Es noticia
El debate del bochorno y la mediocridad
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

El debate del bochorno y la mediocridad

Sánchez y Feijóo eluden el pacto de la Justicia y se enredan en las cifras y las descalificaciones con la mirada puesta en los respectivos intereses electorales en un duelo redundante y agotador

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, escucha la intervención del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, escucha la intervención del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Pedro Sánchez renunció a la corbata en beneficio de una indumentaria de conductor de autobús, no ya como alegoría del conductor —del timonel— que nos lleva hacia el porvenir, sino provisto del uso arbitrario de los retrovisores. Los empleó para atribuirse el éxito de la gestión de la pandemia y los utilizó para restregar al PP “la década perdida” en la planificación energética y la herencia de la injusticia social que provocó la era de Rajoy.

Se trataba de insistir en el contratiempo que supondría otorgar los poderes de la patria a Núñez Feijóo. Y no es que lo descalificara con la virulencia desproporcionada de hace un mes, pero volvió a producirse el reparto asimétrico del tiempo —110 minutos contra 32— e ironizó Sánchez con la “mucha experiencia” del patriarca gallego, precisamente para discutírsela.

Foto: Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Sergio Pérez)

El desquite del adversario popular consistió en recordarle el latiguillo con que el presidente del Gobierno lo zahirió en la pelea del 6 de septiembre. “¿Insolvencia o mala fe?”, objetaba Feijóo ante la arbitrariedad con que Sánchez hurgaba con las previsiones y las proyecciones a expensas de hipotecar el futuro de los españoles. Por eso le anunció que los presupuestos en discusión serían los últimos que conseguiría aprobar. Y dio por amortizado el sanchismo. “Váyase, señor Sánchez”, vino a decir el presidente del PP, en alusión al estribillo que Aznar aplicó a FG.

Y no puede decirse que fuera un debate constructivo. Más que un intercambio de golpes al estilo de Kinshasa —“Pedro, mátalo”, resonó hace semanas—, sobrevino un intercambio extenuante de cifras y de números. Incompatibles entre sí, e ilustrativos de una estrategia cabalística más propicia al cruce de bulos que a la serenidad de los espectadores.

Hubo muy pocos en el debate del pasado septiembre (3% de 'share') y no es sencillo que puedan mejorar las cosas con el segundo asalto, tanto por el optimismo antropológico de Sánchez —“España lidera la recuperación…”— como por el catastrofismo en que incurría sucesivamente Núñez Feijóo.

Más tiempo transcurría, más se desordenaba y descentraba el debate. Que si Bildu. Que si la persecución del castellano en Cataluña. Que si la corrupción. Que si los fantasmas del pasado. Merodearon ambos el umbral del populismo. Y quiso Sánchez dilatar el cronómetro a su antojo para convertirse en el timonel de la gente de a pie, en el azote de los ricos insolidarios y en la mente-clarividente que va a rescatarnos de las grandes angustias: “Superamos la curva de la pandemia, superaremos la curva de la inflación”, proclamaba PS con el almíbar en las encías.

Temía Feijóo que Sánchez hiciera un diagnóstico de España como el que ha amañado Tezanos en sus encuestas. Y que la manipulación de los indicadores predisponga unos presupuestos no ya irrealizables, sino ilustrativos de un gasto descomunal que recaerá en las generaciones futuras.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Sergio Pérez)

No hubo un solo pasaje de consenso ni de acercamiento. De hecho, el duelo redundante, cansino y ruidoso —las bancadas exageraron el 'hooliganismo'— eludió el colapso de la Justicia. Diez segundos utilizó Sánchez para mencionar la crisis del CGPJ. Y no quiso Feijóo referirse a ella, quizá para evitar que pudiera malograrse el precario principio de acuerdo en que trabajan actualmente la Moncloa y los negociadores del Partido Popular.

La zona de exclusión política resultaba inquietante. No ya por la duración soporífera del mano a mano —casi dos horas y media— sino por la importancia que reviste la crisis institucional y la parálisis correspondiente.

No era cuestión de exponer públicamente un acuerdo, sino de afinar las discrepancias y los infundios, trasladando la sensación de que Pedro Sánchez va a resistir todo cuanto pueda en el sitial de la Moncloa y que Núñez Feijóo no termina de llegar pese al favor de las inercias.

Pedro Sánchez renunció a la corbata en beneficio de una indumentaria de conductor de autobús, no ya como alegoría del conductor —del timonel— que nos lleva hacia el porvenir, sino provisto del uso arbitrario de los retrovisores. Los empleó para atribuirse el éxito de la gestión de la pandemia y los utilizó para restregar al PP “la década perdida” en la planificación energética y la herencia de la injusticia social que provocó la era de Rajoy.

Pedro Sánchez Alberto Núñez Feijóo
El redactor recomienda