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¿Y si la operación Cataluña fuera el mayor desastre de Sánchez?
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Rubén Amón

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¿Y si la operación Cataluña fuera el mayor desastre de Sánchez?

Los compadres soberanistas observan con escepticismo y frustración las reformas del presidente, mientras que la excarcelación y las rebajas de malversadores y agresores sexuales suponen un recordatorio cotidiano

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Tiene sentido incursionar en Barcelona para felicitarse de que Ada Colau no haya conseguido convertirla todavía en un pueblo y para exponerse o sobreexponerse al hábitat mediático de Cataluña, cuyas terminales y periodistas se desenvuelven en una agenda distinta y en unos criterios diferentes respecto a la sensibilidad mesetaria. Ocurre con los medios independentistas. Y con el escaso entusiasmo que trasladan entre los lectores y los columnistas las reformas a medida de Sánchez.

Han sido necesarias e imprescindibles para garantizar la mayoría parlamentaria y aliviar el expediente penal de sus aliados, pero la naturaleza insaciable del soberanismo y el alcance de la reelaboración del Código Penal demuestran que la operación Cataluña puede resultarle catastrófica a la estrategia desinflamatoria que cultiva el presidente del Gobierno.

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La rechazan Puigdemont y Junts, porque la vigencia de la malversación le conduciría a la cárcel. La refuta Junqueras, porque permanecería inhabilitado. Y la cuestionan los medios indepes, porque restriegan al presidente haber adquirido una posición timorata respecto al tabú del referéndum.

No existe, pues, la menor serenidad ni complacencia entre los compadres catalanes. Y sí puede complicársele a Sánchez su porvenir en el resto de España, tanto por la crisis institucional y los favores concedidos al nacionalismo —de Bildu a ERC— como por el desgaste electoral de las iniciativas más polémicas. Sucede con la salida de prisión de los delincuentes sexuales. Y puede ocurrir con las rebajas concedidas de los malversadores. No solo los propios. También los ajenos. Y las tramas más escandalosas que conciernen al PP, tal como demuestran las ventajas normativas que beneficiarían a los artífices de la Púnica.

Llamémoslo goteo. Llamémoslo gota malaya. Quiere decirse que la expectativa de la amnesia o del ilusionismo se resiente de la actualidad y de los recordatorios que conllevan las excarcelaciones más sensibles en la opinión pública: los delitos sexuales y los derivados de la corrupción.

El escarmiento de la terapia catalana: ineficaz hacia dentro en su negligencia desinflamatoria y letal hacia fuera en su capacidad incendiaria

Sánchez aspira a sobreponerse a la crisis de credibilidad con la inercia fértil de la situación económica, la adhesión de los jubilados y las operaciones de cortejo a los funcionarios. La prosperidad representaría la baza ganadora del patrón socialista. Sería Pedro Sánchez un niño de San Ildefonso que reparte los premios y la pedrea, aunque la crisis brasileña también sobrentiende que el líder monclovense pretende recuperar o reanudar la alerta ultraderechista. Demostrar a los votantes que Vox y el PP representan un pacto indisoluble y encubrir, de esta manera, la perversión de sus propias e inequívocas alianzas con el populismo de izquierdas y el nacionalismo ultramontano, concebidas todas ellas a expensas del desgarro institucional, del rodillo político y de la vulneración de la separación de poderes.

Se le amontonan los problemas a la estrategia benefactora de Sánchez. No solo porque Carles Puigdemont amenace con presentarse en España si los tribunales europeos le conceden la inmunidad. O porque Junqueras vaya a organizarle una mani contra la cumbre hispano-francesa. O porque las reformas del Código Penal, aun severas, obscenas y radicales, les parecen una limosna a los compadres del soberanismo, una meta volante.

Sánchez tiene que sobreponerse al ciclo virtuoso que identifica la trayectoria del PP en las últimas convocatorias electorales (Madrid, Castilla y León, Andalucía). Está amenazado por la alternativa centrada y moderada de Feijóo, mucho más de cuanto sucedía con Casado. Y se expone al escarmiento de la terapia catalana: ineficaz hacia dentro en su negligencia desinflamatoria y letal hacia fuera en su capacidad incendiaria.

Tiene sentido incursionar en Barcelona para felicitarse de que Ada Colau no haya conseguido convertirla todavía en un pueblo y para exponerse o sobreexponerse al hábitat mediático de Cataluña, cuyas terminales y periodistas se desenvuelven en una agenda distinta y en unos criterios diferentes respecto a la sensibilidad mesetaria. Ocurre con los medios independentistas. Y con el escaso entusiasmo que trasladan entre los lectores y los columnistas las reformas a medida de Sánchez.

Pedro Sánchez
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