 32 años. En 1991, concretamente, Alberto Ruiz-Gallardón le sacó 136.355 votos a Joaquín Leguina. Pese a su victoria, sin embargo, no pudo gobernar tras el pacto del PSOE con Izquierda Unida. Pero ya en las siguientes elecciones, en 1995, el PP —también con Ruiz-Gallardón— obtuvo una mayoría inapelable que hoy se antoja imposible, un 50,98% de los votos, porcentaje que revalidó cuatro años después en las siguientes elecciones (51,07% del escrutinio).

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