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PP-Vox: de la tregua a la guerra
La colisión de Castilla y León escarmienta el pacto de Mañueco y sirve de excusa a una batalla electoral que redunda en el ataque de Sánchez
La temeridad y la frivolidad con que Fernández Mañueco disolvió el acuerdo con CS y precipitó el adelanto electoral merecían el escarmiento que implica acostarse con la ultraderecha. Y podrá caricaturizarse la insolencia oscurantista de García-Gallardo, pero el muchacho que vicepreside la Junta no es más que un títere de Santiago Abascal constreñido a exponer las convicciones ideológicas, identitarias, religiosas y estratégicas del partido.
Estratégicas quiere decir que Vox ha convertido el pacto de gobierno en Valladolid en la oportunidad más idónea para declarar la guerra a su gran adversario. Que no es el PSOE, ni el nacionalismo, ni Unidas Podemos, sino el Partido Popular de Feijóo, más todavía cuando ha reaparecido en el espacio mediático la disputa de la derecha cobarde frente a la derecha viril.
Santiago Abascal utiliza a García-Gallardo para disputarle al PP las banderas culturales, consciente además de que la colisión de Castilla y León escarmienta el pacto de Mañueco y sirve de excusa a una batalla electoral que redunda en el ataque de Sánchez al creacionismo de Viktor Orbán, estimula a los votantes conservadores y cultiva la adhesión de las nuevas generaciones de catequistas.
Exagera Sánchez las dimensiones del monstruo bicéfalo cuando airea el espantajo de Castilla y León, pero el oportunismo del presidente del Gobierno y la reanimación de la alerta ultraderechista no contradicen la beligerancia de la campaña electoral entre Feijóo y Abascal.
La llamada a filas se ha declarado precisamente en el único ámbito donde cooperan orgánicamente. Y no porque Fernández Mañueco haya amenazado con romper el Gobierno regional, sino porque el desafío se lo ha lanzado Espinosa de los Monteros. Vox no se resigna a convertirse en costalero de la eventual investidura de Feijóo. Pretende adquirir un resultado categórico, de tal manera que Abascal adquiera una posición determinante en la legislatura a expensas de la degradación de la sociedad española.
El esfuerzo con que Feijóo estimula el discurso moderado y aspira a la seducción de los socialistas desencantados se resiente de las cloacas de Vox, del populismo de Ayuso, de la zona ultraconservadora del PP, de la presión mediática y de las sombras del pasado. Un buen ejemplo consiste precisamente en el recurso que los populares pusieron y opusieron a la ley de plazos del aborto. Trece años han transcurrido desde entonces. Y no solo por la lentitud elefantiásica del TC, sino porque ya se ocupaba Rajoy de sugerirles a los togados conservadores del Constitucional que procrastinaran la decisión, más que nada porque el consenso social de la iniciativa de Zapatero perjudicaba que el PP se responsabilizara de cuestionarla.
Las presiones y especulaciones de entonces se le presentan a Núñez Feijóo de manera incendiaria y extemporánea. El viejo e incendiario PP amenaza al nuevo. Y lo hace con un argumento de actualidad, el aborto, cuya repercusión permite a Sánchez significar la regresión de los populares.
Se lo pondrá a huevo a Conde-Pumpido cuando el nuevo y leal presidente del Constitucional acelere la sentencia al recurso de 2010. No lo presentó Feijóo ni tampoco lo comparte, pero la resolución judicial se le atraganta cuando más daño puede hacerle y cuando más ahoga la pinza del PSOE y Vox.
Resulta complicado el escenario que delimita al nuevo presidente del PP, pero tampoco está claro que vaya a funcionar el ardid de sus adversarios. La emergencia ultraderechista resultó de gran utilidad a los intereses electorales de… Ayuso y de Juanma Moreno. Hay muchas razones para temer el influjo de Abascal y prevenirse de un giro oscurantista, pero Sánchez carece de credibilidad para conjurar los extremismos cuando ha pretendido naturalizar el vínculo aberrante con el populismo y el nacionalismo.
Es Sánchez un maestro de la fantasmagoría disuasoria. Y es Abascal un aliado constante e impenitente del patrón socialista, pero el desplante de Castilla y León sobrentiende un salto cualitativo que predispone las soluciones traumáticas desde Génova 13. Romper el Gobierno de Valladolid. Y convocar elecciones. Se recurrió a las urnas cuando no había razón. Y ahora que la hay, se antojan inevitables, tanto para escarmentar una relación contra natura como para demostrar que Feijóo está dispuesto a arriesgar con la apuesta de la moderación, sacudirse a los rapsodas que le exigen testosterona y sustraerse a los fantasmas del PP.
No es el mejor camino, desde luego, la propuesta oportunista que trascendió el miércoles, según la cual los populares romperían la coalición con Vox a cambio de que el PSOE se aviniera a dejar gobernar a la lista más votada en todas las situaciones territoriales. Quiere así Feijóo asegurarse el camino de la Moncloa, pero el farol es tan aparatoso y tan disuasorio como objetivas son las razones para rectificar el acuerdo de Castilla y León. El pacto con la ultraderecha es una vergüenza en sí mismo y por sí mismo. No hay que subordinarlo a una oferta maximalista que está condenada al fracaso porque Sánchez no va a poner un precio tan bajo a su cabeza.
La temeridad y la frivolidad con que Fernández Mañueco disolvió el acuerdo con CS y precipitó el adelanto electoral merecían el escarmiento que implica acostarse con la ultraderecha. Y podrá caricaturizarse la insolencia oscurantista de García-Gallardo, pero el muchacho que vicepreside la Junta no es más que un títere de Santiago Abascal constreñido a exponer las convicciones ideológicas, identitarias, religiosas y estratégicas del partido.
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