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El desfile póstumo de Teresa Berganza
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Rubén Amón

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El desfile póstumo de Teresa Berganza

Un año después de su muerte, el Teatro Real reúne los vestidos de alta costura más significativos que utilizó la madrileña universal en sus recitales

Foto: Teresa Berganza en una imagen de archivo. (EFE/Kiko Huesca)
Teresa Berganza en una imagen de archivo. (EFE/Kiko Huesca)
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Los espectadores que recalan estos días a las funciones de “Il turco in Italia” en el Real se encuentran con un homenaje fetichista a Teresa Berganza. Nueve espacios acotados e iluminados acordonan otros tantos vestidos de alta costura que la diva madrileña se ajustó en sus grandes recitales.

Le gustaba a la mezzo otorgar a los conciertos una solemnidad y una puesta en escena esmeradas, de tal manera que la exposición del coliseo madrileño más bien parece un desfile póstumo. No está Berganza pero se la percibe entre los pliegues de las telas. Y se identifica igualmente el influjo de su personalidad entre los costureros de primera fila que se pusieron a sus órdenes, incluidos Pierre Cardin, Leo Berhanyer, Christian Lacroix, Pedro Rodríguez, Loris Azzaro y Balenciaga.

“Su intención era presentarse ante el público con respeto y con decoro y, para ello, organizaba su vestuario con la misma seriedad con la que preparaba su voz y su canto”, explicaba a Román Padín con sus galones de comisario de la muestra. “Nunca lució el mismo vestido en el mismo teatro”.

“Su intención era presentarse con respeto y decoro y, para ello, organizaba su vestuario con la misma seriedad con la que preparaba su voz”

La exposición es un magnífico pretexto para evocar a la cantante madrileña cuando acaba de cumplirse un año de su fallecimiento. Y cuando la capital española ya le había dedicado una plaza a la vera del Teatro de la Zarzuela, el escenario de sus mayores interpretaciones operísticas.

Era la Berganza un animal que encontró en la tarima la puerta de su emancipación. No cantaba Carmen. La Berganza era Carmen. Por instinto y por trabajo, de tal forma que la diva menos diva del escalafón sabía compaginar el esmero de la orfebre y el escrúpulo vocal —un timbre de terciopelo, sensual— con la naturaleza salvaje que se abría paso entre sus entrañas.

Lo demuestra la exposición del Teatro Real. Y el impacto que adquirió Carmen en el fondo y en las formas, hasta el extremo de que la Berganza decidió suscribirse a los vestidos de color rojo y negro que evocaban el mito. O que transitaban del barroquismo velazqueño a la oscuridad goyesca.

Foto: Teresa Berganza, en 2013. (EFE/Alberto Aja)

Se explica así la exigencia con que concebía su profesión, incluido el esmero del vestuario. Y se entiende, para disgusto de espectadores y teatros, que no tuviera dudas en cancelar una función o en rehusar un contrato si percibía ella misma que iba a subirse al escenario merma de facultades. Que la Berganza se anunciara no significaba que se aviniera a cantar, aunque los nueve vestidos que jalonan la exposición del Real fueron utilizados y representan un buen ejemplo del instinto con que compaginaba el cosmopolitismo y el casticismo.

Semejante perfeccionismo y honestidad la convirtieron en un personaje incómodo e impertinente, pero la perspectiva de medio siglo de carrera ha venido a otorgarle la razón y ha ponderado la coherencia. Más aún considerando que la Berganza destacó en un repertorio tan complicado como el de Mozart —no existe un compositor que desnude tanto a los cantantes— tan virtuoso como el de Rossini y tan pionero como lo fue en su época la devoción al barroco de Handel.

Entre la incorrección, la personalidad y el carisma, Teresa Berganza ha sido una cantante diferente. Tan diferente que su dimensión entre los ídolos, una generación espontánea y memorable — Caballé, Domingo, Kraus, Victoria de los Ángeles...— , se distinguía porque cultivó el 'lied'.

placeholder Exposición en el Teatro Real de algunos trajes de la mezzosoprano. (EFE/Javier Lizón)
Exposición en el Teatro Real de algunos trajes de la mezzosoprano. (EFE/Javier Lizón)

Reviste importancia el matiz porque cantar a la vera del piano la música de Schubert, de Schumann, de Fauré o de Granados, implica una soltura en el concepto de la “palabra escénica” y en el canto introspectivo, hacia dentro. Nada que ver con la pirotecnia que la convirtió en exégeta de Rossini — los discos a las órdenes de Claudio Abbado son extraordinarios— ni con el desparpajo y la gracia que la convirtieron en embajadora planetaria de la zarzuela. Y que tantas veces le permitieron zapatear con la voz con la propina de 'La tempranica' (“La tarántula es un bicho muy malo, no se mata con piedra ni palo”).

Universal fue la Berganza. Y madrileñísima. Igual que Domingo sigue siendo el tenor de la calle Ibiza, la Berganza es la mezzo de la calle San Isidro. Que imprime carácter porque el santo es el patrón de Madrid y porque ha debido inducir una cierta chulería en la casi nonagenaria antidiva. Nunca ocultó su admiración a Lina Morgan ni ha abjurado de sus mocedades de actriz, cuando la reclutaron como niña prodigio junto a Carmen Sevilla en 'La hermana San Sulpicio'. Se abrieron entonces las expectativas de una trayectoria en “cine de barrio”, pero Teresa Berganza estaba predestinada a una carrera de vuelo internacional y cosmopolita. Especialmente cuando el “mundo” la descubrió en Aix-en-Provence a propósito de Dorabella en 1957. Conviene recordar ese papel de Mozart en 'Così fan tutte' porque la Berganza fue también una mujer pionera en cuestiones de emancipación y de beligerancia al machismo. Un epígono de Carmen que nunca estuvo cómoda en los papeles gregarios: ni cantando, ni viviendo.

Foto: La mezzosoprano Teresa Berganza. (EFE) Opinión
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De hecho, la Carmen de Bizet no solo transformó su carrera hacia los teatros grandes y los reconocimientos mayúsculos. Transformó su vida, como ella misma confesaba en una conversación sobre la ópera y sobre la trascendencia que revistieron los cinco años que estudió el papel antes de estrenarlo en Edimburgo (1977). "Me di cuenta", me explicaba en una entrevista, "de que en el fondo yo era una mujer superficial, que durante muchos años, y por mi religión y la educación que había recibido, estaba escondiendo mi carácter". "Era una mujer sumisa, que decía a todo que sí. Y no vivía sinceramente mi vida de pareja. A fuerza de leer la novela y el libreto, de estudiar la partitura, de volver una y otra vez sobre Merimée, y de representar la ópera, aprendí a ir con la verdad por delante. Eso, al personaje de Carmen le cuesta la muerte. Y yo estaba dispuesta a todo. Costara lo que costara, y fue mucho, porque estuve muy enferma. Salir con la verdad me acabó cambiando, pero nunca me he arrepentido. Todo lo contrario". Carmen ha resucitado en el Teatro Real. Los nueve vestidos sugieren una ceremonia de invocación de una cantante excepcional que convirtió la Habanera de “Carmen” en la oportunidad de escapar de la cárcel: el amor es un pájaro rebelde que nadie puede domar.

Los espectadores que recalan estos días a las funciones de “Il turco in Italia” en el Real se encuentran con un homenaje fetichista a Teresa Berganza. Nueve espacios acotados e iluminados acordonan otros tantos vestidos de alta costura que la diva madrileña se ajustó en sus grandes recitales.

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