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Pedro el Grande padece el mal de España
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Rubén Amón

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Pedro el Grande padece el mal de España

El apogeo internacional del presidente, de Beijing al despacho oval, contrasta con su crisis de reputación doméstica y con el esfuerzo patético de Tezanos de encubrir las expectativas adversas del 28-M

Foto: Sánchez, junto a Zelenski, en el Parlamento Europeo. (EFE/Johanna Geron)
Sánchez, junto a Zelenski, en el Parlamento Europeo. (EFE/Johanna Geron)
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La cámara hiperbárica de Tezanos conserva a Pedro Sánchez en la euforia y en la gloria, pero el presidente del Gobierno expone algunos síntomas inequívocos de la agonía política. El mal de España, por ejemplo, la incredulidad con que un gobernante asiste al rechazo del pueblo mientras se le reconoce en las afueras con rango de estadista internacional.

Sánchez en el Parlamento de Kiev. Sánchez, en el Palacio Imperial de Beijing. Sánchez, en el despacho oval de Biden. Sánchez, en la corte de Mohamed. Sánchez, revestido de presidente de turno de la UE.

Foto: Pedro Sánchez, junto al primer ministro chino Li Qiang, en Pekín. (EFE/Wang Ye)

Y no es cuestión de negar al patriarca socialista su dimensión cosmopolita ni la astucia con que ha corregido la inanidad de la política exterior marianista. Habla idiomas. Tiene una excelente imagen entre los colegas de Occidente. Y se ha trabajado con eficacia los fondos comunitarios.

Nos van bien las cosas a los españoles cuando los intereses de Sánchez coinciden con los de la nación. Y nos van peor cuando el presidente impone sus particularidades electorales y sus necesidades de supervivencia.

Por eso no es mala noticia que Tezanos le siga murmurando al oído que es el presidente más guapo del reino. Ni es mal negocio que el jefe del Gobierno se ensimisme en el almíbar del prestigio exterior.

"El mal de España. O el síndrome de Wojtyla. A Juan Pablo II le aburrían Roma y sus burócratas. Necesitaba divulgar la fe cristiana 'urbi et orbi"

El mal de España. O el síndrome de Wojtyla. A Juan Pablo II le aburrían Roma y sus burócratas. Necesitaba divulgar la fe cristiana urbi et orbi. Y postularse como predicador universal con los atributos del carisma, pero también le urgía desquitarse de la romanidad y el provincianismo.

A Sánchez empieza a aburrirle España, a disgustarle el rechazo de las encuestas que no amaña Tezanos. A contrariarle las evidencias electorales del ciclo electoral. Y a sorprenderle que su crisis reputacional en Celtiberia contradiga su fertilísima pujanza en el mercado internacional.

No va a ganar Sánchez las elecciones del 28-M empapelando las calles con los carteles del abrazo de Biden en la Casa Blanca. El éxtasis geopolítico que implica la visita del 12 de mayo a Washington se antoja irrelevante para alcanzar la alcaldía de Sevilla o conservar la Generalitat valenciana.

Foto: El presidente de Castilla-La Mancha y candidato del PSOE a la reelección, Emiliano García-Page.

De hecho, son los propios barones socialistas quienes recelan de la presencia de Sánchez en los mítines y campañas locales. Se trata de restringir su presencia a la mínima expresión. Y de subordinar la maldición del sanchismo al interés de las candidaturas personales, capilares. Más todavía en los territorios mesetarios, que penalizan las relaciones perversas entre el PSOE y los partidos soberanistas de la periferia.

A Sánchez se le ha quedado pequeña España, pero no debe considerarse anómala la diferencia de percepción con que se le adora fuera de las fronteras nacionales y se le cuestiona dentro de ellas. Aquí lo conocemos. Nos sabemos todos sus trucos. Y experimentamos las contorsiones políticas que han dislocado el bienestar institucional y la economía de los hogares.

No debe considerarse anómala la diferencia de percepción con que se le adora fuera y se le cuestiona dentro. Aquí lo conocemos

Nada que ver con la superficialidad de la apreciación foránea. Le sucedió a Aznar. Y a Zapatero. Más prosperaba su imagen exterior, menos se los toleraba en España. Cuestión de desgaste y de agotamiento.

Gorbachov les gustaba muy poco a los rusos y les gustaba mucho a los americanos. Quiere decirse que los criterios de reconocimiento y de admiración rara vez sobreponen la mirada doméstica y la ajena. Lo demuestran los casos de Obama o de Angela Merkel, iconos internacionales cuya reputación local se ha resentido de los monstruos que engendraron ambos. Trump enmendó el reputado swing del líder demócrata, igual que Putin puso en entredicho la negligencia geopolítica de la canciller germana.

No van a faltarle oportunidades de trabajo a Sánchez en ultramar. Y tiene sentido que las sopese como una salida gloriosa. Puente de plata, dice el refrán. Podrían nombrarlo secretario general de la OTAN, revestirlo con los honores de la presidencia de la Comisión Europea, o ungirlo como sucesor de Francisco en el Vaticano. Ayuda su patronímico: Pedro.

La cámara hiperbárica de Tezanos conserva a Pedro Sánchez en la euforia y en la gloria, pero el presidente del Gobierno expone algunos síntomas inequívocos de la agonía política. El mal de España, por ejemplo, la incredulidad con que un gobernante asiste al rechazo del pueblo mientras se le reconoce en las afueras con rango de estadista internacional.

Pedro Sánchez José Félix Tezanos PSOE
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