No es no
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¿Será Illa el sucesor de Sánchez?
El aspirante a la Generalitat es la némesis perfecta del patrón socialista, el delfín más cualificado y el primer catalán que llegaría a la Moncloa…
La democracia española no ha conocido un presidente del Gobierno catalán. Nada que ver con la discriminación territorial, sino con las circunstancias del factor humano. Y es el factor humano, la coyuntura personal, la que ahora predispone fantasear —o no tanto— con la hipótesis de Salvador Illa en el camino sucesorio de Pedro Sánchez.
El escenario se antoja todavía hipotético, cuando no remoto, pero resulta atractivo planteárselo porque la victoria en las catalanas y la autonomía del PSC predisponen un escenario antagonista al sanchismo que se añade al contraste de las personalidades políticas. Illa representa la némesis de Sánchez en las formas y en el fondo. No hay una contrafigura similar en la familia socialista, entre otras razones, porque la más enérgica de todas, García Page, se encuentra fuera del linaje orgánico.
Illa ha agradecido a Sánchez públicamente la eficacia de la terapia desinflamatoria. Y ha reconocido el peso de la púrpura monclovense, pero la jerarquía en la cadena de mando no contradice los espacios en que el exministro de Sanidad cultiva la distancia y la diferencia.
Se lo permite el éxito de las urnas, se lo garantiza la expectativa de alcanzar la presidencia de la Generalitat. Y lo hace la idiosincrasia política del PSC, un partido tan integrado en la familia socialista como provisto de ámbitos de autogobierno que tanto pesan en las negociaciones de la investidura.
Illa representa la némesis de Sánchez en las formas y en el fondo. No hay una contrafigura similar en la familia socialista
Insisten Illa y sus adláteres en que el Gobierno de Cataluña tiene que forjarse sin la influencia de la política de Madrid. No debería hacerse pesar en Barcelona la precariedad de la geometría parlamentaria madrileña, aunque sean ERC y Junts los acreedores de la estabilidad sanchista.
El discurso se resiente del voluntarismo y de la ingenuidad, pero también matiza las diferencias de Illa respecto a Sánchez en la búsqueda de un consenso más transversal y en el rechazo a la estrategia de la crispación.
La idea de gobernar en solitario y en minoría amenaza la estabilidad del mandato tanto como caracteriza el esfuerzo para buscar acuerdos puntuales con ERC, los Comunes, Junts o el Partido Popular.
Y no es que el PP catalán vaya a prestarse a apoyar la investidura de Illa, pero sí pueden prosperar otros acuerdos institucionales y políticos en beneficio del interés general y de la credibilidad del bloque constitucionalista. Illa no es un agente crispador, ni un enfermo del poder, sino un "hombre tranquilo", un tipo sensato, que ha logrado situarse cerca y lejos de Sánchez al mismo tiempo. No es un adversario, pero tampoco forma parte de los costaleros del líder socialista. Está dentro y fuera a la vez. Y representa una alternativa insólita al cesarismo del patrón de Moncloa. Ni lo ha desafiado ni ha aceptado una posición sumisa.
Tiene bastante mérito Illa al haberse construido un perfil propio entre tantos palmeros y rapsodas. Sánchez mismo ha abortado toda expectativa de sucesión entre las purgas internas y el culto a su personalidad. No hay baronías regionales corpulentas, más allá del folclórico pagismo. Y no existían candidatos verosímiles ni delfines cualificados hasta que ha aparecido la alternativa implícita de Salvador Illa, cuyo proceso de investidura predispone el primer gran duelo… con Sánchez.
En el PSOE no existían candidatos a suceder a Sánchez hasta que ha aparecido la alternativa implícita de Salvador Illa
Y no es que vayan a celebrarse unas primarias, pero los intereses del presidente del Gobierno en el tablero de la política nacional pueden colisionar con la estrategia "regional" de Illa, sobre todo si aparece Puigdemont con sus chantajes y atributos coercitivos.
¿Será Illa el primer presidente catalán del Gobierno? La cuestión tiene que sobreponerse a la omnipotencia sanchista y puede que a la ciencia ficción, pero el cetro de la Generalitat —veremos si lo consigue—, la plataforma de un partido distinto (el PSC) y la peculiaridad de un perfil antagonista, demuestran que Salvador Illa se ha convertido en el delfín más pertinente y más impertinente.
La democracia española no ha conocido un presidente del Gobierno catalán. Nada que ver con la discriminación territorial, sino con las circunstancias del factor humano. Y es el factor humano, la coyuntura personal, la que ahora predispone fantasear —o no tanto— con la hipótesis de Salvador Illa en el camino sucesorio de Pedro Sánchez.