Es noticia
Adelina Patti: la soprano "madrileña" que asombró al mundo (y III)
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

Adelina Patti: la soprano "madrileña" que asombró al mundo (y III)

Su última visita al Real se produjo en 1888, todavía en la plenitud y convertida en la máxima estrella de la ópera, tal como demuestran sus honorarios y la mitomanía que engendró

Foto: Adelina Patti en 1861.
Adelina Patti en 1861.

Fue en 1888 cuando se anunciaron las últimas funciones de Adelina Patti del Teatro Real. No lo sabían los madrileños. Ni probablemente lo sabía ella, sobre todo porque no se había producido atisbo alguno de decadencia ni había un solo motivo para desconfiar del recíproco entusiasmo entre diosa y prosélitos. ¿O sí lo había? ¿El dinero? ¿La manipulación de algunas partituras?

Volvía a contratarla el conde de Michelena con sus galones de empresario del Real. Y volvía a encontrarse en la situación de remunerarla con cantidades prohibitivas. Seis funciones a cambio de 15.600 duros. Y un cierto escarnio en los ambientes satíricos, toda vez que el sueldo de la diva por una función equivalía al de un obrero en diez años.

Foto: Adelina Patti en 1869 Opinión

El hecho es que los precios de las localidades tuvieron que elevarse para amortizar las actuaciones. Y que hubo localidades vacantes en las tres primeras funciones. No así en las dos últimas ni en la miscelánea final. “Centón” se llamaba, un popurrí de las óperas que se había traído a Madrid -La traviata, El barbero, Linda de Chamonix, Rigoletto, más la olvidada Crispino e la comare, de los hermanos Ricci- y que incluía el desenlace de las propinas favoritas de la soprano. Le gustaba cantar un pasaje de “La calesera” (Iradier) y recrearse con “Il bacio”, un vals de Arditi que la soprano había convertido en talismán y en recurso triunfante.

Su música adquirió un valor epidémico como si fuera la canción del verano

Tan grande fue la popularidad de aquella música que se incorporó al repertorio de los organillos de Madrid. La cantaban los ciegos en sus murgas. Las tarareaban “las chicas de servir”. Y adquirió un valor epidémico, como si fuera la canción del verano o la música de un maridaje.

Se la agradecieron los aficionados del Real con la euforia de las grandes noches, pero se hizo notar un sector crítico, cuyos exponentes -revisteros, aficionados ortodoxos- repararon en que Patti había acomodado las partituras a las limitaciones de su voz. Puede que hubiera incurrido en licencias. Y que se hubiera acomodado algunos pasajes. Distinto es sostener que Patti estuviera en crisis. Tenía 45 años todavía. Faltaban 20 para su tournée de los adioses. Le quedaban cosas por descubrir.

Foto:  Una mujer observa el retrato de Adelina Patti (1886), pintado por James Sant. (EFE/Yuri Kochetkov) Opinión

Una voz, la de la Patti, cristalina, riquísima en armónicos, asombrosa en su capacidad de matizar, de afilarse, de compaginar el “pathos” dramático con los prodigios pirotécnicos. Una voz, la de la Patti, cálida, impecable en sus pormenores técnicos, dotada de un legato y de un fraseo exquisitos que alcanzan a apreciarse en los discos. Una voz, la de la Patti, incisiva, timbrada. Se disputaban a la Patti los compositores. Y llegaron a escribirle a su medida algunas óperas. Es el caso de “Velléda” (1882) y de “Gabriella” (1893), respectivos homenajes de Charles Ferdinand Lenepveu y de Emilio Pizzi que han quedado sepultadas en el desván del repertorio, y que antaño sirvieron para apuntalar el ego de la excelsa cantante.

Decía Adelina Patti que su público favorito era los reyes. Porque la recubrían de joyas. Y que su espectador favorito, por idéntico motivo, era el zar Alejandro, más generoso que ningún otro monarca en el proyecto de dotar a la cantante de la mayor colección de alhajas que se conocía en Occidente con la única excepción del tesoro de la reina Victoria de Inglaterra.

placeholder Sólo puede juzgarse hiperbólicamente la trayectoria de Adelina Patti.
Sólo puede juzgarse hiperbólicamente la trayectoria de Adelina Patti.

Sólo puede juzgarse hiperbólicamente la trayectoria de Adelina Patti. Su nombre aparecía más grande en los carteles que el de los compositores. Se decía que almorzaba cada día un sandwich relleno de lenguas de canario. Y que sus partidarios más radicales se ofrecían a reemplazar a los caballos para tirar del carruaje de la propia cantante, como las abejas obreras alzan a la abeja reina en la sumisión jerárquica de un gran panal.

Hay leyendas que se recrean en su generosidad y que exageran su miseria, empezando por los reproches que hizo a un niño de diez años sorprendido mientras se colaba en uno de sus ensayos. “Para ver a la Patti, o se paga o se muere”, le espetó mientras la policía procedía a evacuarlo.

La realidad es que Adelina Patti se pluriempleó en toda suerte de conciertos benéficos. Y que su última actuación -20 de octubre de 1914- tuvo como pretexto una gala de recaudación para la Cruz Roja. Habían transcurrido diez años de la tournée de los adioses. Y quería la diva implicarse en la I Guerra Mundial, aunque su corazón estaba frágil y el reuma no dejaba de atormentarla. Probó la medicina homeopática. Se hizo vegetariana. Terminó recluyéndose en su castillo de Graig-y-Nos, donde murió el 27 de septiembre de 1919. Había llovido. Y es muy probable, muy posible, que acudieran a velarla Violetta Valéry y Lucia de Lammermoor, Zerlina y Rosina, Julieta y Aida, Amina y Valentine, y todas aquellas mujeres que se reencarnaron en Adelina Patti, reviviendo y muriendo con ella cada vez que subía al escenario para transformarse en prodigio.

placeholder Adelina Patti en 1869.
Adelina Patti en 1869.

Tiene sentido que fuera enterrada en el cementerio parisino de Père Lachaise. Así lo dispuso ella misma en el último giro de su existencia, pero le desconcertaría el anonimato en que ha ido consumiéndose el mito decimonónico que ella misma representó. Ni siquiera figura su nombre entre los difuntos ilustres del camposanto. Los carteles y los mapas que sitúan los espacios de devoción, fetichismo o necrofilia han excluido la gloria de la Patti. Y su discreta tumba se confunde entre muchas otras en la cuarta división del cementerio.

Y no porque la cuarta división fuera su categoría ni la mereciera, pero es el espacio administrativo con que la maltrata la posteridad. Hay que tener mucha información y paciencia para hallarla. La protege un alianto cuyas hojas otoñales rellenan los surcos de su apellido. Y se crea la sensación de que el apellido de “Patti” está forjado en oro. Una tumba sobria que comparte con su último marido y que dista bastantes metros de la lápida fanatizada de Oscar Wilde, cuyo 'Retrato de Dorian Gray', curiosa o paradójicamente, sí que aloja un pasaje a la eternidad donde Adelina Patti adquiere todos su poder simbólico.

La noticia de la muerte de Adelina Patti conmocionó Madrid; se le dedicaron funciones de homenaje en el Teatro Real

-”Fuiste a la ópera -exclamó Hallward, hablando muy despacio, la voz estremecida por el dolor-. ¿Fuiste a la ópera mientras el cadáver de Sibyl Vane yacía en algún sórdido lugar? ¿Eres capaz de hablarme de lo encantadoras que son otras mujeres y de la maravillosa voz de la Patti, antes de que la muchacha a la que amabas disponga siquiera de la paz de un sepulcro donde descansar?”

La noticia de la muerte de Adelina Patti conmocionó Madrid. Se organizaron misas por el sufragio de su alma y se le dedicaron funciones de homenaje en el Teatro Real, aunque la cantante no había regresado nunca desde las funciones de 1888. Había adoptado incluso la nacionalidad inglesa, pero la partida de bautismo no aloja dudas respecto a la génesis del prodigio. Y constan todas las pruebas en el libro XLII de bautizos, más exactamente a la vuelta del folio 153. Don José Losada, teniente cura de la iglesia parroquial de de San Luis bautizó “a una niña que nació a las cuatro de la tarde del día 19 de febrero (...) Se le puso como nombres Adela Juana María”.

Fue en 1888 cuando se anunciaron las últimas funciones de Adelina Patti del Teatro Real. No lo sabían los madrileños. Ni probablemente lo sabía ella, sobre todo porque no se había producido atisbo alguno de decadencia ni había un solo motivo para desconfiar del recíproco entusiasmo entre diosa y prosélitos. ¿O sí lo había? ¿El dinero? ¿La manipulación de algunas partituras?

Música Teatro Real