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El conejo y la serpiente: ¿qué hacer ante las amenazas de Trump?
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El conejo y la serpiente: ¿qué hacer ante las amenazas de Trump?

El momento Trump ha llegado. ¿Qué hacer?, se preguntan hoy los líderes europeos. La mejor respuesta la ha dado el alemán Merz: no podemos sentarnos como si fuéramos un conejo esperando a que llegue la serpiente

Foto: Donald Trump, en el Despacho Oval. (Reuters)
Donald Trump, en el Despacho Oval. (Reuters)
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Lo que parecía un temporal de viento y frío ha acabado por serlo. Sobre el horizonte se divisa una galerna que amenaza con dejar tiritando a medio mundo. De hecho, ya hay pocas dudas de que el regreso de Trump a la Casa Blanca ha puesto en vilo a las democracias. Detrás de su reelección no hay un simple relevo en la Administración de EEUU, hay mucho más.

Fundamentalmente, un acoso a la convivencia en la medida que busca alimentar viejos rencores contra los avances sociales y políticos mediante un discurso profundamente reaccionario con las minorías y contra quienes no piensan como él. Y que pretende, sobre todo, crear un clima de amedrentamiento en las relaciones internacionales, cuya base de partida es el respeto mutuo y el multilateralismo. No puede ser ocioso recordar que la Carta de Naciones Unidas, firmada precisamente en San Francisco en 1945, recoge los principios que deben regir en las relaciones internacionales: la igualdad soberana de los Estados, la tolerancia y el respeto a las naciones y hasta la prohibición del uso de la fuerza, incluyendo abstenerse de las amenazas para lograr fines políticos.

Se lo permite, obviamente, la apabullante superioridad de EEUU en el mundo por razones económicas, tecnológicas y, por supuesto, militares. El Pentágono dispone de un formidable despliegue en el planeta que se resume en la existencia de cerca de un millar de bases militares con un gasto anual que ronda los 100.000 millones de dólares. Ningún ejército ha tenido jamás esa posición de dominio sobre el planeta.

Ni que decir tiene que el desafío es formidable y hoy muchos gobiernos buscan la mejor respuesta posible a la ofensiva de Washington, que se manifiesta en el ámbito económico (aranceles), territoriales (Groenlandia, Panamá…) o regulatorios (sanciones a los países que impongan límites a la posición de dominio de las plataformas tecnológicas estadounidense).

El Pentágono dispone de cerca de un millar de bases militares con un gasto anual que ronda los 100.000 millones de dólares

Canadá, México y, por supuesto, la Unión Europea están en el punto de mira. Otros muchos países tendrán parecidos problemas, y aunque en las amenazas hay copiosas dosis de retórica, lo cierto es que un aumento de las tensiones con China y Rusia amenaza con desestabilizar el planeta. Entre otras razones, por sus efectos sobre las cadenas globales de suministro, que son hoy las arterias por las que circula la economía globalizada. Incluso la rebaja gradual de los tipos de interés se ha frenado ante un repunte de la inflación, lo que refleja que la llegada de Trump afecta a todos los rincones.

La ley del más fuerte

La respuesta de los gobiernos ha sido por el momento cauta a la espera que la Administración Trump concrete sus amenazas. Obviamente, por la existencia de un fuerte desequilibrio bilateral. O expresado de otra forma, la correlación de fuerzas no favorece precisamente a sus aliados y adversarios. Muy al contrario, lo que se observa en el horizonte es un desacoplamiento gradual en el sistema normativo internacional. Un mundo, por decirlo de alguna manera, basado en la ley del más fuerte y no en reglas justas.

Ningún gobernante —ahí está el fugaz episodio sucedido con Colombia— está en condiciones de hacer frente a Trump, y aunque algunos ya han advertido que habrá represalias si Washington cumple sus amenazas para salvar la cara ante sus respectivas opiniones públicas, lo cierto es que el desequilibrio, y por ende la escasa capacidad de respuesta de los países afectados, es tan fuerte que no cabe esperar una respuesta fulminante. En el caso de Europa, por sus necesidades en materias estratégicas como la energía —las empresas y familias necesitan el gas procedente de EEUU tras el cierre de los gasoductos rusos— y, por supuesto, la seguridad y defensa, algo que revela que su capacidad de reacción a lo que venga de Washington será, con toda probabilidad, algo más que escueta.

Tras la previsible derrota Scholz en Alemania, es posible que Sánchez quiera erigirse como el último muro de contención a Trump

No cabe lo contrario porque Europa, y en particular Alemania, desatendió durante décadas su autonomía estratégica, y ahora, cuando quiere recuperarla, ya es demasiado tarde. Alemania ya no es lo que era por sus dificultades para adaptarse a una economía de servicios y no netamente industrial. Francia, por su parte, vive su propia encrucijada con la obsolescencia de la V República e Italia es hoy, en la era Meloni, el enemigo en casa con su respaldo a Trump, como Orbán y otros líderes populistas. España es irrelevante y los países que hacen frontera o están próximos a Rusia, en particular Polonia, saben mejor que nadie que su seguridad depende de la OTAN, lo que impide en la práctica una respuesta común a lo que venga de Washington, algo que en parte explica el pesimismo instalado en buena parte de la opinión pública europea, alimentado a su vez por la ausencia de liderazgos. Europa, en los buenos tiempos, pudo haber frenado la expansión hacia el este de la OTAN, no lo hizo y ahora paga las consecuencias. Su destino está en manos de EEUU.

Acercamiento a China

No cabe esperar, por lo tanto, una respuesta firme a corto plazo y medio plazo. Entre otras razones, porque acercarse más a China para compensar los efectos negativos de la política arancelaria de Trump generaría no solo tensiones con Washington, sino que muy probablemente podría ensanchar aún más el formidable déficit comercial que Europa tiene con el gigante asiático, alrededor de 300.000 millones de euros. Y no hace falta recordar que la figura de Trump y el nacionalpopulismo que representa ha emergido, precisamente, sobre el imponente déficit comercial de EEUU con China, a quien se le ha acusado de estar detrás del cierre de fábricas. China, de hecho, como la propia UE reconoce, es un socio preferente, pero también un competidor y un rival sistémico, como la OTAN se encargó de recordar en la cumbre de Madrid.

El peor enemigo de Europa no es sólo Trump, que también, sino la propia Europa con sus limitaciones para entender el cambio de época

Así las cosas, cabe esperar que ante la ausencia de una respuesta común de la UE cada Gobierno intente hacer la guerra por su cuenta. En algunos casos, mediante una especie de política de apaciguamiento en aras de lograr ser indultados por la nueva política comercial de la Administración Trump, mientras que otros gobiernos querrán hacer de la necesidad virtud y buscarán ocupar un espacio político propio con la esperanza de obtener resultados electorales. Tras la previsible derrota Scholz en Alemania, es posible que Sánchez quiera erigirse como el último muro de contención a Trump, pero sería un error. Puede valer para ganar votos en la política interna, pero sería dañino para la economía nacional.

Ambas estrategias no carecen de riesgo, pero, sobre todo, la segunda. Confrontar directamente con un Trump envalentonado sería un suicidio político. En el caso de España, por su propia debilidad como nación frente al poder de EEUU; pero también por razones geopolíticas. El flanco sur de la OTAN es nuestra mayor vulnerabilidad desde el punto de vista de la seguridad y la defensa, y parece evidente que Marruecos es un aliado estratégico de Trump, con todo lo que eso conlleva en términos de inmigración y presión sobre Ceuta y Melilla.

Tampoco está exenta de riesgos la política de apaciguamiento en la medida que aceptar sin rechistar lo que quiere Trump sería lo mismo que condenar a Europa a la sumisión, ya sea bajo la bota de la posición dominante de las plataformas tecnológicas que aspiran a controlar todos los resortes del poder o, incluso, a la política de Washington, cuyo emblema es el célebre America first.

Los mejores cerebros

Ninguna solución es fácil, pero hay algunos caminos por los que transitar —una posición inteligente y no emocional— ya apuntados en los informes de Draghi y Letta. En particular, hacer posible la repatriación de los cientos de miles de millones de euros de ahorro europeo que hoy buscan rentabilidad en EEUU porque existe un mercado de capitales integrado del que carece Europa. La paradoja es que Europa, que necesita invertir enormes cantidades de dinero en investigación e innovación o en lucha contra el cambio climático, exporta no solo sus ahorros, sino también a sus mejores cerebros para trabajar a las órdenes de los nuevos oligarcas de Silicon Valley.

Y es que, a veces, el peor enemigo de Europa no es solo Trump, que también, sino la propia Europa con sus limitaciones para entender el cambio de época. Si se quiere es anecdótico, pero haber aprobado unas reglas fiscales —ya obsoletas a los pocos meses de nacer— que limitan el gasto en inversión productiva cuando EEUU y China están invirtiendo ingentes cantidades de dinero en las tecnologías del futuro solo es un ejemplo de la incapacidad de Europa para hacer frente al temporal que viene del oeste cargado de furia. La política de los campeones nacionales es ya un error. Solo la integración puede sacar a Europa del atolladero.

La debilidad política de Von der Leyen y hasta su escaso coraje es, sin duda, un obstáculo. Alemania, en materia de política internacional, casi siempre ha estado en el lado equivocado de la historia, y es probable que con la llegada de Merz a la cancillería se repita el pasado si continúa con sus flirteos con la extrema derecha respaldada por Musk. Lo dijo el propio Merz hace pocos días en una metáfora imbatible: lo que no podemos es sentarnos como si fuéramos un conejo esperando a que llegue la serpiente al almuerzo.

Lo que parecía un temporal de viento y frío ha acabado por serlo. Sobre el horizonte se divisa una galerna que amenaza con dejar tiritando a medio mundo. De hecho, ya hay pocas dudas de que el regreso de Trump a la Casa Blanca ha puesto en vilo a las democracias. Detrás de su reelección no hay un simple relevo en la Administración de EEUU, hay mucho más.

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