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Mientras Tanto
Por
Europa tiene el enemigo dentro y no quiere enterarse
Nada indica que Europa, condicionada por su dependencia de la defensa y la seguridad de EEUU, y además emparedada por dos bloques que aspiran a ser hegemónicos, haya pasado a la acción. Por el contrario, avanza la sinrazón
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Es probable que la mejor manera de comprender 'lo que nos pasa', que decía Ortega, sea disponer de una mirada internacional para así evitar caer en lo que muchos han denominado esencialismo español. Es decir, una interpretación de la realidad construida a partir de unos supuestos valores inmutables que dan forma a nuestra civilización.
El esencialismo explica, por ejemplo, la resistencia de los Estados-nación a diluirse —no necesariamente a desaparecer— en un mundo globalizado en el que personas, capitales, servicios profesionales y bienes circulan con libertad.
Cada año, por ejemplo, más de 1.000 millones de personas circulan por el mundo como turistas, mientras que los intercambios comerciales son hoy el verdadero motor que empuja el crecimiento económico del planeta gracias a la existencia de cadenas globales de valor que cuando se interrumpen paralizan el sistema productivo.
Lo que ocurrió tras la pandemia es un buen ejemplo de su importancia, y hay razones para pensar que dar marcha atrás tendría hoy un coste elevadísimo. Las economías domésticas, de hecho, han sido fulminadas por la integración económica. En buena medida, alimentada por los avances tecnológicos, que han abatido fronteras y espacios físicos que antes se consideraban inexpugnables. El desarrollo de la inteligencia artificial, con su enorme capacidad disruptiva, es el último exponente de una inmensa transformación. Es verdad que con un indudable coste para los perdedores de la globalización, que en realidad, y a la vista de lo que ha sucedido en las tres últimas décadas, acabó siendo un enorme proceso de deslocalización industrial para abaratar costes que ahora, tras el desastre, quieren revertir los mismos que la impulsaron de forma tan descontrolada.
Lo paradójico es que los mismos que impulsaron la globalización sean hoy quienes abanderan la causa del nacionalismo económico
La fuerza del Estado-nación, sin embargo, no solo no ha sucumbido a esta nueva realidad, sino que, por el contrario, lo que ha emergido es el viejo nacionalismo que Europa conoce bien, aunque sea de nuevo cuño, y que vuelve a situar al Estado-nación como centro de la acción política. El America First de Donald Trump, es sabido, ha recuperado la vieja tradición aislacionista del país anterior a la I Guerra Mundial, cuando esa misma frase se hizo popular entre los candidatos con el objetivo de que EEUU no interviniera en Europa.
Un siglo después, lo paradójico es que los mismos que impulsaron la globalización, en particular en tiempos de la revolución conservadora de los años 80, con el impulso de las liberalizaciones y las desregulaciones, sean hoy quienes abanderan la causa nacionalista.
Un escenario desigual
Hay, sin embargo, una diferencia con Europa, y no es pequeña. Mientras que EEUU, por su potencia y dimensión, está en condiciones de entrar en una nueva era si finalmente se consolida el proyecto aislacionista de Trump mediante la imposición de aranceles y así hacer crecer la demanda interna, Europa no lo está. Básicamente, porque el nacionalismo supone una fragmentación del mercado único que debilita el efecto que podría tener sobre la demanda agregada una mayor integración, como la que pretende Trump para su país.
O expresado de otra forma. Los malos imitadores del próximo presidente de EEUU, con su nacionalismo de nuevo cuño, lo que hacen en realidad es erosionar la capacidad de Europa para tener un espacio propio, que es el que busca la nueva Administración estadounidense. Su aprendizaje no ha caído del cielo. Steve Bannon y otros actores del universo Trump hicieron de avanzadilla y con la paciencia de un cirujano han creado una red de aliados en Europa a quienes les une la recuperación de las viejas ideas nacionales.
Cuando Musk entra en campaña en Alemania apoyando a la extrema derecha no lo hace porque le preocupe quién sustituirá a Scholz
Así, por ejemplo, cuando Elon Musk entra en la campaña electoral de Alemania respaldando al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) no lo hace porque esté preocupado por quién será el sucesor de Scholz, sino porque sabe que la fragmentación de Europa en nuevos nacionalismos —el partido de Orbán se llama en el parlamento europeo, no por casualidad, los patriotas, como si los demás no lo fueran— favorece a EEUU. "Solo la AfD puede salvar a Alemania", afirmó Musk, mientras que Alice Weidel, la líder del partido, dijo: "¡Sí! Tienes toda la razón".
Los nuevos conglomerados tecnoindustriales
No es solo eso lo que le preocupa al hombre más rico del mundo. Los nuevos oligarcas de Silicon Valley —Musk es la cabeza visible— saben que necesitan al Estado (aunque no crean en él) para incorporarlo a sus enormes conglomerados tecnoindustriales, aunque esta vez como un agente más, sin el poder que históricamente ha tenido como representante del poder popular, y por eso su participación en los procesos políticos es cada vez más activo. A alguien que cree poco o nada en el Estado, como el propio Musk, se le ha encargado una reforma del aparato administrativo, mientras que un negacionista de las vacunas será el responsable de la salud pública. El intento de Musk de bloquear el funcionamiento de una parte del Gobierno de EEUU, salvado en el último minuto, es un buen ejemplo de este acoso y derribo del Estado como agente transformador.
Peter Thiel, el fundador de Palantir Technologies, la empresa de seguridad y espionaje electrónico más importante del mundo, por ejemplo, ya ha firmado importantes contratos con el Pentágono para utilizar la inteligencia artificial generativa en el desarrollo de una nueva generación de armamento en EEUU. Sus amigos en Europa son Meloni, Nigel Farage o el propio Orbán. En definitiva, a los muy ricos les vuelve a preocupar la política, pero para instrumentalizar al Estado en defensa de sus intereses. Paradójicamente, al igual que sucedió en la URSS tras su colapso, cuando los oligarcas se hicieron dueños del Estado en tiempos de Boris Yeltsin.
Dos décadas después de la gran ampliación, el nacionalismo económico (con su falso europeísmo) está más fuerte que nunca
El propio Trump, de hecho, ya ha advertido en su red social que Europa debe seguir comprando petróleo y gas a EEUU "a gran escala" o, de lo contrario, será víctima de los elevados aranceles que ha prometido imponer. Por decirlo de alguna manera, el comercio es la fuerza de choque para impulsar cambios profundos. De lo que se trata, por ejemplo, es de sabotear los avances que ha hecho Europa en energías renovables impulsadas por los estados, lo que le permite al viejo continente avanzar en una autonomía estratégica que Washington (tras haber obtenido enormes beneficios con la guerra en Ucrania) mira necesariamente con recelo por lo que incorpora de iniciativa emancipadora.
El enemigo dentro
Europa, en definitiva, tiene el enemigo dentro —los aliados de Trump y los que quieren serlo— y son los nuevos nacionalismos, con su irracionalidad, ya que las emociones sustituyen a los argumentos, quienes hacen inviable la mayor integración económica. No es poca cosa en un tiempo en el que se ha producido una reconfiguración del tablero mundial tras la invasión de Ucrania y el progresivo agotamiento del modelo de globalización que se impuso tras la caída del Muro de Berlín.
Dos décadas después de la gran ampliación hacia el Este, lo cierto es que el nacionalismo económico (con su falso europeísmo) está más fuerte que nunca, lo que explica el atraso de Europa en cuestiones como la integración en el mercado de capitales, el aprovechamiento de las economías de escala en materia de inversión pública y privada o, incluso, la existencia de una miríada de normas regulatorias que desincentivan el crecimiento y, por ende, impiden el aumento del poder adquisitivo de los europeos.
Nada indica que Europa, condicionada por su dependencia de la defensa y la seguridad de EEUU, y además emparedada por dos bloques que aspiran a ser hegemónicos, haya pasado a la acción. Por el contrario, el avance de la sinrazón alimenta su propia autodestrucción mediante una alianza sin sentido con quienes quieren devorarla. Es una correlación de fuerzas tan desequilibrada que ya se sabe quién será el ganador en los próximos años. Solo cabe, al contrario que en la canción de ABBA, esperar que el ganador no se lo lleve todo.
Es probable que la mejor manera de comprender 'lo que nos pasa', que decía Ortega, sea disponer de una mirada internacional para así evitar caer en lo que muchos han denominado esencialismo español. Es decir, una interpretación de la realidad construida a partir de unos supuestos valores inmutables que dan forma a nuestra civilización.