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No es no
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Contra la extrema derecha… la extrema izquierda
La sacudida de la segunda y la movilización del electorado propicia un viraje total que desquicia a Macron y que le obliga a tener en cuenta las presiones del radical Mélénchon
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La movilización masiva de las urnas ha estimulado la rectificación de la primera vuelta hasta el extremo de desfigurar el gran resultado que Marine Le Pen había obtenido hace una semana. La ultraderecha decae tanto como crece la izquierda y la ultra izquierda (el Frente Popular), de tal manera que la apuesta de Macron le ha salido bien a la idiosincrasia republicana de Francia, pero bastante mal a la estabilidad del propio al jefe del Estado.
No tendrá que cohabitar con la ultraderecha. Tendrá que hacerlo con los alfiles del Frente Popular. Ya se ocupó Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa) de atribuirse antes que nadie la revolución de las urnas. Y de restregarle a Macron el resultado adverso de su formación política.
No hay una mayoría absoluta. No emana de las urnas un Parlamento fácil de gestionar ni de administrar, pero resulta evidente la derrota de Le Pen y la transformación del escenario político a golpe de bandazos y sorpresas.
Impresionan los resultados de este domingo porque representan un escenario completamente distinto respecto a la primera vuelta. Francia ha viajado en una semana de la extrema derecha a la extrema izquierda. Y no porque se hayan arrepentido los votantes de Le Pen, sino porque la lógica política de la segunda vuelta —una eliminatoria de los finalistas— se añade a la movilización del electorado que se había quedado en casa el 30 de junio y al estado de consternación y de psicosis que provocó el advenimiento del lepenismo. Ha funcionado el cordón de seguridad. Ha sido eficaz la retirada de candidatos sin opciones. Los franceses tenían que elegir en muchas circunscripciones entre votar a favor o en contra de la Agrupación Nacional, más o menos como si fuera el duelo encubierto de unas presidenciales.
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De hecho, Marine Le Pen y Jordan Bardella aspiraban a la mayoría absoluta. Y habían convertido la segunda vuelta en el argumento premonitorio del acceso al poder. No ya porque el propio Bardella pretendía cohabitar con Macron con los galones de primer ministro, sino porque el 7 de julio jalonaba el camino hacia el Eliseo en las presidenciales venideras de 2027.
Macron ha evitado (aparentemente) el peor de los escenarios. Ha conseguido sobreponerse a la emergencia política que hubiera supuesto conducir la locomotora de Europa con un Gobierno anti-comunitario, antiglobalizador, xenófobo y sensible a los posicionamientos de Putin. El zar ruso ha perdido los comicios franceses. Y no va a poder contar con el sabotaje lepenista.
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Fue Bardella quien aludía este domingo por la noche a la campaña de odio y de desinformación. Reconocía los resultados, admitía la limpieza del proceso, pero no tanto la campaña de desprestigio ni la frustración que implica dejar a Francia en manos de la "extrema izquierda incendiaria".
El sueño húmedo de Emmanuel I consistiría en aferrarse a un Ejecutivo tecnócrata y a regocijarse a un resultado mejor del que auguraban las encuestas, pero el gran resultado del Frente Popular le obliga a considerar las presiones de Mélenchon y darle pábulo a la Francia Insumisa.
El escarmiento de Macron emula la figura de un timonel que conduce la nave de babor a estribor sin tener claro el rumbo. Por eso reviste tanta importancia desvelar y despejar si la eficacia de la barrera republicana contra el lepenismo le obliga a ponerse en manos de una figura tan radical y extremista como lo pueda ser Mélenchon.
La movilización masiva de las urnas ha estimulado la rectificación de la primera vuelta hasta el extremo de desfigurar el gran resultado que Marine Le Pen había obtenido hace una semana. La ultraderecha decae tanto como crece la izquierda y la ultra izquierda (el Frente Popular), de tal manera que la apuesta de Macron le ha salido bien a la idiosincrasia republicana de Francia, pero bastante mal a la estabilidad del propio al jefe del Estado.