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Rubén Amón

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La política juega al póker con los muertos

Los insultos y barro a la delegación que encabezaba el Rey conduce la reputación del Estado a una indigencia que tenían que pagar Sánchez y Mazón con sus dimisiones

Foto: Coche de la comitiva real dañado este domingo. (EFE/ Manuel Bruque)
Coche de la comitiva real dañado este domingo. (EFE/ Manuel Bruque)
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No ha sido una buena idea implicar a los Reyes en el safari de visita a los territorios de la catástrofe. No porque la iracundia de la gente estuviera dirigida a ellos, pero la presencia incendiaria de Mazón y de Sánchez ha proporcionado una imagen de extremo deterioro institucional, hasta el extremo de preguntarnos si el antisistema está alojado en el sistema.

Tan graves y tan abundantes han sido los errores cometidos en la crisis que la dimensión de la desgracia no se explica sin la negligencia de los artífices políticos. La polarización, el desencuentro, el oportunismo, el sectarismo, no han hecho otra cosa que cobrarse víctimas mortales en una subasta siniestra.Y claro que el desastre no se explica sin la ferocidad de la gota fría, pero muchas de las consecuencias letales obedecen a la discusión de competencias y a la burocratización de las atribuciones. Impresiona mucho aceptar que el balance de víctimas mortales —y de daños materiales— hubiera sido más tenue de no haberse cruzado la guerra del PP y del PSOE

La sentencia letal de Sánchez —"si quieren ayuda, que la pidan"-— debería significar su epitafio político, pero la incompetencia del Gobierno central tanto puede trasladarse a la gestión inaceptable de la Generalitat. Mazón es un espectro político. No le queda otro camino que dimitir. Igual que Feijóo debería replantearse su puesto de líder de la oposición. La política ha dado un ejemplo terrorífico de tacticismo y de deslegitimación.

Y no es que una epidemia de renuncias y dimisiones vaya a remediar la tragedia levantina, pero urge formularse un ejercicio de responsabilidad. Porque el Estado ha tocado fondo. Porque las instituciones se han ahogado en el fango. Y porque el lanzamiento de barro e insultos sobre la delegación que encabezaba Felipe VI caracteriza el descrédito y la humillación del país.

El Estado ha tocado fondo. Las instituciones se han ahogado en el fango

La cadena de errores desenmascara una Administración estéril y una crisis de ingobernabilidad que no termina de corregirse siquiera con el transcurso de los días. La opacidad de la gestión, la falta total de transparencia redunda en una secuencia de episodios cuya gravedad resulta aún estupefaciente: las advertencias llegaron muy tarde, la sacudida de DANA se abordó sin medios ni consciencia, las ayudas se eternizaron y el conflicto de las administraciones ha deparado un resultado catastrófico y catastrofista.

Tiene poco sentido responsabilizar al Ejército de haber llegado tarde porque su movilización depende exclusivamente de las decisiones políticas. Y puede resultarnos compensatoria y entrañable la respuesta de la población civil, pero las expresiones solidarias, la avalancha de alimentos, exponen al mismo tiempo el apagón del Estado, la ausencia de los recursos de la nación, el paradigma corrompido del bienestar y la bonanza.

Estuvo valiente Felipe VI en el contraste con los ciudadanos de Paiporta. Y estuvo cobardón Sánchez desentendiéndose de la comitiva, más o menos como si utilizara de burladero la buena reputación del monarca.

Estuvo valiente Felipe VI y estuvo cobardón Sánchez desentendiéndose de la comitiva

Los insultos y el fango se generalizaron como castigo al Estado mismo, precipitándose los síntomas de un movimiento ácrata y subversivo cuyo alcance proviene precisamente de la irresponsabilidad e incompetencia de los poderes públicos. No se puede culpar a los ciudadanos de haber perdido la fe en la política cuando la política juega al póker con los muertos.

No ha sido una buena idea implicar a los Reyes en el safari de visita a los territorios de la catástrofe. No porque la iracundia de la gente estuviera dirigida a ellos, pero la presencia incendiaria de Mazón y de Sánchez ha proporcionado una imagen de extremo deterioro institucional, hasta el extremo de preguntarnos si el antisistema está alojado en el sistema.

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