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Los felices años 20 ya han llegado, pero no te has enterado
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Héctor G. Barnés

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Los felices años 20 ya han llegado, pero no te has enterado

En 2021 hemos convenido en que había que esperar un año más para ser felices, pero hay quienes han preferido tomarse la justicia por su mano. La felicidad no es un macroindicador

Foto: Una discoteca inglesa, el pasado mes de julio. (Reuters/Natalie Thomas)
Una discoteca inglesa, el pasado mes de julio. (Reuters/Natalie Thomas)

Hace exactamente un año que comenzó la otra gran pandemia, la de los artículos sobre el retorno a los felices años 20. Según mis cálculos, se escribieron 70.002 textos sobre el tema, uno por cada licenciado en periodismo en España (70.000), menos yo, que escribí dos (y no soy licenciado). Uno negando la mayor y recordando que los años 20 quizá no fueron tan felices, y otro sugiriendo que a lo mejor a lo que volvíamos era a los 90. Lo bueno que tiene hacer de pitoniso es que uno puede escribir una cosa y la contraria y no acertar en ninguno de los dos casos.

Si escribimos tantos artículos sobre los felices años 20 es porque, como la tortilla de tu abuela, siempre funcionaban aunque dijesen siempre lo mismo, que era básicamente lo que todo el mundo quería escuchar y, más importante aún, lo opuesto a lo que llevábamos meses escuchando. Era todo lo que no teníamos, y probablemente sigamos sin tener: una buena narración, foxtrot y alcohol de contrabando, un futuro que se parece al pasado pero que, a diferencia de la mayoría de pasados, no era rancio. Para que irse a la España rural de luto y nostalgia si uno puede irse a las Ziegfeld Follies neoyorquinas.

Las épocas son felices por narrativa o por comparación, no porque no pase nada malo

La primera hipótesis es que hemos tenido que retrasar la entrada en los felices años 20 un año más, ante la "pesadilla de contagios", como lo llamaban ayer en la tele. Es la hipótesis de los grandes números: cómo va a ser nadie feliz en mitad de una pandemia. Ya nos tocará. Venga, un empujón más, que ya lo tenemos. Hay que equilibrar salud y economía. Etc. Es la que contamos los medios de comunicación, la que yo mismo he reflejado una y otra vez en esta columna. Sin embargo, tengo para 2022 una hipótesis alternativa más feliz: que a lo mejor ya llegaron los felices 20 y no nos dimos cuenta.

Lo que necesitamos para recordar una época como feliz es no darnos cuenta de que lo fue hasta mucho más tarde. Esto puede ocurrir por narrativa o por comparación. Los años felices lo son porque alguien se preocupó de que lo fuesen, o al menos, porque se narraron 'a posteriori' como tales aunque solo fuesen un telón de fondo para desgracias como las de Francis Scott Fitzgerald. Los años felices también lo son por comparación. Quizá no hablaríamos de los felices años 20 sin el crack del 29 y el fascismo de los 30 y la guerra de los 40. Si el meteorito se estrella mañana, 2020 nos parecerá maravilloso. Los años felices no lo son porque no pase nada malo, sino lo son a pesar de las cosas malas que ocurren.

Solo es feliz quien no lo sabe

Mientras me ocultaba en una terraza de ese buscaminas en que se ha convertido el covid en Madrid, mis acompañantes y yo (y el resto del bar) reparamos en que el baño de mujeres llevaba un buen rato inutilizado por un par de chicas, que junto a sus amigas trasegaban cervezas como solo universitarias veinteañeras lo saben hacer, antes de volver azoradas. Me ahorraré más detalles. Sé que suena a la más cutre de las fantasías sexuales masculinas, pero es verdad: por eso son tan sosos mis artículos, porque no me invento nada. Generalmente.

placeholder Un hombre camina por la calle de la Bola en Ronda (Málaga) (Foto: Reuters/Jon Nazca)
Un hombre camina por la calle de la Bola en Ronda (Málaga) (Foto: Reuters/Jon Nazca)

Me di cuenta de que quizá esas chicas ya estaban viviendo en sus felices años 20, no porque el PIB y la curva de contagios se lo dijese, sino porque tenían al menos dos factores a su favor: ser jóvenes y parecer enamoradas, que es como vivir en los locos años 20 aunque te haya tocado la pandemia más gris. Y como toda la gente estruendosamente feliz, eran un poco molestas. Y como todo el mundo que hace por primera vez algo que tú hiciste hace décadas, daban un poco de envidia. Porque si a un pacto hemos llegado en pandemia es que no se puede ser todavía feliz, ni mucho menos besuquearse con nadie desconocido. O conocido no-conviviente.

Calculé que esas dos chicas que ahora decían que estaban haciendo sus exámenes de segundo de carrera debían estar terminando el instituto cuando todo esto empezó, que en este abrir y cerrar de ojos han pasado de adolescentes a adultas. Y han tomado la decisión, al contrario que el resto de la humanidad, que a lo mejor se puede ser feliz antes de que se acabe la pandemia. Que ser feliz no es ni inmoral ni irresponsable.

A lo mejor ser feliz también es tener miedo, pero tener con quién compartirlo

Mientras lo barruntaba, me fijé en que cruzaba por delante de la terraza una pareja de ancianos, no menos de 70 años (tampoco menos de 80), mascarillas FFP2 y bufandas cubriéndoles las caras, sombreros en la cabeza, la armadura completa de protección. Ella empujaba la silla de ruedas, él miraba al frente. Los que hemos empujado sillas de ruedas sabemos que es difícil entablar conversación, que la discapacidad obliga al silencio. Parecían la encarnación del miedo. Dos mundos en unos metros cuadrados, dos realidades que no solo no se tocan, sino que se miran con recelo.

Quizá la idea cerebro galáctico, la hipótesis realmente rompedora, es pensar que esos dos viejillos también están viviendo sus felices años 20. A lo mejor, más que miedo, lo que tienen es el uno al otro, y lo prefieren a andar metiéndose en baños de bares a saber para qué. A lo mejor confundimos la felicidad con juventud, locura y sexo, y a lo mejor ser feliz es también tener un poco de miedo, un poco de tristeza, pero tener con quién compartirlo.

Foto: Foto: EFE/Biel Aliño. Opinión
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Héctor G. Barnés

Lo que tiene ser treintañero es que uno ya no se identifica ni con unas cosas ni con otras, que se siente un poco en tierra de nadie y ya ni es lo suficientemente joven para estar loco ni lo suficientemente viejo para estar cuerdo. Nosotros, los de los medios de comunicación, somos los realistas, y realista hoy en día es ponerse siempre en el peor de los casos, ser pesimista, recriminarle la inocencia a los optimistas. Pero quizá sean esas chicas las protagonistas, o las escritoras, de las novelas sobre el feliz 2021, de igual manera que se escribieron relatos emocionantes y felices sobre el crack del 29, las guerras mundiales y la crisis de la democracia.

Solo nosotros, los cronistas del presente que no vemos más allá, nos pensamos que la felicidad es una magnitud macro, como el PIB. Que la podemos representar en una curva o encontrar rimas históricas que nos cuenten que sí, que el año que viene va a ser el despiporre objetivamente demostrado y moralmente sancionado. En realidad, la felicidad es más bien un número en el cuaderno al final de cada día, como hace el amigo Alejandro Cencerrado, y eso no sale ni el CIS ni en la IA. Queremos que nos digan cuándo podemos ser felices, pero eso no lo sabe ni siquiera quien es feliz. Sonríe: a lo mejor los historiadores del futuro dirán que en 2021 empezó una nueva era feliz y los periodistas del siglo XXI nos explicarán que el trap fue el nuevo cancán. Solo hace falta que pase el tiempo suficiente.

Hace exactamente un año que comenzó la otra gran pandemia, la de los artículos sobre el retorno a los felices años 20. Según mis cálculos, se escribieron 70.002 textos sobre el tema, uno por cada licenciado en periodismo en España (70.000), menos yo, que escribí dos (y no soy licenciado). Uno negando la mayor y recordando que los años 20 quizá no fueron tan felices, y otro sugiriendo que a lo mejor a lo que volvíamos era a los 90. Lo bueno que tiene hacer de pitoniso es que uno puede escribir una cosa y la contraria y no acertar en ninguno de los dos casos.

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